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¡El milagro!, los niños tenían razón

Redacción (Lunes, 15-10-2018, Gaudium Press) El primer investigador eclesial de los acontecimientos ocurridos en Fátima en 1917 fue el Canónigo Manuel Nunes Formigão, que decía: «¿Peligro de estar representando una comedia? ¡Ni en sueños! ¡Tres simples niños como aquellos! ¡El truco no se mantendría en pie ni siquiera medio día!». Era la afirmación de un experimentado «abogado del diablo», como vulgarmente se califica a aquellos hombres de Iglesia que profundizan en acontecimientos, especialmente de tipo místico, de apariciones, para considerar la veracidad de los mismos.

Lucía preguntaba el nombre de la Señora

Lucía, la mayor de los pastorcitos de Fátima, desde los primeros momentos, insistía con la bella Señora diciéndole: «Quería pedirle que nos dijera quién es y que hiciera un milagro para que todos crean que Vuestra Merced se nos aparece». Sentía la necesidad de decir a las gentes quién era la «Señora vestida de sol», así como también, comprobar la veracidad de las apariciones. Nuestra Señora le responde en la segunda aparición: «Continuad viniendo aquí todos los meses. En octubre diré quién soy y lo que quiero, y haré un milagro que todos van a ver, para que crean».

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Seis fueron las apariciones ocurridas. Insistentemente la Virgen les decía que continúen «rezando el rosario todos los días». Al mismo tiempo, dados los ingentes pedidos de Lucía – la única de los tres pastorcitos que mantenía el diálogo con Nuestra Señora – le promete, en la cuarta aparición: «En el último mes haré un milagro para que todos crean».

La Primera Guerra Mundial se estaba desarrollando, pero no tenía impacto alguno en ese alejado lugar. Sin embargo, en septiembre les pide que continúen rezando el rosario, «para alcanzar el fin de la guerra», y les comunica que: «en octubre vendrán también Nuestro Señor, Nuestra Señora de los Dolores y Nuestra Señora del Carmen y San José con el Niño Jesús para bendecir al mundo». Era la quinta aparición.

«En octubre haré un milagro para que todos crean»

Lucía le hace pedidos; la Virgen le responde: «Sí, a algunos curaré, a otros no», y le reafirma que: «En octubre haré un milagro para que todos crean».

Llegó el tan esperado 13 de octubre. Los cronistas relatan que era una mañana fría de otoño casi llegando a su fin, con lluvia persistente, todo era un lodazal. Una multitud, calculada entre 50 a 70 mil peregrinos, había llegado de todos rincones de Portugal. Los niños, que vestían sus trajes de domingo, iban abriéndose camino entre las gentes.

Emociona el relato de la Hermana Lucía. Comienza pidiendo al pueblo -«por un movimiento interior»- que cerrasen sus paraguas para rezar el rosario.

Poco después los niños ven a Nuestra Señora sobre la encina que les dice: «Quiero que hagan aquí una capilla en mi honor. Soy la Señora del Rosario, continúen rezando el rosario todos los días. La guerra va a terminar y los militares volverán en breve a sus casas». Lucía le pide si curaba a unos enfermos y convertía a unos pecadores: «A algunos sí, a otros no. Es preciso que se enmienden, que pidan perdón por sus pecados», le responde. Y tomando un aspecto más triste agregó: «No ofendan más a Dios Nuestro Señor, que ya está muy ofendido».

En ese momento la Virgen desaparece de la vista de los pastorcitos en una luz que Ella misma irradiaba, y se suceden las vaticinadas visiones. Unas simbolizaban los misterios del Rosario, otras la Sagrada Familia, San José con el Niño, que bendijeron al pueblo, y Nuestra Señora del Rosario. Finalmente tienen la visión gloriosa Nuestra Señora del Carmen, con el Niño Jesús en brazos, coronada Reina del Cielo y del Universo.

Mientras contemplaban estas visiones se operó ante la multitud el anunciado milagro. Terminado el coloquio Lucía grita al pueblo: «¡Miren el sol!». Se entreabrieron las nubes, el sol apareció como un inmenso disco de plata, pero que podía ser mirado sin herir la vista. Súbitamente se puso a bailar, giró como rueda de fuego, sus bordes adquirieron color escarlata reflejándose en el suelo, árboles y en los rostros. Giró locamente, tembló espantosamente, y en un zig-zag descomunal se precipitó sobre la multitud aterrorizada.

Un único e inmenso grito escapó de todas las gargantas. Todos cayeron de rodillas en el lodo pensando que serían consumidos por el fuego. Muchos rezaban en voz alta el acto de contrición: «Pésame de todo corazón de haberos ofendido», «Misericordia, Dios mío», «Dios te salve, María». Poco a poco el sol comenzó a elevarse trazando el mismo zig-zag. Se hizo entonces imposible fijar la vista en él.

El «milagro del sol», como ha sido llamado, es una de las pruebas contundentes de la autenticidad de las Apariciones de Fátima. El ser presenciado por cerca de 70 mil personas excluye la posibilidad de atribuirlo a una sugestión colectiva, difícil de acontecer en multitudes. Y, más aún, personas a 40 kilómetros del lugar, vieron moverse el sol.

Un diario anticlerical, testigo insospechado

Podríamos considerar que el más valioso testimonio sobre el «milagro del sol» fue un artículo en el gran diario anticlerical portugués «O Século», dos días después de ocurrido el evento. El redactor principal, Avelino de Almeida, hombre laicista y nada católico, que había escrito ese mismo día 13 un artículo irónico, burlándose de la religiosidad en el lugar las apariciones de Fátima. Se presentó en el local de los hechos, quería ser testigo ocular de la «señal» que había anunciado la Virgen a los tres niños. Así describe: «Ante los ojos asombrados de la multitud, cuyo aspecto era bíblico, de pie, cabezas sin sombreros, mirando con atención el cielo, el sol tembló, hizo increíbles movimientos repentinos fuera de cualquier ley cósmica, el sol ´bailó´ según la expresión de la gente». Dura crítica recibió de los librepensadores, no le perdonaron haber dado tal publicidad y avalar los hechos de Fátima.

Curiosos de todo tipo, eruditos de los más ilustres, casi todos incrédulos, llevados por la predicción de los videntes, estaban presentes. «Lo más sorprendente era que se podía mirar directamente al disco solar, sin que los ojos se lastimaran o se dañara la retina. Durante ese tiempo, el disco del sol no permaneció inmóvil, se mantuvo en un movimiento vertiginoso, giraba alrededor de sí mismo en un furioso remolino», atestigua un profesor de la Facultad de Ciencias de Coimbra.

Los prodigios duraron 12 minutos. Hubo una explosión de alegría: «¡El milagro, los niños tenían razón!» Gritos de entusiasmo retumbaban en las colinas adyacentes, muchos notaron que sus ropas empapadas, pues había llovido durante toda la aparición, estaban completamente secas.

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Caballeros transitan el Viacrucis, en la cercanías del Santuario de Fátima

Había terminado el ciclo de las visiones de Fátima, era la sexta aparición. Queda una interrogación a lo dicho por Nuestra Señora en la primera aparición, el 13 de mayo de 1917: «Vengo a pediros que volváis aquí durante seis meses seguidos, los días 13, y a esta misma hora», agregando después: «Y volveré aquí aún una séptima vez».

Por el P. Fernando Gioia, EP

www.reflexionando.org

(Publicado originalmente en La Prensa Gráfica de El Salvador)

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