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¡Estad atentos!

Redacción (Viernes, 03-05-2019, Gaudium Press) Uno de los temas de fundamental importancia tratados por Nuestro Señor, en los últimos días de su vida en esta Tierra, fue la preparación para la muerte.

Vivimos en esta Tierra en estado de prueba

«Jesús pasaba los días en el Templo enseñando; saliendo de allí, pasaba la noche en el Monte llamado de los Olivos» (Lc 21, 37); a veces, Él se dirigía a la casa de Lázaro, en Betania, para reposar (cf. Mt 21, 17).

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De aquel simbólico Monte se podía avistar el Templo de Jerusalén.

«Al atardecer, el imponente edificio era el último a ser iluminado por la luz del Sol, de forma que, cuando la ciudad ya estaba en la penumbra, él todavía refulgía por los reflejos dorados de los últimos rayos del Astro Rey que se iba poniendo en el horizonte.»

Fue en ese ambiente que Nuestro Señor habló a sus discípulos sobre la destrucción del Templo, las persecuciones que los buenos sufrirán, el fin del mundo. Trató también de la necesidad de cada persona prepararse para la muerte, recomendando:

«¡Estad atentos! Porque no sabéis en qué día vendrá el Señor. Comprended bien eso: si el dueño de la casa supiese a qué horas vendría el ladrón, ciertamente vigilaría y no dejaría que su casa fuese robada.

«¡Por eso, también vosotros estad preparados! Porque en la hora en que menos pensáis, el Hijo del Hombre vendrá» (Mt 24, 42-44).

Comenta Monseñor João Clá:

«Hay personas amantes de la estabilidad y la seguridad que se afligen y tienen verdadero pánico de imprevistos. Son aquellos que les gusta calcular todo, no solo para el día siguiente, como para la semana y el mes subsecuente. En ciertos casos hasta marcan los viajes en la agenda con tres años de antecedencia, planeando y delineando los menores detalles.

«Habrá un viaje, entretanto, de cara al cual tenemos la tendencia de no preocuparnos en hacer ningún programa. De hecho, para emprenderlo no precisamos verificar la validez del pasaporte, ni hacer las valijas o providenciar algún material, pues él es sui generis y se da por sorpresa: la muerte.

«Nuestra propensión natural es creer que estamos en esta Tierra seguros y para siempre, y, en consecuencia, ignorar que aquí vivimos en estado de prueba, para ser analizados por Dios y recibir el premio o el castigo según nuestras obras, conceptos estos que tampoco son ajenos.

Seamos vigilantes, pues no sabemos la hora de nuestra muerte

«Alguien podría preguntar si de parte de Dios no sería más afectuoso y más bondadoso que, luego al nacer, el bebé ya trajese en el brazo un tatuaje divino grabado por el Ángel de la Guarda con la fecha de su fallecimiento. De esta forma, los padres y parientes sabrían cuántos años el niño iría vivir. Y este, al adquirir el uso de la razón, cuestionaría a la madre sobre el significado de aquella
marca, obteniendo seguro esta respuesta: ‘Mi hijito, ella indica cuánto tú vas a durar’…

«¿Tal noticia no ayudaría a prepararnos mejor para la hora de la muerte? ¡No! Dada la miseria humana, fruto del pecado original, si alguien supiese el instante exacto de su muerte, juzgaría tener tiempo de sobra para gozar y se entregaría a una vida pésima, completamente relajada y negligente.

«En el último día, a la última hora, buscaría un sacerdote que le administrase los Sacramentos, exponiéndose al grave riesgo de no recibirlos…

¡Y acto continuo, después del drama de la muerte, vendría la sorpresa del Juicio particular y de la sentencia inapelable de Dios! […]
«Siendo así, Dios, que en todo actúa de manera perfectísima, no nos avisa la hora de la muerte para impulsarnos a practicar con mayor mérito y eficacia la virtud de la vigilancia. […]

«¡Cuánta gente hay, todavía, que se ilusiona considerando ser eterna esta vida! Cuántos hay, de mentalidad relativista, que piensan:
‘Ahora yo voy a pecar, después me confieso’… Es una verdadera locura, pues Dios puede decir: ‘¡Basta!’.

La vigilancia es indispensable para la salvación

«Y la muerte puede sorprendernos en el instante exacto en que lo estamos ofendiendo. Por esta razón debemos estar siempre preparados para la hora del supremo encuentro con el Señor.

«Tal vigilancia consiste, antes que nada, en evitar el pecado, respecto al cual tan poco se habla hoy y que, infelizmente, con tanta frecuencia se comete.

«El mundo vive ahogado en el vicio: son modas sin modestia, costumbres decadentes e inmorales, conversaciones indecentes, programas de televisión licenciosos, ciertos carteles y revistas…

«Sabemos, por la moral católica, que quien se aproxima a una ocasión próxima de pecado, consciente y voluntariamente, ya de sí perdió la gracia de Dios, porque está poniéndose en riesgo con temeridad.

«Así lo explica el Padre Royo Marín: ‘Aquel que permanece, con conocimiento y sin motivo suficiente, en ocasión próxima y voluntaria de pecado grave muestra bien claro que no tiene voluntad seria de evitar el pecado, en el cual caerá de hecho fácilmente.

«‘Y esto constituye, de sí, una grave ofensa a Dios, continua y permanente, de la cual el pecador no se liberará hasta que decida con eficacia romper con aquella ocasión.’

«La verdadera vigilancia, pues, es indispensable para la salvación y antecede hasta la propia oración, llevándonos a cerrar el corazón al pecado y a de él alejarnos, de manera a no entregarnos siquiera a la menor ofensa a Dios.»

Juicio particular

Luego después de la muerte de una persona, su alma es sometida al juicio particular, como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1022). En ese juicio toda su vida le aparecerá como escenas de un teatro; Nuestro Señor la juzgará y la sentencia será: Cielo, Infierno o Purgatorio.

En el Juicio particular, «re-veremos todas nuestras impresiones, aprecios, ansias o raciocinios por el prisma de la Verdad, que se presentará majestuosa delante de nosotros. En esa hora, ¿de qué nos servirán las honras, las riquezas, los placeres, los romanticismos y cosas del género?

«¡Terrible será comparecer a ese juicio en estado de pecado, sin el debido arrepentimiento y sin haber recibido el Sacramento de la Reconciliación! Terrible, porque no habrá más tiempo para implorar perdón… Que Dios no nos permita caer en tal situación.»

Pidamos a Nuestra Señora que nos obtenga la virtud de la vigilancia.

Por Paulo Francisco Martos

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(in «Noções de História Sagrada» – 191)

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-CLÁ DIAS, João Scognamiglio. EP. O inédito sobre os Evangelhos. Vaticano: Libreria Editrice Vaticana; São Paulo: Instituto Lumen Sapientiae, 2013, v. I, p. 17.
-ROYO MARÍN, OP, Antonio. Teología Moral para seglares. 4.ed. Madrid: BAC, 1984, v. II, p.397.
-CLÁ DIAS, op. cit., v. I, p. 19-20.22.
Idem, ibidem, 2013, v. II, p. 164.

 

 

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