viernes, 29 de noviembre de 2024
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Remando contra la corriente

Redacción (Lunes, 16-07-2018, Gaudium Press) Hace muchos años -diría más de 20- una humilde maestra de escuela de la zona fronteriza de Costa Rica con Nicaragua me comentaba: «mire, con la presencia de la televisión, los niños se han hecho menos creativos». Singular observación que, en esos tiempos, uno la consideraba una realidad. Era la experiencia de años de una educadora de niños que sentía que se iba evaporando la capacidad elaborar, inventar, imaginar, ¡de pensar!, de sus educandos.

Hoy, ésta desilusionada educadora, se enfrentaría a situaciones mucho más complejas en su dedicado trabajo. Pasaron los años, y los educadores se enfrentan con niños y adolescentes que -además de esas dificultades – no comprenden lo que están leyendo, o que tienen dificultad en hacer operaciones matemáticas de las más simples, y esto, después de años de escuela.

Conflictivo panorama en el mundo «hiperconectado» que presenciamos. Niños de corta edad, desde los 6 años, pareciera que lo único que los entretiene es estar conectados. El que no lo estuviese, será aislado como si fuera «raro», pues no «comparte», no «juega», no tiene «conversaciones a través de las redes». Es una imposición, a la que no se puede discutir u objetar, hay que seguirla, sí o sí. A esto, curiosamente, no lo califican de «bullying».

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Tal es el «imán» de la pantalla que, ante ellas, los niños pierden la realidad de lo que los rodea, como si no existiese nada en su entorno, se les disipa la noción del tiempo, ni se preocupan por comer, menos aún prestan atención a lo que se les diga. Sus interacciones dejan de ser reales, cara a cara, para transformarse en «virtuales».

Más grave, diría, es el fenómeno que, ante la comodidad de sus padres, a niños que aún no hablan les dan como «pepe electrónico» una tableta o su propio celular; impidiéndoles así de interactuar con su alrededor, de explorar lo que tienen frente a sus ojos, quedando plantados ante la pantalla.

Bien saben las empresas de tecnología que cuanto más temprano sea la edad en que se logre que los niños usen su «plataforma», más fácil es que lo transformen en hábito para toda la vida.

Las personas mayores también se van haciendo «pantalla-dependientes» sufriendo el llamado fenómeno de «homogenización» pues, al pasar muchas horas frente a la pantalla – cosa que no es lo mismo que con un libro con el que se tiene el placer de pasar sus páginas, marcar con un lápiz, parar y mirar al aire pensativo -, la pantalla los capta y no los suelta. Sufren un «flujo de sobreinformación», bombardeados por lo inmediato, saturados de tanta «comunicación».

Hay quienes alertan sobre la pérdida de atención y la disminución de la capacidad de concentración, como si fuera una «epidemia de desatención creciente que afecta todos los ámbitos de nuestra vida», como el neurólogo Claudio Waisburg, director médico del Instituto Neuropediátrico SOMA. (www.gleauty.com/ar/Buenos-Aires)

Poco a poco se van sintiendo las consecuencias del uso excesivo: ansiedad, depresión, trastornos de sueño, afecciones en la vista o en el cuerpo por mala postura, obesidad en niños y jóvenes. Sin dejar de considerar el «ciberacoso» que puedan sufrir niños o adolescentes, por medio de internet.

Difícil es notar que hay funciones en los aparatos electrónicos que, sin uno darse cuenta, van fomentando la conectividad y producen adicción. Todo ha sido estudiado para que los usuarios queden seducidos, inconscientemente, a entrar en internet por sus smartphones, tabletas, computadores. A través de lo que llaman de Experiencia del Usuario (UX: User Experience), se estudian las reacciones, después, se crean «trucos electrónicos para retener la atención», de nuestras mentes (www.lanacion.com.ar/trucos-de-diseno-que-nos-hacen-adictos-a-los-dispositivos-electronicos). El pasar horas leyendo comentarios o mirando fotos publicadas en las redes sociales no sería posible sin la invención del scrolling (deslizamiento) infinito.

Ocurre también cuando al abrir un sitio o una app, se encuentra indefectiblemente con comentarios y publicaciones ajenas. Queda tentado a mirar aunque sea algunos, de un amigo, pero aparecen cantidad de mensajes nuevos sin leer. Aumenta la curiosidad…

Las notificaciones no dejan de ser consideradas como un recurso efectivo del diseño adictivo, pues, la mayoría de las personas no gusta tener cosas pendientes (ídem).

El científico argentino Guillermo Jaim Etcheverry, de la Academia Nacional de Educación y Ciencias, se expresa singularmente sobre esta problemática, repercutiendo especialmente en la educación, al decir que: «se extiende la concepción de que todo está en las computadoras y por eso no hace falta estudiar. Antes estaba todo en los libros, pero a nadie se le ocurría decir que no estudiásemos. Lo importante es lo que uno lleva, no dónde está: la máquina no da inteligencia, sino que es uno el que la lleva y el que sabe cómo buscar la información, cómo interpretarla, cómo aprovecharla. Aprender es un esfuerzo, un trabajo, que no es fácil. La educación es una tarea de ayuda, de personas que ayudan a otras, y no es tarea de máquinas» (Entrevista con Jorge Fernández Díaz, La Nación, 9-4-2018).

Ante eso los especialistas insisten en la importancia de la lectura, pues a través de ella se va desenvolviendo la reflexión, la comprensión, la inventiva, el desarrollo del pensamiento, la creatividad que veía desaparecer la humilde maestra de una zona de frontera en Centroamérica. Así es que dice, en la misma entrevista Jaim Echeverry, que «a los chicos de hoy los debemos preparar para poder habitar ese tiempo lento», de la lectura. «La herramienta no concede inteligencia. Los teléfonos se llaman inteligentes porque es inteligente quien los hizo. ¡El teléfono no te transmite la inteligencia! La tecnología no confiere inteligencia. Mirar todo el día Facebook o Twitter no nos hará más inteligentes» (ídem).

Ante el avance del «síndrome de la cabeza gacha», del estar «hiperconectados», para ir gobernándose en la materia, existe hoy una aplicación (Moment) que monitorea el tiempo que paso frente a la pantallita de mi celular y, también, el número de veces por día que abro el mismo, pues hay los que llegan hasta 200. Se llevarán un susto si experimentan…

(Publicado originalmente en La Prensa Gráfica de El Salvador, 15 de julio de 2018)

Por el P. Fernando Gioia, EP

www.reflexionando.org

 

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