viernes, 29 de noviembre de 2024
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La Inmaculada Concepción de María Santísima

Redacción (Viernes, 08-12-2017, Gaudium Press) De entre las innúmeras órdenes religiosas inspiradas por el Espíritu Santo, una de ellas se destaca por la extrema caridad: los mercedarios.

Los monjes de Nuestra Señora de las Mercedes se entregaban libremente al martirio a cambio de la liberación de los cautivos que, la mayoría de las veces, eran personas desconocidas a los religiosos.

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Entretanto, un modo más perfecto y súper excelente, por encima de esta forma de rescate, sería el salvar de la cárcel al futuro prisionero antes incluso de ser capturado.

Teniendo en vista la Encarnación del Verbo en el seno purísimo de la Virgen María, Dios aplicó los méritos de la Sangre redentora de Cristo en el alma de Ella de la manera más excelente: antes incluso de su Concepción, Ella fue redimida y libre del pecado ante prevista merita.

Diferentemente de San Juan Bautista, que fue santificado en el vientre materno – recibió la herencia del pecado, sin embargo fue libre de éste antes mismo de nacer – Nuestra Señora, en atención al Hombre-Dios que nacería de su seno, nunca conoció, por un instante siquiera, el pecado de Adán. Ella es la única criatura a quien no se aplica el salmo de David: «Es que nací en la culpa, mi madre me concibió en el pecado» (Sl 50, 7).

Cada Persona de la Santísima Trinidad poseía motivos diversos para la preservación de María del pecado, y su propia misión lo exigía. Veamos cuánto convenía a cada una de ellas la preservación de María de la culpa original.

Convenía a Dios Padre conservar a María libre de toda mancha por ser Ella su primogénita, por causa de su misión de Medianera entre Dios y los hombres. Además, Ella habría de aplastar la cabeza de la serpiente, y, principalmente, por su elección como Madre del Hijo Unigénito de Dios.

A Dios Hijo era conveniente tener una Madre Inmaculada, pues «la gloria del hombre proviene de la honra de su padre» (Eclo 3, 13). Y todavía, ¿cómo podría el Legislador del Cuarto Mandamiento dejar de honrar a su Madre con este privilegio?

¿Cómo podría el Espíritu Santo, al crear su Esposa, dejar de darle la hermosura intachable? ¿O dejar de acumularla con la mayor santidad que una criatura pueda alcanzar? [1]

Comenta San Juan Damasceno a ese respecto:

El Señor la conservó tan pura en cuerpo y alma, como realmente convenía a aquella que concebiría a Dios en su seno. Pues santo como Él es, busca vivir solo entre los santos. Por tanto, el Eterno Padre podía decir a esta hija: Como el lirio entre las espinas, eres tú, mi amiga, entre las hijas (Ct 2,2): Pues, mientras las otras fueron manchadas por el pecado, tú fuiste siempre inmaculada y llena de gracia. [2]

«Tú fuiste siempre Inmaculada y llena de gracia». Es una verdad siempre creída y alabada por todos los fieles a lo largo de los siglos y que, entretanto, fue proclamada como dogma solamente en el siglo XIX.

Por la Hna. Ana Bruna de Genaro Lopes, EP
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[1] Cf. SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO. Glórias de Maria. Aparecida: Santuário, 1987, p. 236-250.
[2] Cf. SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO. Op. cit. p. 240.

 

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