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El "Tránsito" de San Francisco de Asís

Redacción (Sábado, 05-10-2019, Gaudium Press) El atardecer del día 3 de octubre de 1226 era víspera de un Domingo y San Francisco de Asís, fundador de la Orden Franciscana, fallecía delante de los ojos de sus hermanos e hijos frailes.

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Este momento que es conocido como el «Tránsito de San Francisco de Asís», es recordado cada año de una manera muy especial por toda la Familia Franciscana, en la Víspera de la solemnidad del ‘pobrecito de Asís», que es conmemorada el 4 de octubre.

El «Tránsito»

«El tránsito nos evoca un momento simple y sublime: el triunfo del Amor en Francisco de Asís que, habiendo dejado las vanidades, fue cristiano hasta la medula, perfecto discípulo de Jesús», explica en su blog el hermano menor capuchino Fray Rufino María Grández, residente en México.

Diferente de la solemnidad de otros santos, San Francisco, además de su fiesta el 4 de octubre, tiene gran importancia para los franciscanos la ‘memoria’ del Tránsito Francisco de Asís.

Hace siglos los franciscanos celebran esta «memoria» que hoy fue extendida a los templos y las espiritualidades ligadas a San Francisco. Ella es celebrada como siendo una gracia especial.

Gracia especial

Fray Rufino dice en su blog que «los que vivimos el Tránsito desde niños, en el Seminario Seráfico, podemos decir que el Tránsito tiene una gracia especial. Contemplamos cómo murió San Francisco de un modo que parece una liturgia celestial, y quedamos embargados delante de muchos sentimientos: en el fondo es estar junto a San Francisco, yo y Jesús».

El «Tránsito», según San Buenaventura

En sus crónicas conocidas como ‘Leyenda Mayor’, San Buenaventura describe el momento final del Tránsito del Seráfico Santo de Asís:

Aproximándose, por último, al momento de su tránsito, él llamó a su presencia todos los hermanos que estaban en el lugar y, tratando de amenizar con palabras de consuelo el dolor que pudiesen sentir delante de su muerte, los exhortó, con paterno afecto, al amor de Dios.

Después prolongó sus palabras hablándole sobre la guarda de la paciencia, la pobreza y la fidelidad a la Santa Iglesia Romana, insistiendo en colocar la observancia del Santo Evangelio a todas las otras normas.

Sentados a su alrededor todos los hermanos, él extendió sobre ellos las manos, poniendo los brazos y, en forma de cruz por el amor que siempre profesó por esta señal, y, en virtud y nombre del Crucificado, bendijo a todos los hermanos tanto presentes como ausentes.

Y agregó después:

«Estén firmes, hermanos todos, en el temor de Dios y permanezcan siempre en él.

Y como ha de venir la prueba y se aproxima atribulación, felices aquellos que perseveren en la obra iniciada.

Cuanto a mí, yo me voy para Dios, a cuya gracia los dejo todos encomendados».

Concluida esta suave exhortación, mandó el varón muy querido de Dios que le trajesen el libro de los Santos Evangelios y suplicó que le fuese leído el pasaje del Evangelio de San Juan que comienza así: Antes de la fiesta de la Pascua… (Jn 13,1).

Después de eso él entonó como pudo, este salmo:

Gritando clamo al Señor, gritando suplico al Señor… Y lo recitó hasta el final diciendo: Los justos me están aguardando hasta que me des la recompensa (Sal 141).

Por último, habiendo sido cumplidos, en Francisco, todos los misterios, liberada su alma santísima de las ataduras de la carne y sumergida en el abismo de la divina claridad este varón bienaventurado durmió en el Señor. (ARM)

(De la Redacción Gaudium Press, con informaciones de Fratefrancesco.org y hermosas-palabras.blogspot.com.)

 

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