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Fe en la resurrección de los muertos

Redacción (Lunes, 06-06-2017, Gaudium Press) – Muchos judíos se adhirieron al paganismo propugnado por Antíoco Epífanes y sus secuaces. Pero hubo otros que reaccionaron heroicamente contra la impiedad.

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Resurrección de los muertos – Museo Cluny, París

Un varón de 90 años de edad es martirizado

Eleazar, de edad avanzada, era uno de los más eminentes escribas. Querían obligarlo, bajo pena de muerte, a comer carne de puerco, lo que estaba explícitamente prohibido por la Ley (cf. Lv 11, 7).

«Pero él, prefiriendo muerte gloriosa a una vida en deshonra, se encaminó espontáneamente para el suplicio» (II Mc 6, 19).
Los que antes eran sus amigos, tomándolo a parte, le pidieron que mandase venir carne permitida, por él mismo preparada, y la comiese fingiendo que se estaba sirviendo de la carne prescrita por Antíoco. Así, decían, él quedaría libre de la muerte.

Entretanto el valeroso anciano rechazó esa falsedad, afirmando:

«Esto llevará a muchos jóvenes a persuadirse de que Eleazar, a los noventa años, se pasó a las costumbres paganas. Y por causa de mi fingimiento, por un pequeño resto de vida, ellos serían engañados por mí, mientras, de mi parte, yo solo ganaría mancha y desprecio para mi vejez.

«De resto, si en el presente yo escapase de la penalidad humana, no conseguiría, ni vivo ni después de muerto, huir de las manos del Todopoderoso. Por eso, partiendo de la vida ahora, con coraje, yo me mostraré digno de mi vejez. Y a los jóvenes dejaré el ejemplo de cómo se debe morir honrosamente, con prontitud y valentía, por las venerables y santas leyes» (II Mc 6, 24-28).

Fue, entonces, flagelado hasta exhalar el último suspiro, tornándose «ejemplo de coraje y memorial de virtud, no solo para los jóvenes, sino para la gran mayoría de su pueblo» (II Mc 6, 31).

Torturados y quemados

Otro hecho digno de admiración ocurrió en Antioquía, capital del reino sirio, donde vivía el nefando Antíoco Epífanes. Es narrado en el Segundo Libro de los Macabeos (7, 1-41).

Siete hermanos, junto con su madre, estaban siendo torturados con chicotes delante del propio Rey Antíoco, por no comer carne porcina.

El primero de ellos dijo al monarca: «Estamos listos para morir, antes que transgredir las leyes de nuestros antepasados.»

Enfurecido, Antíoco ordenó que se pusiesen al fuego asaderas y se cortase la lengua de ese primero, le arrancasen el cuero cabelludo y le decepasen las manos y los pies, a la vista de los otros hermanos y de su madre. Después, lo lanzasen a la asadera. Mientras él era quemado, los otros, junto con la madre, se animaban mutuamente a morir con coraje.

En seguida, los otros seis fueron torturados de modo semejante. El segundo, estando casi por expirar, dijo a Antíoco: «Tú, oh malvado, nos sacas de la vida presente. ¡Pero el Rey del universo nos hará resurgir para una vida eterna, a nosotros que morimos por sus Leyes!»

El tercero, que era adolescente, también manifestó su fe en la resurrección de la carne.

El cuarto hizo declaración semejante, agregando: «Para ti, sin embargo, oh rey, no habrá resurrección para la vida». Aclara Fillion: «Los malos también resucitarán, pero no para la vida, como dice tan bien el santo joven, y conforme atestiguan otros pasajes del Antiguo Testamento (cf. Dn 12, 2 etc.).»

Después fue torturado el quinto hermano que, fijando los ojos en el monarca, dijo: «No pienses […] que nuestro pueblo fue abandonado por Dios. ¡Espera un poco, y verás la majestad de su poder, como ha de atormentarte, a ti y a tu descendencia!» Palabras análogas fueron dichas por el sexto hermano.

Una mujer heroica, digna de bendecida memoria

«Sobremanera admirable y digna de bendecida memoria fue la madre, la cual […] supo portarse animosamente por causa de la esperanza que tenía en el Señor. A cada uno de ellos exhortaba […] llena de coraje y animando con fuerza varonil su ternura femenina.»

Como restase el hijo más joven, Antíoco prometió que le daría altos cargos y lo haría rico, si renunciase a la verdadera religión. Porque el joven no le daba la menor atención, el rey se dirigió a la madre pidiéndole que lo aconsejase a aceptar esa propuesta.
La heroica mujer hizo, entonces, esta bellísima declaración de fe:

«Yo te suplico, hijo, contempla el cielo y la Tierra y lo que en ellos existe. Reconoce que Dios los hizo de lo que no existía, y que así también se originó la humanidad. No tengáis miedo de ese verdugo. Al contrario, tornándote digno de tus hermanos, enfrenta la muerte, para que yo te recupere con ellos en el tiempo de la misericordia.»

Y el joven, manifestando su fidelidad a Dios, increpó a Antíoco: «Tú, sin embargo, oh impío y el peor de los criminales del mundo, no te exaltes en vano […] Pues todavía no escapaste al juicio del Dios todopoderoso, que todo ve.

«Cuanto a mis hermanos, habiendo soportado ahora un sufrimiento momentáneo, murieron por la alianza de Dios, por una vida eterna. Tú, entretanto, por el juicio de Dios, has de recibir los justos castigos de tu soberbia.»

«Enfurecido, el rey trató a este con crueldad aún más feroz que a los otros […] Así también este murió sin mancha, confiando totalmente en el Señor.»

Y por último fue muerta la madre. Todo eso ocurrió en un solo día.

Que María Santísima nos obtenga la gracia de la compenetración de que, no cediendo a la ola de pecados que avasalla toda la Tierra y cumpliendo los Mandamientos, un día resucitaremos para la vida y seremos llevados de cuerpo y alma al Cielo.

Por Paulo Francisco Martos

(in «Noções de História Sagrada – 113)

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1 – FILLION, Louis-Claude. La Sainte Bible commentée – Le second Livre des Machabées. 3. ed. Paris: Letouzey et aîné.1923, p. 834.
2 – FILLION, Louis-Claude. La Sainte Bible commentée – Le second Livre des Machabées. 3. ed. Paris: Letouzey et aîné.1923, p. 837.

 

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