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La conversión que marcó la Historia 

Redacción (Miércoles, 11-03-2020, Gaudium Press) Entre las conversiones ocurridas al inicio de la Iglesia, hubo una que marcó de modo fulgurante la Historia: Saulo el perseguidor feroz contra los cristianos se tornó el Apóstol San Pablo. Saulo con sus auxiliares se dirigían para Damasco. Cerca de la puerta de la ciudad, vieron una luz tan intensa y oyeron un sonido tan fuerte que todos cayeron por tierra.

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Ciego, permaneció por tres días en oración y ayuno

Nacido en Tarso, en la actual Turquía, fue educado en Jerusalén donde frecuentó la escuela del famoso Gamaliel, y se tornó un fariseo radical.

Movido a odio contra los cristianos, consiguió cartas del sumo sacerdote dándole poderes para, en Damasco, traer los presos a Jerusalén, a fin de ser castigados. Esos castigos podían abarcar el apedreamiento hasta la muerte, como ocurrió con San Esteban, el protomártir.

Damasco, capital de Siria, era gobernada por un árabe enemigo de los judíos, pero que se unió a ellos para perseguir a los cristianos, los cuales eran muy numerosos en esa ciudad. Vemos aquí, una vez más, como los malos, aunque divididos entre sí, se unen contra los buenos.

Saulo con un grupo de auxiliares se dirigieron a Damasco y, cuando estaban cerca de la puerta de la ciudad, vieron una luz tan intensa y escucharon un sonido tan fuerte que todos cayeron por tierra. Mientras tanto, apenas Saulo entendió que se proferían unas palabras.

Este es el diálogo que escuchó:

-Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?

Saulo preguntó: – ¿Quién eres tú, Señor?

La voz respondió:

– Yo soy Jesús, a quien tú estás persiguiendo. Ahora, levántate, entra a la ciudad y allí te será dicho lo que debes hacer (At 9, 4-5).

Él se irguió y percibió que estaba ciego. Entonces, tomándolo de la mano, lo llevaron a una casa, ya dentro de la ciudad, donde permaneció durante tres días rezando, sin comer ni beber.

Recupera la vista, es bautizado y comienza a rezar

En ese ínterin, Nuestro Señor apareció a un cristiano llamado Ananías, y le ordenó que fuese a una casa situada en la Ruta Derecha para curar a un hombre de Tarso, llamado Saulo.

Sorprendido, Ananías dijo que ese hombre venía a Damasco con el fin de prender a los cristianos. Y Jesús lo tranquilizó, afirmando: «Anda, porque este hombre es un instrumento que escogí para llevar mi nombre a las naciones paganas y a los reyes, y también a los israelitas. Pues Yo voy a mostrarle cuanto él debe sufrir por mi nombre» (At 9, 15-16).

Ananías fue hasta aquella residencia, impuso las manos sobre Saulo e inmediatamente él recobró la vista. «Enseguida, se levantó y fue bautizado. Después, se alimentó y recuperó las fuerzas». «Saulo pasó algunos días con los discípulos que había en Damasco y luego comenzó a predicar en las sinagogas, afirmando que Jesús es el Hijo de Dios. […] Y dejaba confusos a los judíos que vivían en Damasco» (At 9, 18-20.22).

Los confundía debido a su raro talento, pero sobretodo porque estaba tomado por la gracia divina a la cual siempre deseaba ser fidelísimo.

Dentro de un cesto, es bajado de lo alto de una muralla

Inmediatamente después, San Pablo partió para Arabia, donde permaneció durante tres años (cf. Gl 1, 17-18). A respecto de su estadía en Arabia, el Apóstol dijo que él fue arrebatado «hasta al tercer Cielo – si con el cuerpo o sin el cuerpo, no sé – […] y allá oyó palabras inefables» (II Cor 12, 2-4).

En los acantilados del Monte Horeb, donde estuvieron Moisés y Elías, Nuestro Señor le reveló «los misterios de la Ley nueva y sus relaciones con el Antiguo Testamento, que él desarrollará más tarde en un lenguaje cuya sublimidad jamás será igualada».

Finalizado ese retiro, regresó a Damasco y continuó sus fervorosas oraciones.

Los judíos impíos consiguieron implicar al propio gobernador de Damasco, que mandó poner guardias a fin de controlar «día y noche las puertas de la ciudad, para matarlo» (At 9, 24). Durante una noche los cristianos lo llevaron hasta una parte alta de la muralla, lo colocaron dentro de un cesto y lo hicieron bajar.

Él, entonces, se dirigió a Jerusalén. Llegando allá, buscó a los cristianos, «pero todos tenían miedo de él, pues no creían que él fuese discípulo» (At 9, 28).

Los cristianos de Jerusalén habían escuchado hablar de lo que le sucediera a Saulo a las puertas de Damasco, pero como él desapareció por tres años juzgaban que fuera un hecho sin consistencia. Hasta que un día Bernabé, que con él estudiara en la escuela de Gamaliel, lo presentó a San Pedro y Santiago el Menor (cf. Gl 1, 18-19), les contó el milagro que convirtiera a Saulo y «como, en la ciudad de Damasco, él había orado, corajudamente, en el Nombre de Jesús» (At 9, 27).

San Pablo fue, entonces, admitido en la comunidad de los cristianos de Jerusalén, y luego se puso en lucha doctrinaria por la Iglesia, discutiendo con los judíos de lengua griega.

Sufrimientos soportados con ufanía

Tal fue el odio de esos impíos a San Pablo que «procuraban matarlo» (At 9, 29). Para librarlo, algunos cristianos lo llevaron hasta Cesarea de Palestina, y de allí lo enviaron a su ciudad natal, Tarso (cf. At 9, 30). Él se había quedado en Jerusalén apenas durante quince días (cf. Gl 1, 18). Había, entonces, en Israel dos ciudades con el nombre Cesarea: la de Palestina, en la cual residía el gobernador romano de Judea, y la de Felipe (Filipo).

Conforme Nuestro Señor había predicho a Ananías (cf. At 9, 16), San Pablo sufrió mucho, pero con ufanía, por haber luchado ardorosamente por la expansión de la Santa Iglesia.

Dice él: «Cinco veces, recibí de los judíos cuarenta chicoteadas menos una; tres veces fui pegado con varas; una vez, apedreado; tres veces naufragué; pasé una noche y un día en altamar; hice innúmeros viajes, con peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de parte de mis compatriotas, peligros de parte de los paganos, peligros en la ciudad, peligros en regiones desiertas, peligros en el mar, peligros por parte de falsos hermanos; trabajos y fatigas, innúmeras vigilias, hambre y sed, frecuentes ayunos, frío y desnudez» (II Cor 11, 24-27).

El Dr. Plinio Corrêa de Oliveira comenta:

«Tomando la palabra de Dios como un gladio de dos filos – para usar su propia expresión – que alcanza la conjunción del alma con el espíritu, [San Pablo] obraba conversiones extraordinarias, ya sea por la calidad, ya sea por la cantidad de personas atraídas a la fe cristiana. De tal modo que él abrió un surco sobre el cual la Iglesia Católica prosperó, además de dar el primer paso esencial para la caída del paganismo en el Imperio Romano.»

Pidamos a San Pablo que nos obtenga «ese santo vigor, en todos los sentidos de la palabra, a fin de batallar contra nuestros defectos morales y malas inclinaciones, así como para enfrentar a la Revolución hoy en su auge y mucho más poderosa de lo que fue el paganismo en el tiempo del Imperio Romano».

Por Paulo Francisco Martos

(en «Nociones de Historia de la Iglesia» – 6)

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1- DARRAS, Joseph Epiphane. Histoire Génerale de l’Église depuis la Création jusqu’à nos jours. Paris : Louis Vivès. 1869, v. V, p. 375.
2- Idem, ibidem, p. 376.
3- Cf. FILLION, Louis-Claude. La sainte Bible avec commentaires – Actes des Apôtres. Paris: Lethielleux.c. 1889, p. 668.
4- CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. São Paulo, prefigura dos apóstolos dos últimos tempos. In Dr. Plinio, São Paulo. Ano VIII, n. 82 (janeiro 2005), p. 29-30.

 

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