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Mons. José Ignacio Checa y Barba, Arzobispo de Quito, envenenado un Viernes Santo en la Catedral

Redacción (Viernes, 15-02-2019, Gaudium Press) El autor del libro Ecclesiae Defensor, biografía de José Ignacio Checa y Barba, D. Nicolás Subia García, es un joven abogado e historiador que tiene el mérito de escribir sobre un personaje silenciado y sobre una época conflictiva, donde se entremezclan luces y sombras que hacen parte de la lucha religiosa del siglo XIX en Ecuador, tal vez la más sangrienta de América Latina junto con Méjico.

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Mons. Checa y Barba

La revolución en esos tiempos, esa corriente ideológico-política liberal anti-clerical y anti-católica, cometió un gran error, según la acertada apreciación del profesor Plinio Corrêa de Oliveira: fue el de manifestar tal furor y odio que asustó al centro decisivo de la opinión pública del país, haciendo que los centristas se transformasen en conservadores y los que ya lo eran se volviesen cada vez más decididos, combativos, algunos emulando a García Moreno, como fueron los casos de Mons. Pedro Schumacher, Obispo de Manabí; Mons. Masiá, Obispo de Loja; el General Vega -líder militar carismático que enfrentó a Alfaro cuando iba a tomarse Cuenca-; el Padre Julio María Matovelle, cuencano, diputado, intelectual de peso, fundador de los Padres Oblatos, etc.

Algo similar sucedió con Monseñor Checa y Barba, verdadero hombre de Dios. Nicolás Subía García recalca en varios apartes de su obra el carácter manso, bondadoso, corderil («que dirigí la Diócesis con cayado de flores») (1), y posteriormente la brutalidad de los radicales que le hizo cambiar de actitud.

Cuando Monseñor Checa era diputado en 1868, apoyó la candidatura de un liberal ateo llamado Julio Zaldumbide, lo cual produjo un malestar comprensible del presidente contra-revolucionario García Moreno. Además mantenía buenas relaciones con su ex compañero que llegó a ser presidente, el General Veintimilla, liberal, que persiguió a la Iglesia durante su gobierno. Comenta Nicolás Subía que Monseñor pasaba largas horas en el palacio de Gobierno en conversas amistosas con el Dictador Veintimilla.

A inicios de 1877 se produjeron fricciones entre gobierno e Iglesia a propósito de una carta cuyo autor se supone era Manuel Cornejo denominada «carta a los Obispos», misiva injuriosa contra la Iglesia y que fue condenada por la autoridad religiosa. Posteriormente el gobierno expulsa al Padre Gago, franciscano, por criticar ciertas medidas coercitivas del gobierno; él resiste y es usada la fuerza pública.

En febrero de 1877 el Dictador lanza un decreto sustentando que la fe católica es la oficial del Estado, la cual el gobierno profesa, que no hay animadversión y que se prohibía cualquier sermón, o pastoral contra el liberalismo y el gobierno, y caso se dieran serían expulsados los autores del territorio nacional, inclusive aunque fuesen Obispos.

20 días antes del asesinato del Arzobispo de Quito Checa, agredido por la realidad y usando no el cayado de flores sino el gladio de la palabra y la doctrina, saca éste una enérgica pastoral contra ciertas publicaciones anti-católicas: El ministro Pedro Carbo vuelve a amenazar queriendo someter la Iglesia a la autoridad civil y sus leyes, mermando los derechos que ellos tanto pregonaban, por ejemplo el de la ‘libertad’. Mons. Checa le responde enérgicamente: «Estoy resuelto Señor ministro a continuar oponiéndome a la propaganda del error con todas mis fuerzas y por los medios que Dios ha puesto en mis manos. Esta es mi obligación y, con la gracia divina la cumpliré». (2)

Comentando esa declaración viril e intransigente, dice D. Carlos Manuel Larrea que tales propósitos de defensa de la Iglesia y sus derechos tan claramente expuestos, «fueron sin duda causales para decretar su muerte». (3)

Veintimilla le pidió que retirase esa su nota, pero Mons. Checa le respondió: «Ignacio, puedes poner un patíbulo en media plaza para mí, ¡pero yo no retiro mi nota!»

Y efectivamente el 30 de marzo de 1877 mientras celebraba los oficios del Viernes Santo fue envenenado al beber el cáliz: manos negras habían colocado estricnina en las vinajeras. Casi inmediatamente el Arzobispo mártir empezó a sentir que se le quemaba el estómago y con grandes ardores cayó al piso en su palacio y a las dos horas falleció. Muchas de las sospechas cayeron sobre el gobierno de su ex «amigo» Veintimilla.

Bien se palpa como Mons. Ignacio Checa fue agredido por la realidad y eso le llevó a ver de frente el mal y los malhechores. Delante de la radicalidad de la revolución no bastan sonrisas y actitudes bonachonas sino firmeza y Mons. Checa en los momentos apropiados la tuvo, a pesar de algunas disparidades de criterio con García Moreno que para ese entonces ya había sido asesinado; pero su actitud final fue Garciana.

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Presidente García Moreno

Me atrevo a decir que la unión entre García Moreno y Mons. Checa se vio muy fortalecida cuando los dos decidieron consagrar el país al Sagrado Corazón de Jesús, en 1873, acto de fidelidad que ha marcado la historia del país. Se produjo un matrimonio místico entre el Altísimo y el pueblo ecuatoriano, y a partir de ahí las gracias, los perdones, las paciencias de Dios se han mantenido e ido hasta límites increíbles, la acción del demonio se ha limitado. Creo que, por el mérito de tan alta acción, quedaron indulgenciados los errores de Mons. Checa y tal vez algunos excesos del gran García Moreno y ciertamente estos dos grandes mártires y santos estarán en el cielo juntos intercediendo por Ecuador, brillando como soles.

Todas las anteriores son lecciones del pasado, que sirven para el presente, siempre al servicio de la fe.

Por Gustavo Ponce

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1.- ECCLESIAE DEFENSOR. Biografía de José Ignacio Checa y Barba. Nicolás Subía García. Fundación Misericordia, Quito.
2 – Ibídem, p. 169.
3 – Ibídem, p. 170.

 

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