lunes, 25 de noviembre de 2024
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Patriarca malo e indeseable

Redacción (Martes, 06-11-2018, Gaudium Press) Vino a llenar un vacío ideológico y afectivo en la gran mayoría de pueblos que se quedaron sin dueño, sin amo, sin patrón…sin padre. Las guerras civiles ultimaron a balazos muchos viejos y legendarios patriarcas hijos y nietos de los que patrocinaron en Iberoamérica la independencia y que si bien la apoyaron no estaban de acuerdo en perseguir los fueros y derechos de la religión católica. Los que no murieron en los conflictos se arruinaron económicamente y fueron desplazados de los latifundios, haciéndoles perder el vínculo con su gente y su región.

Los comerciantes, banqueros e incipientes empresarios conectados con potencias internacionales, transformaron lo artesanal en industria y comenzaron a marcar los rumbos de las nuevas repúblicas en tanto el Estado asumía funciones pseudo-patriarcales. Algunos de los nuevos dirigentes también habían sido propietarios de tierras, es cierto, pero bien informados, supieron subirse a tiempo en el nuevo barco del progreso económico basado en comercio, industria y finanzas, trilogía responsable de la deterioración ambiental de nuestros días, la corrupción y la inseguridad…

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El señor Estado resultó ser un inexperto patriarca, un amo cruel, un dueño abusivo, un mal padre. Se arrogó excesivos derechos y manejó sus deberes con negligencia y codicia. Su maltrato y atropellos lo llevó en algunos países a ser tirano, totalitario, confiscador y entrometido en la intimidad de respetables instituciones, que incluso en algún momento apoyaron su participación en la vida y organización de las naciones.

En nuevo patriarca advenedizo y sin educación, fue extendiendo su poder por todas partes, incluso con la vulgaridad propia del que nunca tuvo buenos modales. Para tal efecto se las arregló muchas veces en seleccionar gentes manipulables de cultura muy discutible. Oportunistas interesados solamente en gozar la vida terrena al máximo, sin calcular que los excesos generalmente traen enfermedades viejas y nuevas, como las que hoy día estamos padeciendo y contra las que la estatizada medicina moderna no puede hacer mucho, excepto comenzar a aconsejar discretamente la eutanasia.

De verdad que este entrometido -hoy viejo y muy enfermo, corrupto y malicioso- intenta sobrevivir a cualquier precio, al menos para tener un suicidio tranquilo y dejarnos como herederos el populismo y la superchería. No cumplió lo que prometió mientras daba las órdenes de descarga de fusilería sobre el pecho de los patriarcas y dentro de los recintos sagrados de iglesias y conventos, profanando con sus huestes asesinas disfrazadas de soldados, el Santísimo Sacramento como lo hizo en Riobamba Ecuador en 1897. Anticlerical y liberal extremista, inventó la fórmula del laicismo para entrometerse en la moral de los pueblos camuflando su injerencia con política social y así poder pervertir los conceptos cristianos de educación, matrimonio, familia y propiedad.

Papá-Estado el «pseudo-Patriarca», es un Calibán horrendo, una monstruosa caricatura, una falsificación del patriarcado señorial cristiano que la Iglesia había inspirado en los lejanos e inolvidables tiempos de Carlomagno en Europa.
Llegó a nuestra américa a matar y a destruir embriagado con la sangre de la Revolución Francesa y los préstamos del anglicanismo. Contó por supuesto con el apoyo de secuaces, felones, perjuros y renegados, para los que la gratitud era una virtud depreciable y ridícula, habiendo ellos aprendido a leer y escribir precisamente en los bancos de las iglesias y conventos que expropiarían después para transformarlos en dependencias públicas.

Pero ya se siente los pasos del verdadero patriarca del mundo que ciertamente volverá por sus fueros y derechos, cuando se cumpla la promesa de la Virgen María en Fátima: ¡Por fin mi inmaculado Corazón triunfará! Es el buen rey que vuelve, paternal y justo, a instaurar un nuevo orden mundial sobre la base del patriarcado cristiano, que surgirá de los escombros humeantes del sistema actual, día a día derrumbándose por sí solo sin que nadie lo pueda evitar.

Por Antonio Borda

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