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Entrenamiento militar

Redacción (Miércoles, 11-01-2017, Gaudium Press) ¿Un escuadrón de combate en receso? La mayoría de sus caras están marcadas por la madurez de una lucha constante y sin tregua. Si se pudiera ver las cicatrices que les ha dejado la guerra nos aterraríamos: Marcas profundas que a algunas les ha desfigurado -a punta de renuncias, el aspecto mundanal y frívolo de su temprana juventud y ahora las hace ver como unas vírgenes guerreras de Dios, sin ilusiones con un mundo al que aprendieron a despreciar. O mejor, a ver tal cual es. No están cansadas ni abatidas pero dispuestas a seguir la fatigante marcha por la jungla, sin miedo a nada. Han aprendido muchas cosas y conocido muchos secretos de la guerra espiritual como ninguna superficial jovencita de su época y de épocas futuras. Tranquilas, serenas esperan los nuevos embates del enemigo dispuestas a vencer o morir. Es la comunidad de monjas carmelitas de clausura del convento de Lisieux donde cayó en combate un 30 de septiembre de 1897 una de ellas con la bandera en alto y sin quejidos lastimeros: Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz. ¿Qué título de nobleza podría superar a este?

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Algo en todas ellas delata una confianza sin límites en las armas que les asignaron. Las saben manejar con precisión y acierto, y guardan municiones suficientes en la gastada cartuchera personal de su libro de oraciones. Noches de vigilia ante el Santísimo, ayunos en Cuaresma, zafarrancho de combate a todas horas, pequeños sacrificios del amor propio, mortificaciones voluntarias en sus delicadas carnes femeninas, dolor y sufrimiento a veces sobre el límite de lo soportable, obediencia sin el menor asomo de un reclamo, cumplimiento riguroso del manual de instrucciones de combate, que firmaron el día de sus perpetuos votos y sagrado juramento de fidelidad, dispuestas al martirio en las condiciones más dolorosas o difíciles que la Divina Providencia les disponga. Bajo un sol canicular atravesando arideces, sabrán instintivamente buscar la sombra fresca de la cruz de Cristo. Nada las detendrá porque están entrenadas para morir por su ideal e incluso a la renuncia de saborear la victoria total en esta vida.

Hubo tiempo en que la tierra estaba salpicada por los cuatro puntos cardinales de patrullas como estas, hostilizando al enemigo, causándole irreparables estragos, haciendo escaramuzas increíbles, avanzando desafiantes, ayudando a las que quedaban heridas, sepultando con sacro duelo a las derribadas bajo el fuego cerrado de las descargas brutales del demonio y sus secuaces. En materia del conocimiento de las operaciones militares del alma conocían del enemigo sus trampas furtivas, las alambradas que destrozan, los campos minados, las casamatas ocultas. Llevaban en la cara y la mirada las marcas de una guerra simplemente inhumana en la que solo se vence con las reservas del estado de gracia permanente, cargado en la mochila de lona tosca de esta vida en el destierro.

«La vida es una lucha, una lucha atroz, sin tregua y sin descanso hasta las últimas consecuencias», decía alguna vez un aguerrido pensador católico cuyo descanso era el combate diario contra su peor y propio enemigo, del que nunca dejó de desconfiar y al que siempre mantuvo en la mira: Plinio Correa de Oliveira.

¡Cuánto bien haría hoy a las jovencitas enseñarles que no nacieron sino para la lucha, y «de batalla ancho campo es la tierra», como dice un bello himno mariano!

Por Antonio Borda

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