lunes, 25 de noviembre de 2024
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Jerarquía, ‘paternalismo’, individualismo

Redacción (Miércoles, 14-11-2018, Gaudium Press) «Paternalismo»: El término, comúnmente usado de forma despectiva, trata de estigmatizar una cierta acción de un superior sobre un inferior, la cual -además de reafirmar la odiosa jerarquía- impediría que el inferior desarrollase sus potencialidades.

El paternalismo sería una de las cosas más contrarias al «libre desarrollo de la personalidad». Y entretanto, nada más absurdo que atacar la cualidad de la acción de padre, pues esta, además de ser de origen divino, debe impregnar todas las relaciones en una sociedad.

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Recuerda el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira en su obra Nobleza y élites tradicionales análogas, algunas de las brillantes tesis de Mons. Henri Delassus, mostrando a Francia como ejemplo de nación que surge del espíritu familiar, del espíritu paternal:

«Así se formó nuestra Francia. La lengua nos da testimonio de ello tan fielmente como la Historia. Al conjunto de las personas sometidas a la autoridad de un padre de familia se le llama familia. A partir del siglo X, al conjunto de las personas reunidas bajo la autoridad de un señor, jefe de una mesnada, se le llama familia. Al conjunto de las personas reunidas bajo la autoridad de un barón, jefe de un feudo, se le llama familia. Y más adelante veremos que el conjunto de las familias francesas fue gobernado como una familia. El territorio sobre el cual se ejercían esas diversas autoridades ya sea que se tratara de la de un jefe de familia, de las del jefe de mesnada, del barón feudal o del rey – es denominado uniformemente en los documentos como patria, el señorío del padre». 1 Vemos pues que el «paternalismo» no solo no anquilosa las energías vitales de una sociedad sino que por el contrario, es constructor de portentos como lo fue la dulce y bella Francia.

También constatamos cómo va quedando ‘feo’ atacar el ‘paternalismo’, dada la conexión del término con la realidad familiar, que en todos los tiempos y lugares es forjadora de vida y cuna de civilizaciones.

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Familia orando

Por lo demás -y para repetir lo que es banal- la existencia de la condición de padre (o madre) es necesaria para cualquier desarrollo personal del hijo; es evidente. El Padre debe velar por el hijo, en su salud física y espiritual. Debe proveer todo lo necesario para su crecimiento. Debe corregir cuando necesario; con caridad, pero corregir, para que el árbol no se tuerza. La corrección en el ambiente familiar tiene mayor tendencia a ser caritativa, pues el hijo es en buena medida una prolongación del ser del padre, y nadie se ataca a sí mismo porque sí.

Asimismo y comúnmente el padre promueve y se alegra con los progresos reales del hijo, los triunfos del hijo son los triunfos del padre, el apogeo del hijo es el apogeo del padre. No hay pues, nada más normal y más elogiable que el ‘paternalismo’ en el seno de una familia. Y si decimos que una sociedad es una gran familia, pues no podemos sino decir que un buen ‘paternalismo’ es necesario a toda sociedad, es condición del progreso de toda sociedad.

En ese sentido, las clases elevadas deben tener clara su misión ‘paternal’ junto a las clases menos favorecidas: fueron ellas colmadas con todo tipo de dones no solo para su beneficio particular sino el de toda la comunidad. Y las clases modestas, al tiempo que conscientes de su dignidad, deben acoger con respeto y afecto las buenas orientaciones de quienes dirigen la sociedad.

Un comentario aquí sobre el individualismo: es absurdo querer ver, gobernar o legislar sobre el hombre considerándolo como mero individuo con derechos individuales, pues resulta que el hombre no nace solo sino en el seno de una familia y una sociedad, y tiene deberes con estas. El hombre no es solo derechos, también deberes.

El Estado no puede renunciar al espíritu familiar de toda sociedad orgánicamente constituida, o querer reemplazarlo con su habitual fría y paquidérmica acción burocrática. Una sociedad no es sólo un cuasi-omnipotente Estado arriba y un montón de súbditos-ciudadanos abajo. Entre el poder público y el individuo existen infinidad de cuerpos intermedios que se han ido constituyendo a lo largo de cada historia nacional, y comúnmente esos cuerpos intermedios nacen con el sello del espíritu familiar, del espíritu paternal. El Estado no solo debe reconocer la existencia de esos cuerpos intermedios, sino apoyarlos, y promoverlos, pues a través de ellos su acción se tornará ‘humana’, adquirirá ese cariz familiar-paternal que conoce en detalle la situación de los hijos, y que busca con una acción afectiva el verdadero desarrollo social.

Por Saúl Castiblanco

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1 Plinio Corrêa de Oliveira. Nobleza y élites tradicionales análogas. Ed. Fernando II. 3ra. Edición. Madird. 1995. p. 315

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