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Sermón de la Montaña para el mundo de hoy

Redacción (Domingo, 24-02-2019, Gaudium Press) La Iglesia nos ha enseñado que de ciertas almas Dios espera grandes y prodigiosas realizaciones, y que a otras las llama a la renuncia y al sacrificio. (1) Que aquellas que están coronando con éxito sus emprendimientos, la mayoría de las veces dependen de las que han aceptado generosamente la inmolación de sus expectativas sin lloriqueos ni reclamos y cargan la cruz valientemente bajo las apariencias del fracaso, la derrota e incluso la desgracia.

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A San Luis Rey Dios pidió el sacrificio de ser

derrotado en numerosas ocasiones

Los esfuerzos, luchas, fatigas, adversidades y sufrimientos de las primeras, se ven recompensadas con el éxito y los reconocimientos. A las segundas todos sus esfuerzos y cansancios se le presentan como inútiles e intrascendentes o a veces pasan por estancamientos dolorosos y pérdidas de la iniciativa. Sin embargo su sacrificio tiene un peso necesario y meritorio en la balanza que equilibra el proceso de las realizaciones humanas. Las unas y las otras son absolutamente indispensables para que la humanidad progrese espiritual y materialmente.

Cuando en una sociedad falta la virtud a alguno de estos dos tipos humanos, la balanza se descompensa dramáticamente y todo se vuelve una competencia monstruosa entre ellos dos. Es lo que sucede con sistemas políticos donde Dios y la religión han sido puestos de lado: Se acaban el aprecio, la comprensión, la paciencia y otras virtudes necesarias para el buen convivir humano. Los primeros se llenan de arrogancia y prepotencia, los segundos de envidia y autocompasión. Una institución, una empresa, una familia que caiga en tal estado -incluso toda una nación- comenzó irremediablemente su decadencia y el paso siguiente será la mutua desconfianza enfermiza, algo así como la autofagia y destrucción de todos los vínculos de amor y mutua ayuda, porque ya no hay admiración y respeto.

Es también el comienzo de las revoluciones sociales y políticas, y el momento para los oportunistas y aprovechados como hicieron algunos de los llamados Reformadores religiosos del siglo XVI y Napoleón Bonaparte en Francia cuando viendo este tipo de crisis, en cambio de tender la mano para ayudar a no dejar caer lo que tambaleaba, prefirieron empujar y promoción para ellos…

Cuando la motivación es alcanzar el éxito personal en todo lo que se emprende, apropiándose de la gloria que pertenece a Dios, despreciando al que lucha y trabaja sin muchos logros e incluso fracasando -y este a su vez retorciéndose de la envidia por la comparación- la caridad ha muerto allí y reconstruirla va a ser un trabajo descomunal. Si a pedido de los justos Dios se compadece de esa situación, a los dos les va a dar una lección dolorosa, para que retomen otra vez el camino de Las Bienaventuranzas, que Él proclamó aquel feliz día en que le dio los hombres la única y auténtica carta de navegación por esta vida llena de trampas y tempestades.

La historia es pródiga en esta materia. Varias dinastías de familias gobernantes se fueron a la guillotina o al paredón de fusilamiento por esta causa. También familias de almas de órdenes religiosas entraron en decadencia por esta misma razón. Definitivamente el poder del mal no está tanto en su potencia destructora, cuanto en las vulnerabilidades que el bien le expone por falta de vigilancia y oración.

Por Antonio Borda

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(1) Revista HERALDOS DEL EVANGELIO, No. 186, Enero 2019, Pag.32 ss. «El amargo cáliz del abandono». Hna. Isabel Lays Goncalves de Sousa, EP.

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