sábado, 30 de noviembre de 2024
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Inocencia y fotografías

Redacción (Miércoles, 01-06-2016, Gaudium Press) Entrar en el mundo maravilloso de un libro de fotografías de aquellos que registran paisajes y aspectos cotidianos de la vida de un país o región, primorosamente editados y a veces puestos en la sala de una casa para distraernos un poco, es algo más que un pasatiempo distendido que frecuentemente se hace sin mucha reflexión. Sin embargo puede tratarse de un ejercicio espiritual profundo y subconsciente que nos lleva a meditaciones y pensamientos elevados, cuando intentamos comprender la esencia de la psicología y mentalidad de toda una nación con sus individuos, familias y clanes emparentados, agrupados por Dios en un territorio que les dio para vivir supuestamente en paz y caridad mutua, y que ellos han ido trasformando con su creatividad y esfuerzo.

La relación entre una mentalidad colectiva y su entorno, es algo que deleitaba en las inolvidables conferencias del Prof. Plinio Correa de Oliveira. ¡Cuántas veces nos regaló con sus comentarios al paisaje inglés, por ejemplo! El verde esmeralda de sus prados, el esmero detallista de los anglosajones manifestado en los pequeños puentes de comarca, los techos de las casas de campo, los jardines y brocales de los pozos, las enredaderas trepando por paredes viejas y otros pormenores minuciosos que delataban -decía- el modo de ser de un pueblo que da importancia a las pequeñas cosas sin dejar de ser un intrépido corsario sediento de aventuras, exploraciones marinas y navegaciones tormentosas donde el alma se emociona por la lucha y el riesgo.

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Bolton Abbey, en North Yorkshire, Reino Unido

Otras veces los comentarios a los molinos de viento en la manchega llanura, seca y dura, cicatrizada de tanto batallar el viento sobre sus lomos abiertos y áridos de una España indómita, guerrera, austera y legendaria. O de la Provenza en el sur de la dulce Francia, los cultivos del perfumado azul de las florecitas de lavanda, sus viviendas rupestres de ventanillas con cortinitas de casa de muñecas y las viejas carretas de carga tiradas mansamente por obediente jamelgo que parece pensativo.

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Toro en la Rioja, España

De verdad que se aprende mucho intentando encontrar al ángel del paisaje, su psicología celestial puesta al servicio de guardia que Dios le encomendó para a ayudarle desarrollar a toda una nación su pasión fundamental por la vida, y recorrer el camino que la llevará hasta el Cielo desde el pedazo de terruño donde la colocó en este planeta, que el liberalismo de la revolución industrial ha tratado tan brutalmente de hace tres siglos para acá.

Lo más elevado del arte de la fotografía estaría precisamente en eso: intentar atrapar el ángel, el imponderable divino que solo se deja ver de almas sin daño en el sentido de la admiración generosa y agradecida con aquellas cosas cotidianas que nos dio el Creador de la naturaleza, para que a través de ella lo reconozcamos amorosamente, le agradezcamos, lo admiremos y ayudemos a conservar y perfeccionar los panoramas que hizo para el hombre, un ser tan consentido por El que suscitó la envidia del ángel más bello de sus coros celestiales, hasta hacerse un monstruo de odio que quiere desfigurar la tierra.

Encima de lo natural está siempre inequívocamente lo sobrenatural, lo metafísico y santo que es muy fácil descubrir desde la mirada inocente y plácida de quien busca a Dios en todo a su alrededor. Los paisajes, en una toma fotográfica instantánea de conjunto, revelan un aspecto tan maravilloso de la creación que bien vale pedirle a Dios Nuestro Señor nos restaure la inocencia tal vez perdida por el afán de sobresalir y de lucro, para volver a ser como niños preparados para su Primera Comunión y podamos entrar al Reino de los Cielos, que en materia de paisajes y panoramas debe ser algo sublime.

Por Antonio Borda

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