lunes, 25 de noviembre de 2024
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La gloria de Juan Nadie

Redacción (Miércoles, 18-09-2019, Gaudium Press) Hace pocos días, me encontraba rezando el rosario en una iglesia de San Pablo, cuando, sin darme cuenta, interrumpí la oración para analizar un personaje que acababa de entrar.

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Pobremente vestido, su andar y su rostro denotaban un hombre maltratado por los años y por duros sufrimientos. Todo en él indicaba lo que en el mundo de hoy se llama un «fracasado en la vida», o, en otros términos, un «Juan Nadie»: sin dinero, sin salud, sin prestigio, tal vez sin amigos.

Tomado de compasión por el pobre hombre, noté con alegría que, al pasar delante del Tabernáculo, dobló él una de las rodillas e hizo pausadamente la señal de la cruz. Pensé con mis botones: «Por lo menos es bautizado, tiene fe, es un miembro de la Santa Iglesia».

Y apenas terminé esa cogitación, me di cuenta de la paradoja en ella inserida: «¡Al menos… es bautizado!!!»

Cuando, cierto día, un sacerdote derramó agua sobre la cabeza de este pobre Juan Nadie y dijo: «Yo te bautizo, en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo», algo muy especial ocurrió en su alma. Las tres divinas personas de la Santísima Trinidad pasaron a habitarla. Se tornó posible para él creer en las verdades de la Santa Iglesia, esperar la recompensa demasiadamente grande del Cielo y amar a Dios sobre todas las cosas y al próximo como a sí mismo. Se vio él transformado en hijo adoptivo del Rey del Universo y heredero de su maravilloso Reino. Quedó limpio de la terrible culpa de nuestros primeros padres, el pecado original, y se abrieron para él las puertas del Cielo.

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Sí, por efecto del Bautismo, todo Juan Nadie es elevado a un nivel que ni el gobernante más poderoso, el genio más brillante, el filósofo más erudito podrían alcanzar por su propia naturaleza y méritos.

¿Y la persona no-bautizada, en qué situación está?

Imaginemos un lindo pajarito que, entretanto, nació lisiado y – ¡Pobrecito! – nunca levantó vuelo. Anduvo por los campos y quizás hasta trazó un camino recto… Pero si no vuela, ¿qué será él en relación a las otras aves?

El infortunio de ese pájaro imaginario es semejante al del hombre no-bautizado. Tal como el ave incapaz de volar, él tiene su finalidad truncada, aunque llevando una vida directa. Pues no posee las alas de la Fe, Esperanza y Caridad para cumplir la finalidad de todo ser humano, esto es, «conocer, amar y servir a Dios y mediante esto salvar su alma», conforme nos enseña San Ignacio.

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Pero, podríamos pensar, ¿qué hizo ese Juan Nadie para merecer tal gloria? ¿No habría otros que merecerían más? Esta es una pregunta basada exclusivamente en los criterios humanos. Nadie recibe la gracia del Bautismo por merecimiento propio, sino por los méritos infinitos de Jesús que nació de María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilatos y fue crucificado para redimirnos. Cuando en la Cruz Él, «inclinando la cabeza, entregó el espíritu» (Jo 19, 30), conquistó para Juan Nadie y para la humanidad entera esa gracia inmensurable.

Después de estas reflexiones sobre la grandeza de todo «pobre» Juan Nadie, tabernáculo de la Santísima Trinidad, ofrecí el resto de mi rosario para agradecer el don inmenso del Bautismo, no solo a Nuestro Señor Jesucristo, sino también a María, su Madre Santísima, pues Ella dio su consentimiento para que su Hijo Divino muriese por nosotros, y contribuyó con sus lágrimas para rescatar todos los Juan Nadie que pasan desapercibidos delante de los «grandes» del mundo.

Por Padre Ignácio Montojo Magro, EP.

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