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¡Comenzó el Adviento!

Redacción (Viernes, 06-12-2019, Gaudium Press) Estamos en la primera semana de Adviento. En el mundo antiguo indicaba la visita del rey o del emperador a una provincia; en lenguaje cristiano significa la «venida de Dios», su presencia en el mundo; un misterio que envuelve enteramente el cosmos y la historia, y que conoce dos momentos culminantes: la primera y la segunda venida de Jesucristo. La primera es la propia Encarnación; la segunda es el retorno glorioso al final de los tiempos.

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El Papa Benedicto XVI, hablando del Adviento, dijo: «Estos dos momentos, que cronológicamente son distantes – y no se sabe cuánto -, se tocan profundamente, porque con su muerte y resurrección Jesús ya realizó la transformación del hombre y del cosmos que es la meta final de la creación. Pero antes del final, es necesario que el Evangelio sea proclamado a todas las naciones, dijo Jesús en el Evangelio de San Marcos (cf. Mc 13,10)».

Ya montamos el pesebre y encendimos la vela verde de la Corona de Adviento; la guirlanda es verde, pues es señal de esperanza y vida, adornada con una cinta roja que simboliza el amor de Dios que nos envuelve, y también la manifestación de nuestro amor, que espera ansioso el nacimiento del Hijo de Dios.

La esperanza es virtud teologal, dada por Dios. «Es en la esperanza que fuimos salvados»: dice San Pablo a los romanos y a nosotros también (Rm 8,24). Es con esa esperanza que podemos enfrentar al mundo materialista que combate contra el espíritu, sin desanimar. San Pedro nos pide que estemos «preparados para presentar a los otros la razón de nuestra esperanza» (1Pd 3,15). El hombre necesita de una esperanza que va más allá de la ciencia y de la política para ser feliz. No es suficiente el «reino del hombre», es necesario el «Reino de Dios». Solo algo del infinito nos puede bastar, algo que será siempre más que aquello que podamos alcanzar. Un mundo sin Dios es un mundo sin esperanza (cf. Ef 2,12).

El Catecismo nos enseña que «La esperanza es la virtud teologal por la cual deseamos como nuestra felicidad el Reino de los Cielos y la Vida Eterna, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en el socorro de la gracia del Espírito Santo» (§ 1817).

Las velas encendidas del Adviento simbolizan nuestra fe, nuestra alegría, nuestra esperanza que no decepciona. Todas serán encendidas por el Dios que viene. Jesús, la gran Luz, «la luz que ilumina todo hombre que viene a este mundo» (Jn 1,9); está para llegar, entonces, nosotros lo esperamos con luces, porque lo amamos y también queremos ser, como El, Luz. Ser cristiano es ser «alter Christus», otro Cristo que se consume como una vela para iluminar las tinieblas del mundo.

El primer domingo de Adviento nos recuerda que el perdón fue ofrecido a Adán y Eva; no fuimos abandonados al poder de la muerte. Ellos murieron en la tierra, pero vivirán en Dios. Jesús se hizo hijo de Adán, sin dejar de ser su Dios, para salvarlo.

En el Evangelio de Lucas, Jesús dijo a los discípulos: «Vuestros corazones no queden sobrecargados con disipación y embriaguez y con los cuidados de la vida… vigilad en cada momento orando» (Lc 21,34.36). Por tanto, sobriedad y oración. San Pablo nos invita a «crecer y aventajar en el amor» entre nosotros y con todos, para tornar nuestro corazón firme e irreprensible en la santidad (cf. 1Ts 3,12-13).

Más que el pesebre y el árbol de Navidad, prepare su corazón con la esperanza que todo supera. «Continuemos afirmando nuestra esperanza, porque es fiel quien hizo la promesa» (Hb 10,23). San Pablo dijo a los Tesalonicenses: no debéis «entristeceros como los otros que no tienen esperanza» (1Ts 4,13).

Por el Prof. Felipe Aquino

 

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