lunes, 25 de noviembre de 2024
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El ceremonial cristiano se hacía presente sacralizando la cotidianidad de la vida

Redacción (Viernes, 26-01-2018, Gaudium Press) Indiscutiblemente la decadencia de nuestras sociedades resulta del abandono de la práctica de los principios cristianos.

El caos que carcome la familia es porque se abandonó en innúmeras franjas de la población la práctica del matrimonio monogámico e indisoluble como Dios manda. El caos en la juventud es fruto de la ausencia del principio de autoridad en favor de una mal llamada libertad; también es una juventud formada en la búsqueda máxima del placer sensible, hedonismo que solo causa finalmente frustración, abandonando así los principios cristianos del trabajo arduo y laborioso, y de la virtud conseguida con piedad y esfuerzo. Y así podríamos seguir con todos los elementos de ese caos que hace de esta, particularmente la occidental, una sociedad putrefacta en amplísimos sectores, A medida que avanza el tiempo vuelve más rápida su putrefacción, como la caída libre de un objeto.

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Los principios, particularmente aquellos que van en contravía de las malas inclinaciones de la naturaleza, hay que recordarlos constantemente, porque si no se aplica lo del refrán: lo sabido, por sabido se calla y por callado se olvida… y agregaríamos que por olvidado se reemplaza por su contrario.

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Era por eso, que en las antiguas sociedades cristianas, el ceremonial recordaba a todo momento las verdades de la fe, ceremonial que se desarrollaba para sacralizar las más variadas actividades.

Hemos terminado una obra magnífica, escrita por un erudito británico que se encantó con Portugal y sobre todo con las gestas que constituyeron la apertura y posterior consolidación de la ruta de la India: Conquistadores – Como Portugal forjó el primer imperio global, de Roger Crowley.

Entre las muchas aventuras y preparaciones de aventuras que Crowley relata con una fácil y amena narrativa, siempre está presente la ceremonia.

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Tumba de Vasco da Gama, Monasterio de los Jerónimos, Portugal

Verano de 1497, Vasco de Gama se prepara para iniciar la expedición que gloriosamente lo conduciría a la India: Con «las velas adornadas con la cruz roja de la Orden de Cristo», «la pequeña flotilla salió de los astilleros y fue anclada fuera de la playa, en Restelo, aldea de pescadores a la salida del curso de agua de Lisboa». El Rey Manuel se encontraba a 95 kilómetros al interior «y fue para allá que Vasco da Gama y sus capitanes se dirigieron a fin de recibir sus instrucción de navegación y una bendición ritual del rey. De rodillas, Gama fue solemnemente investido con el comando de la expedición y recibió un estandarte de seda grabado con la cruz de la Orden de Cristo». «Restelo, a las márgenes del [río] Tejo, fuera de los muros de la ciudad, había sido el tradicional punto de partida de los viajeros portugueses desde la época de Enrique el Navegate; su delicada playa a varios niveles ofrecía un amplio palco para las ceremonias religiosas y los rituales conmovedores de partida: ‘Un lugar de lágrimas para los que partían y de alegría para los que regresaban’. En la colina arriba, supervisando la amplia curva del Tejo que llevaba hacia el oeste, al mar abierto, quedaba la capilla de Enrique, dedicada a Santa maría de Belén, (…) con el objetivo de administrar los sacramentos a los marineros que partían. La tripulación entera, algo entre 148 y 166 hombres, pasó allá la noches caliente de verano, antes de la partida en oración y vigilia». Oración y vigilia… siempre presente la necesidad de Dios.

El día de la partida, 8 de julio de 1497, «Gama lideró sus hombres en una procesión devota, desde la capilla hasta la playa, organizada por los padres y monjes de la orden de Cristo. Los navegantes usaban túnicas sin mangas y cargaban velas encendidas. Los sacerdotes iban atrás, cantando la letanía, y el pueblo el responso. Cuando llegaron al borde del agua, el silencio se abatió sobre la multitud. Todos se arrodillaron para hacer una confesión general y recibir la absolución, de acuerdo con la bula papal que Enrique obtuviera para los que muriesen ‘en esa descubierta y conquista’. Según Juan de Barros, ‘en esa ceremonia, todo el mundo lloró’ «.

Ya en cubierta y en el ancho mar, no es fácil mantener la disciplina de la tropa, pero allí también se hacía presente el ceremonial cristiano. «Cuando los navíos estaba corriendo bien y el mar estaba estable, los hombres se entregaban a las diversiones. Apuestas con cartas, una fuente inmediata de problemas, eran prohibidas. Los hombres podían pescar, poner el sueño al día, leer (si supiesen), cantar y danzar al son de la gaita y del tambor, u oír a los sacerdotes leer la vida de los santos. Podía haber procesiones organizadas en la cubierta, para marcar los días de los santos, y la misa era rezada sin consagración, por miedo de que el cáliz se voltease y ver su contenido profanado». Y así se podría seguir leyendo hechos similares en los entretenidos diarios de esas expediciones.
Era pensar en Dios, pedir a Dios, agradecer a Dios, y hacer continuamente presente a Dios por medio del ceremonial cristiano.

Por Saúl Castiblanco

Bibliografía

Roger Crowley. Conquistadores – Como Portugal forjou o primeiro império global. 1 edición, Sao Paulo. Planeta. 2016

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