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La Belleza salvará al mundo

Redacción (Viernes, 07-10-2016, Gaudium Press) Preocupaba enormemente a los Pontífices contemporáneos la avalancha de secularismo que, paso a paso, iba extendiéndose en todos los ambientes. Al mismo tiempo, no dejaban de resaltar que percibían señales de un deseo interior, en las almas, de volver a lo espiritual; una sed hacia las cosas trascendentes y divinas.

Juan Pablo II definía al secularismo como «un movimiento de ideas y costumbres que hace total abstracción de Dios», que embriaga «por el consumo y el placer, sin preocuparse por el peligro de perder la propia alma» (Reconciliatio et Penitencia, 18).

En este alejarse de Dios, acaba aconteciendo en la sociedad, lo que calificaba Benedicto XVI de un «proceso continuo de descristianización» (10-12-2000). La institución de la familia era -entre otras- una de las que más sufría los embates de este penetrante fenómeno. Esta atmósfera de secularización se ha ido difundiendo, en diversas partes del mundo, envolviendo especialmente a los jóvenes y sometiéndolos a la presión de un ambiente en el cual se termina por perder el sentido de Dios y, en consecuencia, se pierde incluso el sentido profundo del amor conyugal y de la familia, hasta el sentido mismo del noviazgo, advertía el Pontificio Consejo para la Familia (13-5-1996).

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La sociedad que nos ha tocado vivir, no comparte, generalmente, las enseñanzas de Cristo Nuestro Señor, y no sólo intenta ridiculizarlas, sino que también busca marginarlas a la esfera privada. Pretendiendo, en concreto, excluir a Dios de la vida de las personas.

La crisis del mundo moderno ha llevado a los hombres a perder los puntos de referencia del misterio de nuestra fe, lo espiritual parece haberse diluido; intoxicados por los ritmos modernos que los rodean, están bajo el efecto del adormecimiento que se produjo en las almas.

Queda así manifestado el motivo por el cual Pablo VI, entre los discursos de clausura del Concilio (8-12-1965), incentivaba a los artistas sobre el camino a seguir, el de la belleza, al decirles: «Este mundo en que vivimos tiene necesidad de la belleza para no caer en la desesperanza. La belleza, como la verdad, es quien pone alegría en el corazón de los hombres; es el fruto precioso que resiste la usura del tiempo, que une las generaciones y las hace comunicarse en la admiración».

Cuando escuchamos al salmista en las Misas cantando el Salmo 18: «los cielos proclaman la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos», comprendemos el manifestarse de Dios a través de la belleza de la Creación. Así también, las obras de un hombre virtuoso manifiestan la belleza de la virtud. Esta esencial relación fundamenta la llamada «via pulcritudinis» – la vía o el camino de la belleza – que es, la presencia de lo bello en sus más variadas representaciones como medio para llevar las almas hacia Dios, Belleza en esencia. Pues todas las formas de belleza existentes reflejan, de algún modo ese atributo de Él, como una participación en la belleza divina. Amar la belleza, encantarse con ella, es un medio de crecer en el amor de Dios, autor de toda belleza. En su manifestación lleva a un abrir de horizontes en los corazones, a un camino hacia Dios, «eleva al hombre a la adoración, a la oración y al amor de Dios Creador», como nos enseña el Catecismo de la Iglesia (2502).

El vivir aturdidos por los ruidos de la modernidad, lo acelerado de la vida, las novedades, el goce de las comodidades, acaba hechizando, y por lo tanto dominando, a los hombres de hoy. No consiguen salir del atolladero en que se encuentran.

Todo ser humano recibe información a través de sus sentidos; pues es, través de ellos, que penetran los efectos exteriores. Es el medio de comunicación, que Dios puso, para relacionarse con lo que lo rodea. Un hecho histórico, de una antigua crónica, nos ayudará a comprender. Relata que el príncipe Vladimiro de Kiev (Rusia, 979-1015), envió a distintos países de Europa diez de sus caballeros para buscar la verdadera religión que debía difundir en su principado. Los legados fueron a los búlgaros, musulmanes, y volvieron desilusionados. Fueron luego a los germánicos, cristianos latinos, y encontraron que su culto era frío, sin sentimiento. Finalmente se dirigieron a Constantinopla, donde los recibió el Emperador, que los puso en contacto con el Patriarca. Convocado un oficio festivo, los legados tuvieron oportunidad de ver la belleza de una solemne celebración litúrgica, con el canto de sus himnos y el perfume del incienso, el majestuoso edificio y la festiva veneración de los celebrantes. Todo eso los dejó profundamente asombrados y maravillados.

A su regreso dijeron a Vladimiro que «no podían expresarse fácilmente en palabras pues, durante la celebración litúrgica, no sabían si se hallaban en la tierra o en el cielo». Vemos que el evento al que asistieron comunicaba, en el alma de estos legados, la alegría de estar frente a la verdadera Religión. ¿Relato histórico? ¿Leyenda? Pues, sea como sea, siempre las leyendas reflejan en algo la verdad.

Bien podemos decir que vivieron una experiencia ante lo noble, hermoso y esplendoroso que penetró en ellos. No fueron argumentos los que impactaron en ellos, fue como un dardo que estremeció sus almas, sintieron el toque de lo bello en su corazón, abriéndoles los ojos.

El Papa Emérito Benedicto XVI comentaba, en uno de los tradicionales discursos de Papas ante los artistas (21-11-2009): «La expresión de Dostoievski (que fue uno de los principales escritores de la Rusia del siglo XIX), que voy a citar, es sin duda audaz y paradójica, pero invita a reflexionar: ‘La humanidad puede vivir -decía- sin la ciencia, puede vivir sin pan, pero sin la belleza no podría seguir viviendo, porque no habría nada que hacer en el mundo. Todo el secreto está aquí, toda la historia está aquí'». En su conocida afirmación «la belleza salvará al mundo», este mismo autor, veía en la persona de Nuestro Señor Jesucristo, la belleza de la Verdad redentora.

Así, por lo tanto, será la belleza, impactando en los corazones, la fórmula para enfrentar el secularismo reinante.

Por el P. Fernando Gioia, EP.

(Publicado originalmente en La Prensa Gráfica de El Salvador. 6 de octubre de 2016)

 

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