Redacción (Jueves, 23-10-2014, Gaudium Press)
Los Fractales
«Las nubes no son esferas, las montañas no son conos, los litorales no son circulares, y los ladridos no son suaves, lo mismo que los relámpagos no viajan en línea recta.» 3
¿Será posible hablar de geometría cuando nos referimos a formas tan irregulares como montañas, nubes y árboles? ¿Estarán estos objetos dentro del «código» del creador?
En 1975, el matemático Benoît Mandelbrot explicaba que un fractal es un objeto semigeométrico cuya estructura básica, fragmentada o irregular, se repite a diferentes escalas.
Es autosimilar, ya que su forma es hecha de copias más pequeñas de la misma figura, y las copias son similares al todo: misma forma pero diferente tamaño.
¡Eureka! He aquí el código que engloba las nubes, las montañas y casi todos los objetos irregulares que parecían no tener parte en el «lenguaje del creador».
Las características de las formas fractales vienen dadas por su propio proceso de creación y las podemos encontrar en diferentes aspectos de la naturaleza, como por ejemplo, en el terreno y en la geología.
Las montañas también tienen geometría fractal, esta vez ocasionada por la erosión de la lluvia, el viento, la fractura de las rocas por los cambios de temperatura y las presiones y movimientos sísmicos que crean la cordillera rocosa en la que se ubica la montaña. Estos paisajes pueden incluso parametrizarse y generarse de forma virtual con programas informáticos de imagen digital, utilizando la autosimilitud y algoritmos recursivos. En los ríos, cristales, cascadas y las nubes, podemos ver otros claros ejemplos de fractales.
Entre los seres vivos también podemos encontrar ejemplos sorprendentes de geometría fractal. Uno de los más llamativos es el Brocoli Romescu, que presenta una geometría fractal con una autosimilitud prácticamente perfecta.
Podemos encontrar ramificaciones con formas fractales tanto en árboles como en las hojas de los mismos, en los helechos e incluso en nuestro propio sistema nervioso, cardiovascular o en los alveolos de nuestros pulmones.
Pero no sólo las formas de nuestros cuerpos son fractales, sino que «si estudiamos las funciones corporales también encontraremos patrones fractales en ellas.
También se han asociado las estructuras fractales de los sistemas fisiológicos tanto de distribución (sistema sanguíneo, linfático), como de recolección (digestivo, pulmonar) y de procesamiento de la información (neuronas y sistema nervioso) con la resistencia a lesiones y fallos parciales, debido a su auto-similaridad y a la redundancia de estructuras. Esto hace que puedan seguir funcionando en caso de sufrir enfermedades, traumas o el deterioro causado por el estrés y el envejecimiento, permitiendo que las zonas sanas puedan suplir las funciones de las dañadas». 4
Una vez más vimos como el orden es palpable en la creación, pero todavía no hemos hablado de un mundo que es invisible a nuestros ojos, pero que existe en medio de un ilusorio caos que desafía las leyes del universo.
El universo cuántico
Los griegos Demócrito y Epicuro fueron los primeros en proponer que el mundo natural está conformado en última instancia de ‘partículas indivisibles’ que en su lengua llamaban de átomos.
A principios del siglo XX diversos físicos teóricos dieron nacimiento a una nueva rama de la física: La mecánica cuántica. Esta rama de la física se ocupa de los fenómenos físicos a escalas microscópicas, más específicamente de los elementos que constituyen el átomo.
De esta manera se reveló la existencia de un verdadero «universo dentro del universo», conformado por partículas y sub-partículas con características y comportamientos los más diversos, que obedecen a leyes que no tienen nada que ver con las de la física general.
Algunos de los mayores físicos de la historia, como Albert Eisntein, llegaron a mostrarse incrédulos cuando se les presentó la evidencia de la existencia de un aparente reino de la locura en la propia base de la materia, que desafiaba e incluso rompía muchas de las leyes que hasta el momento se creía que gobernaban el universo entero.
En el mundo de lo infinitesimal pueden pasar cosas tan extrañas como que una partícula aparezca en un lugar para desaparecer y luego aparecer en otro. También es interesante que esta rama de la ciencia da una visión enteramente diferente de la que generalmente se tiene de la materia, pues hoy en día se cree que en medio de los átomos existe un gran vacío y que por lo tanto un cuerpo que a primera vista parece tener una inegable densidad en realidad está llena de vacio. Cosas que nos hacen comprender que por ejemplo, cuando damos un paseo por el jardín tomando sol, nuestros cuerpos están siendo constantemente atravesados por los fotones presentes en la luz solar.
El mundo moderno de la física se funda notablemente en dos teorías principales, la relatividad general y la mecánica cuántica, y aunque ambas teorías usan principios aparentemente incompatibles, los postulados que definen la teoría de la relatividad de Einstein y la teoría del quántum están apoyados por rigurosa y repetida evidencia empírica.
Pero en lo que prácticamento todos los físicos están de acuerdo y que es una de las cosas más emocionantes es que hasta en ese aparente reino del caos subyace lo que parece ser una simple y sorprendente ley universal. Y esto es lo que hace posible que estudiemos el mundo de lo ultramicroscópico y ha sido una de las razones por las que la ciencia ha avanzado en el siglo XX.
Esta visión ordenada del «caos» tiene un amplio apoyo científico experimental pues ha sido comprobado de diferentes maneras como lo fue en el trabajo del científico Mitchell Feigenbaum, de los EEUU, a mediados de los años setenta. Esencialmente demostró que en una amplia clase de sistemas de la naturaleza poseen la misma «senda al caos, los mismos números, las mismas leyes, presentándose una y otra vez en situaciones ampliamente diferentes».
Con respecto a esto el insospechado Stephen Hawking llegó a afirmar:
«Mientras más examinamos el universo, descubrimos que de ninguna manera es arbitrario, sino que obedece ciertas leyes bien definidas que funcionan en diferentes campos. Parece muy razonable suponer que haya algunos principios unificadores, de modo que todas las leyes sean parte de alguna ley mayor.» 5
También es interesante ver como conforme vamos profundizando más en el conocimiento de la naturaleza, vamos entendiendo como este no pasa de ser más que la comprensión de la naturaleza física y nada más que una pequeña parte de la realidad, pues se hace cada vez más clara la existencia de una realidad que no nos es directamente palpable por los sentidos, pero que es mucho más real que lo que la propia realidad que los sentidos escrutan.
El tan conocido astrofísico Sir Arthur Stanley Eddington así se expresa:
«Podríamos sospechar la intención de reducir a Dios a un sistema de ecuaciones diferenciales. En cualquier caso [es preciso] evitar ese fracaso. Por mucho que las ramas actuales [de la física] puedan ampliarse con nuevos descubrimientos científicos, no pueden por su propia naturaleza llegar a traspasar los lindes del trasfondo en el que se asienta su ser… Hemos tenido ocasión de aprender que la exploración del mundo exterior con los métodos de la ciencia física no nos lleva a encontrarnos con la realidad concreta, sino con un mundo de sombras y símbolos, por debajo de los cuales aquellos métodos no resultan ya adecuados para seguir penetrando».» 6
Y en otra ocasión insistía sobre este punto:
«En pocas palabras, la situación es como sigue: hemos tenido ocasión de aprender que la exploración del mundo exterior con los métodos de la ciencia física no nos lleva a encontrarnos con la realidad concreta, sino con un mundo de sombras y símbolos, por debajo de los cuales aquellos métodos no resultan ya adecuados para seguir penetrando. Con la sensación de que debe haber algo más detrás, volvemos a la conciencia humana como punto de partida, al único centro donde podríamos encontrar algo más y llegarlo a conocer. Ahí (en el inmediato interior de la conciencia), nos encontramos con otros movimientos y otras revelaciones distintas de las que nos llegan condicionadas a través del mundo de los símbolos… La física subraya con la máxima energía que sus métodos no pueden ir más allá de lo simbólico. Seguramente entonces esa naturaleza nuestra, mental y espiritual, de la que tenemos conciencia a través de un íntimo contacto que trasciende los métodos de la física, nos proporciona justamente aquello que… reconocidamente la ciencia no nos puede dar».» 7
El Orden que necesitamos
Creo que el hecho de que podamos confirmar por medio de la ciencia la existencia de lenguaje en la creación del universo, además de ser prueba irrefutable de la existencia de un Supremo Ordenador y una Suprema Inteligencia, a quien llamamos Dios, nos abre las puertas a hermosos panoramas en los que la humanidad pueda entender cada vez más la necesidad de mantener el orden que Dios puso en la creación, para preservar la naturaleza y favorecer el orden de la sociedad, por lo tanto la estética y por consiguiente la virtud en nuestra civilización.
Dios está en el orden y el orden viene de Dios, y es por esto que es imprescindible para la civilización humana que esté ordenada a su fin natural, pero principalmente el sobrenatural, que es promover la salvación de los hombres.
Es lamentable percibir que hoy en día pareciera que cada vez estamos más lejos de alcanzar la paz en el mundo, y más que todo cuando nos referimos a esta en la forma en que la entendía San Agustín, siendo la tranquilidad en el Orden. Siendo así, se hace claro que la única forma de alcanzar la verdadera paz es buscando restablecer el orden en la sociedad, que a su vez solo será posible de ser alcanzado cuando el alma del hombre contemporáneo se encuentre ordenada hacia Dios.
Como decía el ahora San Juan XXIII, «La paz en la tierra, suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia, es indudable que no puede establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios.» 8
Los dos caminos de la ciencia
Me parece oportuno recordar que la humanidad debe aprender de su propia historia, y tomar cuidado de no tomar caminos equivocados en la búsqueda de la sabiduría, pues cuando el deseo de conocimiento no está rectamente ordenado, se convierte en ambición y orgullo sin límites, como sucedió en la Torre de Babel, cuando el hombre quiso construir una torre que rasgase el cielo, donde seguramente pensaba colocar por encima de las nubes un áureo trono, no para alabar a Dios, si no, para sentarse y robar neciamente el título del Omnisciente. El resultado ya lo sabemos.
Ese deseo de conocer la verdad innata en el hombre debe ser saciado de la única forma recta y esto es en una comprensión del orden del universo como la que propone el Dr. Plinio Correa de Oliveira:
«El universo es un conjunto de elementos sabiamente ordenados y, de cara a esta concepción, la Ciencia no es sino el conocimiento de la harmonía que ordena y coordina todos esos elementos. Harmonía jerárquica entre varios elementos de ese conocimiento, que se subordinan unos a otros hasta el ápice, el punto supremo que contiene los principios generales de ese orden. Que, por lo tanto, contiene el elemento orientador, no solo del saber, mas también de toda actividad universitaria», o científica.
Sí, existe un elemento orientador que debemos tener muy en cuenta, una filosofía en base de la cual se debe buscar el conocimiento del Universo, y esta es «… un presupuesto religioso, y este presupuesto religioso es Dios, como factor infinitamente poderoso que crea el universo harmónico, ordenado, jerárquico, accesible a la inteligencia del hombre por un conjunto de conocimientos ordenados, jerárquicos también, que conforman el saber.»
Es importante considerar que existe un grave peligro para el alma en sumergirse desprevenidamente en las aguas de la ciencia, como corre grave peligro de muerte quien va a bucear en las profundidades del océano sin suficiente oxígeno. El oxígeno que es el deseo de ese ápice o verdad sobrenatural que debería de estar presente en todo conocimiento. Por eso el Dr. Plinio decía que un estudiante «…por más de que se especialice, debe hacerlo con la preocupación de tener siempre como punto de referencia aquella luz primera, aquella búsqueda de la verdad absoluta, de la verdad pura, de la verdad total, de la verdad harmónica y completa que es su fin harmonioso.» 9
Por eso siempre debemos tener en cuenta que «el libro del universo» debe de ser leído siempre buscando entender a su Autor, para poder darle la debida gloria y adoración. Tenemos que considerar esos conocimientos por un ápice de contemplación, y si así lo hacemos podemos estar seguros de que nuestro entendimiento del universo será mucho mayor y profundo. Posee una mucho mejor visión de un panorama quien mira desde una cumbre, que quien desde la planicie se entretiene en las menudencias que tiene al alcance.
Sentados ante la Inmensidad
Como creaturas, o mejor dicho hijos de Dios, nos corresponde conocer, amar y servir a Dios por toda la eternidad, y este debe ser nuestro objetivo ya en esta tierra, y el motivo de nuestra alegría. ¿Y que mejor manera de conocer y amar Dios que admirando la grandeza de la creación? Como decía el Apóstol de los gentiles: «Lo que de Dios se puede conocer, está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad» (Rm 1,19-20; cf. Hch 14,15.17; 17,27-28; Sb 13,1-9).
Uno de los más reconocidos científicos de la historia, Isaac Newton, explicando como consideraba él su increíble carrera de descubrimientos y la indiscutible enormidad de su conocimiento del «libro del universo» dijo:
«No se lo que pareceré a los ojos del mundo, pero a los míos es como si hubiese sido un muchacho que juega en la orilla del mar y se divierte de tanto en tanto encontrando un guijarro más pulido o una concha más hermosa, mientras el inmenso océano de la verdad se extendía, inexplorado frente a mí.» 10
En esa línea, es como si nosotros también estuviésemos sentados en la arena, contemplando durante un feérico atardecer el océano insondable del mundo natural, que definitivamente se pierde en el horizonte del conocimiento humano. Un hermoso espejo líquido cuya principal belleza y virtud se encuentra en reflejar el cielo, ¡Si! aquel maravilloso cielo, ese lienzo lleno de colores que detrás de un familiar y brillante disco de fuego, de las estrellas y las galaxias, esconde la verdadera Inmensidad, delante de la cual el océano es menos que una gota de agua.
Por Santiago Vieto
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Citas.
3. (Mandelbrot, The fractal geometry of nature, 1982).
4. (Ary L. Goldberger, 1990).
5. Stephen Hawking
6. A. Eddington, The Nature of the Physical World (Cambridge University Press), p. 282. <<
7. A. Eddington, Science and the Unseen World (Nueva York: Macmillan, 1929). <<«
8. San Juan XXIII
9. Plinio Correa de Oliveira. Trechos de una clase inaugural del 02/04/1960. Publicado en la editorial de la Revista Dr. Plinio número 193.
10. Isaac Newton
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