viernes, 29 de noviembre de 2024
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Avivar y revivir

Redacción (Miércoles, 31-01-2018, Gaudium Press) Comienza 2018; y como se experimenta en cada cambio de año, se nutren deseos, esperanzas y, también, aprehensiones.

Solo que esta vez, nos asaltan preocupaciones y temores mayores que en otras ocasiones, al constatar cuánto la humanidad se va apartando de las vías cristianas.

De todas las razones que podrían darse para justificar esta inquietud y temor, hay una que sobresale protuberantemente: es el estado de desdén generalizado y creciente, cuando no de irreverencia, con que es tratado el misterio eucarístico.

No nos referimos a lo que ya va dejando de ser noticia, como son los sacrilegios que se cometen contra los sagrarios que guardan el precioso tesoro de la presencia real. A menudo vemos que son violados, tiradas las hostias consagradas por el suelo… o llevadas para ser utilizadas en ritos satánicos. Justamente una notica nos viene de Roma en ese sentido. En la iglesia de San Lorenzo in Piscibus que está situada a pocos metros de la Plaza de San Pedro, en diciembre pasado sucedió un hurto sacrílego de formas consagradas. ¡Al lado del Vaticano! Dicho templo es también sede del Centro Internacional Juvenil San Lorenzo, organismo que colabora en la preparación de las sucesivas ediciones de la Jornada Mundial de la Juventud.

¿Hasta dónde llegará la osadía de los profanadores? Es el caso de orar con el salmista: «¿Hasta cuándo, Yahveh, me olvidarás? ¿Por siempre? ¿Hasta cuándo me ocultarás tu rostro? ¿Hasta cuándo tendré congojas en mi alma, en mi corazón angustia, día y noche? ¿Hasta cuándo triunfará sobre mí mi enemigo?» (Salmo 13)

Si a esos chocantes sacrilegios le sumamos otros, mucho menos aparentes pero tanto más numerosos, que cometen aquellas personas que se acercan a comulgar en estado de pecado mortal, ¿qué decir?

De internis non iudicat Ecclesia; la Iglesia no juzga esa zona delicada y tan personal de las conciencias. Pero es un hecho constatable contra el cual no valen los argumentos: muchas personas se acercan a la comunión y poquísimas al confesionario. En este accionar hay, digamos, por lo menos, un desequilibrio…

Otro síntoma inquietante es el no pequeño número de personas que reciben la comunión en ropas nada acordes con la sublimidad del Sacramento eucarístico, faltando así el respeto al Señor y escandalizando al pueblo fiel.

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Pero dejemos de lado la impiedad, sea abultada o discreta, y reflexionemos sobre lo que podríamos llamar el «despiste» de tantísima gente en relación a la Eucaristía.

En los sagrarios de nuestras iglesias y capillas se reserva el Santísimo. Para indicar la divina presencia, hay siempre una lamparita encendida que dice al que llega o al que pasa: «Dios está aquí». Entretanto, se volvió normal que las personas entren en una iglesia y no saluden al Santísimo con la genuflexión de rigor. Ni siquiera un ademán a distancia, una venia, una mirada, ¡Nada!

No pensamos en turistas agnósticos o en curiosos ocasionales para los cuales la Hostia consagrada no representará gran cosa… Se trata muchas veces de fieles católicos que van a participar de una celebración, de una boda, por ejemplo.

¿Falta consentida? ¿Ignorancia culposa? ¿Ligereza irresponsable? ¿Descuido involuntario?…sea lo que sea: la cosa se constata. Hasta se podrá suponer que en muchos casos las personas son más víctimas que culpables, pero la consecuencia está a la vista: El Señor no es adorado ni respetado en su Sacramento del Amor.

Hay otro indicio muy preocupante al que aludió el Papa Francisco en su catequesis durante la audiencia general del 13 de diciembre pasado: Es el incumplimiento del precepto dominical por parte de muchos católicos. «Algunas sociedades secularizadas han perdido el sentido cristiano del domingo iluminado por la Eucaristía. Es un pecado, esto.» (…) «Los cristianos tenemos necesidad de participar en la Misa dominical porque sólo con la gracia de Jesús, con su presencia viva en nosotros y entre nosotros, podemos poner en práctica su mandamiento, y así ser sus testigos creíbles».

Entonces, queda claro que los que no cumplen con el deber dominical, pecan; y si no se nutren de la energía indispensable que parte de la Eucaristía, para cumplir con el precepto, no podrán realizar la obligación. Se diría que es un círculo vicioso: si no voy, peco; y, al no ir, no consigo la fuerza para dejar de pecar… ¿Cómo romper esta aparente fatalidad? ¡Pues sencillamente recomenzando a ir a Misa de nuevo, saludado con respeto al Santísimo como lo aprendimos desde niños, y cuidando la presentación al ir al encuentro del Señor!

Se trata de avivar las enseñanzas básicas del catecismo que en tantos casos han pasado a ser letra muerta; pero también de recordar y revivir los encantos de la primera comunión, hecha en aquella atmosfera inocente y primaveral de la vida espiritual, antes de que la venalidad de la edad madura llegara a tiznar el amor en el corazón. Nunca será tarde: mientras hay tiempo, hay oportunidades para «allanar los senderos» (como predicaban Isaías y Juan el Bautista).

Ignorancia y ofensas en relación a la Eucaristía, son algunos de los sombríos signos de los tiempos con que se abre el 2018. Que al iniciar el año 2019, las cosas sean diametralmente otras. Mientras tanto, vamos allanando senderos, seguros de que es de la Eucaristía de donde parte cualquier regeneración.

Sao Paulo, enero de 2018.

Por el P. Rafael Ibarguren, EP

(Publicado originalmente en www.opera-eucharistica.org)

 

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