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San Antonio del cual se habla bastante, y mucho aún se tiene que decir

Redacción (Viernes, 14-06-2019, Gaudium Press) Se habla bastante de San Antonio. Se habla de aspectos de su vida que son importantes, que no son de ningún modo despreciables, sin embargo, se habla insuficientemente de otras características de alma y de la vida de este Santo que, después de la Santísima Virgen, es el más invocado en todo el mundo.

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Por ejemplo, jamás conseguiremos comprender la espiritualidad de San Antonio de Padua sin analizar en él ese aspecto esencial y omnipresente de nuestra existencia en este valle de lágrimas: la lucha, el combate, el sufrimiento.

San Antonio tuvo estos aspectos, pero de ellos se habla poco o insuficientemente.

Veamos algunos puntos de ese Santo extraordinario que no es de Lisboa, ni de Padua, sino de todo el Mundo…

Renuncia a la propia voluntad

Tras cinco meses de noviciado, consiguió ser enviado a la tierra que diera los primeros mártires a la Orden Franciscana.

Pensaba haber llegado al auge de su lucha terrestre y ya anticipaba la palma del martirio. Sin embargo, la Providencia quería de él una lucha más larga y difícil, cuyo primer paso consistía en la entera renuncia a su propia voluntad.

Poco después de desembarcar en suelo africano, fuertes fiebres lo acometieron, tornándolo incapaz de cualquier actividad, y el superior lo envió de vuelta a Europa.

En el viaje de retorno, el navío fue arrastrado por una tempestad a las costas de Sicilia. Después de pasar algunos meses en el convento de Messina, Fray Antonio se dirigió a Asís, donde se realizaría un Capítulo General de la Orden, en las vísperas de Pentecostés del año 1221, presidido por el propio San Francisco.

Terminada la Asamblea, siendo además desconocido en medio de aquella multitud de frailes, pidió al Provincial de Romandiola que lo acogiese como subalterno, y pasó a vivir en el Eremitério de San Pablo. Ignorando su linaje y formación, le dieron la función de ayudante de cocina, la cual asumió sin titubear.

De este modo, pasó largos meses en el más completo anonimato, teniendo por celda una gruta y aceptando todo sin el menor reclamo.

¿Quién osaría afirmar ser esta victoria sobre sí mismo inferior a la alcanzada por los mártires de Marruecos?

Predicador intrépido

«No debemos quedar callados delante del mal».

Bien podríamos resumir con estas palabras del Papa Benedicto XVI las predicaciones de nuestro santo.

Dotado de devoción, elocuencia y rara memoria – conocía de memoria las Escrituras -, Fray Antonio atraía a multitudes a sus predicaciones.

Intrépido, no tenía recelo de reprobar los errores de sus oyentes, incluso si se tratase de autoridades civiles o eclesiásticas.

Cierta vez interpeló públicamente a un Obispo que se adornaba de forma vanidosa: «¡Tengo algo que decirte a ti que usas la mitra!». Y le censuró sus faltas. El culpado derramó abundantes lágrimas y cambio de conducta.

Tampoco vaciló en enfrentar al cruel gobernador Ezzelino, yendo a buscarlo en Verona.

Percibiendo la profundidad teológica de los sermones del Fray Antonio y la santidad de su conducta, los demás frailes pidieron autorización a San Francisco para que aquel hermano les enseñase la sacra doctrina.

Hasta entonces, el santo fundador se había mostrado contrario a que los franciscanos se dedicasen a los estudios, con temor de que se desviaren del carisma de la Orden y se enfriarían en la vida espiritual. Sin embargo, conocedor de las virtudes de ese su hijo espiritual, accedió al pedido de los frailes, escribiendo al santo:

«Creo conveniente que enseñes a nuestros hermanos la Sagrada Teología; desde que ellos no descuiden, por este estudio, el espíritu de la santa oración, de acuerdo con la regla que profesamos».

Misión en una Francia influenciada por la herejía

Poco duró el magisterio junto a sus hermanos, pues, en el año 1224, el santo religioso fue enviado a predicar al sur de Francia, donde se esparcía la herejía cátara o albigense.

Durante tres años recorrió las ciudades de Montpellier, Toulouse, Le Puy y Limoges, llevándoles la luz de la verdadera Fe.

De muchos de sus oyentes recibió manifestaciones de sincero arrepentimiento; de otros, desprecio y burlas, a pesar de ser acompañadas sus predicaciones por numerosos milagros.

En Toulouse, por ejemplo, un cátaro que persistía en negar la presencia real de Cristo en la Eucaristía le propuso un desafío: durante tres días dejaría a una mula sin cualquier alimento, y la llevaría después a la plaza pública, donde Fray Antonio le presentaría la custodia con el Santísimo Sacramento, mientras tanto el hereje le ofrecería un montón de heno.

Así se hizo y el animal, aún hambriento, no probó el alimento sin antes hacer una profunda reverencia a Jesús Eucarístico.

Muchos se convirtieron a la vista de tamaño milagro.

Fidelidad al carisma

En el año 1227, Fray Antonio dejó definitivamente Francia.

Habiendo sido convocado para un nuevo Capítulo General de la Orden, el primero a realizarse después de la muerte del seráfico fundador, fue electo Superior Provincial de la Emilia-Romagna, región en la cual el santo pasaría los cuatro últimos años de su vida.

La ciudad de Padua, sede del Provincialato, recibió en abundancia el calor de sus palabras y las manifestaciones de su bondad para con todos.

Con incansable solicitud visitó también Ferrara, Bolonia, Florencia, Cremona, Bérgamo, Brescia y Trento, levantando nuevos conventos, imponiendo hábitos a los novicios y, sobre todo, dando a todos el ejemplo de la santa pobreza.

Dios había retirado del mundo a ‘il Poverello’, pero dejara a un «segundo Francisco» la tarea de luchar para conservar la llama de su obra.

Los beneficios de su santidad no se circunscribían al ámbito de los frailes menores, pues se extendían a toda la población.

No había iglesia capaz de contener las multitudes – a veces 20 mil fieles- que acudían para oírlo.

Y el propio Papa Gregório IX, después de oír una de sus predicaciones de Cuaresma, lo llamó de «Arca del Testamento».

Tantas actividades, sin embargo, eran mezcladas con períodos de recogimiento, en los cuales restauraba, en la contemplación, las fuerzas para la acción.

Le encantaba para eso el bendecido Monte Alverna, donde su santo fundador recibiera los sagrados estigmas, lugar grandioso y propicio para el contacto con lo sobrenatural. Allí pasó el inverno del año 1228.

Otros puntos más tendríamos para ser aquí traídos, sin embargo, si estos hechos apuntados aquí despiertan el deseo de conocer otros, alcanzamos nuestro objetivo.

No faltará oportunidad para hablar de San Antonio. (JSG)

 

 

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