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Inmaculada Concepción

Redacción (Lunes, 09-12-2019, Gaudium Press) A esta criatura dilecta entre todas, superior a todo cuanto fue creado, e inferior solamente a la humanidad santísima de Nuestro Señor Jesucristo, Dios confirió un privilegio incomparable, que es la Inmaculada Concepción.

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El vocabulario humano no es suficiente para expresar la santidad de Nuestra Señora. En el orden natural, los santos y los doctores la compararon al sol. Pero si hubiese algún astro inconcebiblemente más brillante y más glorioso que el sol, es a ese que la compararían.

Y acabarían por decir que este astro daría de Ella una imagen pálida, defectuosa, insuficiente. En el orden moral, afirman que Ella trascendió de mucho todas las virtudes, no solo de todos los varones y matronas insignes de la antigüedad, sino – lo que es inmensurablemente más – de todos los Santos de la Iglesia Católica.

Imagínese una criatura teniendo todo el amor de San Francisco de Asís, todo el celo de Santo Domingo de Guzmán, toda la piedad de San Benito, todo el recogimiento de Santa Teresa, toda la sabiduría de Santo Tomás, toda la intrepidez de San Ignacio, toda la pureza de San Luis Gonzaga, la paciencia de un San Lorenzo, el espíritu de mortificación de todos los anacoretas del desierto: ella no llegaría a los pies de Nuestra Señora.

Más aún. La gloria de los ángeles es algo de incomprensible al intelecto humano. Cierta vez, apareció a un santo su Ángel de la Guarda.

Tal era su gloria, que el santo pensó que se tratase del propio Dios, y se disponía a adorarlo, cuando el ángel reveló quien era. Ahora, los Ángeles de la Guarda no pertenecen habitualmente a las más altas jerarquías celestes. Y la gloria de Nuestra Señora está inconmensurablemente arriba de la de todos los coros angélicos.

¿Podría haber contraste mayor entre esta obra-prima de la naturaleza y la gracia, no solo indescriptible sino hasta inconcebible, y el charco de vicios y miserias, que era el mundo antes de Cristo?

La Inmaculada Concepción

A esta criatura dilecta entre todas, superior a todo cuanto fue creado, e inferior solamente a la humanidad santísima de Nuestro Señor Jesucristo, Dios confirió un privilegio incomparable, que es la Inmaculada Concepción.

En virtud del pecado original, la inteligencia humana se tornó sujeta a equivocarse, la voluntad quedó expuesta a desfallecimientos, la sensibilidad quedó presa a las pasiones desordenadas, el cuerpo por así decir fue puesto en revuelta contra el alma.

Ahora, por el privilegio de su Concepción Inmaculada, Nuestra Señora fue preservada de la mancha del pecado original desde el primer instante de su ser. Y, así, en Ella todo era armonía profunda, perfecta, imperturbable. El intelecto jamás expuesto a error, dotado de un entendimiento, una clareza, una agilidad inexpresable, iluminado por las gracias más altas, tenía un conocimiento admirable de las cosas del cielo y de la tierra.

La voluntad, dócil en todo al intelecto, estaba enteramente dirigida al bien, y gobernaba plenamente la sensibilidad, que jamás sentía en sí, ni pedía a la voluntad algo que no fuese plenamente justo y conforme a la razón. Imagínese una voluntad naturalmente tan perfecta, una sensibilidad naturalmente tan irreprensible, esta y aquella enriquecidas y súper-enriquecidas de gracias inefables, perfectísimamente correspondidas a todo el momento, y se puede tener una idea de lo que era la Santísima Virgen. O antes se puede comprender por qué motivo ni siquiera se es capaz de formar una idea de lo que la Santísima Virgen era.

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 «Inimicitias Ponam»

Dotada de tantas luces naturales y sobrenaturales, Nuestra Señora conoció por cierto, en sus días, la infamia del mundo. Y con esto amargamente sufrió. Pues cuanto mayor es el amor a la virtud, tanto mayor es el odio al mal.

A veces, María Santísima tenía en sí abismos de amor a la virtud, y, por tanto, sentía forzosamente en sí abismos de odio al mal. María era pues enemiga del mundo, del cual vivió ajena, segregada, sin cualquier mezcla ni alianza, dirigida únicamente hacia las cosas de Dios.

El mundo, a su vez, parece no haber comprendido ni amado a María. Pues no consta que le hubiese tributado admiración proporcionada a su hermosura castísima, a la gracia nobilísima, a su trato dulcísimo, a su caridad siempre exorable, accesible, más abundante que las aguas del mar y más suave que la miel.

¿Y cómo no habría de ser así? ¿Qué comprensión podría haber entre aquella que era toda del Cielo, y aquellos que vivían solo para la tierra? ¿Aquella que era toda fe, pureza, humildad, nobleza, y aquellos que eran todos idolatría, escepticismo, herejía, concupiscencia, orgullo, vulgaridad?

¿Aquella que era toda sabiduría, razón, equilibrio, sentido perfecto de todas las cosas, templanza absoluta y sin mancha ni sombra, y aquellos que eran todo desmanes, extravagancia, desequilibrios, sentido errado, cacofónico, contradictorio, llamativo a respecto de todo, e intemperancia crónica, sistemática, vertiginosamente creciente en todo?

¿Aquella que era la fe llevada por una lógica diamantina e inflexible a todas sus consecuencias, y aquellos que eran el error llevado por una lógica infernalmente inexorable, también sus últimas consecuencias? ¿O aquellos que, renunciando a cualquier lógica, vivían voluntariamente en un pantano de contradicciones, en que todas las verdades se mezclaban y se ensuciaban en la monstruosa interpenetración de todos los errores que le son contrarios?

«Inmaculado» es una palabra negativa. Ella significa etimológicamente la ausencia de mácula, mancha, y, pues, de todo y cualquier error por menor que sea, de todo y cualquier pecado por más leve e insignificante que parezca. Es la integridad absoluta en la fe y la virtud.

Y, por tanto, la intransigencia absoluta, sistemática, irreductible, la aversión completa, profunda, diametral a toda la especie de error o de mal.

La santa intransigencia en la verdad y el bien, es la ortodoxia, la pureza, como en oposición a la heterodoxia y al mal. Por amar a Dios sin medida, Nuestra Señora correspondientemente amó de todo corazón todo cuanto era de Dios.

Y porque odió sin medida el mal, odió sin medida a satanás, sus pompas y sus obras, el demonio y la carne. Nuestra Señora de la Concepción es Nuestra Señora de la santa intransigencia.

Por Monseñor João Clá Dias, EP

(in Pequeno Ofício da Imaculada Conceição Comentado, Volume I, 2° Edição – Agosto 2010, p. 436 à 441)

 

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