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Cristo Pantocrátor

Redacción (Jueves, 06-09-2018, Gaudium Press) De todas las enseñanzas del Divino Maestro, en el Sermón de la Montaña, la más sublime fue el Padre Nuestro, llamada oración dominical, o sea, del Señor.

Una oración simple y sublime

Es una oración simple y sublime al mismo tiempo. Ella expresa todas las necesidades, las del tiempo y del mundo visible, así como las del mundo invisible y la eternidad. Dice su texto:

«Padre nuestro que estás en los Cielos, santificado sea tu nombre; venga a nosotros vuestro reino; sea hecha vuestra voluntad, así en la Tierra como en el Cielo.

«El pan nuestro de cada día danos hoy; perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a quien nos haya ofendido; y no nos dejes caer en tentación, sino líbranos del mal».

Nos limitaremos a comentar algunos trechos de esa oración.

«Padre nuestro»:

Dios es nuestro Creador. Y «como la función de padre, en la naturaleza, no es sino la de coadyuvar a Dios en la obra de la Creación, si alguien merece en realidad el nombre de Padre es Dios. Y nuestro padre según la naturaleza no es otra cosa sino el depositario de una parcela de la paternidad que Dios tiene sobre nosotros».

Rey por derecho de nacimiento…

«Venga a nosotros vuestro reino».

El reino de Dios Padre es el mismo que el del Hijo y el Espíritu Santo, pues las tres Personas de la Santísima Trinidad «son iguales entre Si porque tienen la misma magnitud y esencia».

Consideraremos el reino de Nuestro Señor Jesucristo.

Interrogado por Pilatos si era rey, Jesús dijo: «Sí, Yo soy Rey» (Jn 18, 37). Nuestro Señor es Rey no solo como Dios, sino también como Hombre.

Explica Plinio Corrêa de Oliveira:

«Encontramos manifestaciones varias y títulos diversos de Cristo como Rey, ya en la Iglesia primitiva. Tenemos hasta la figura del Cristo Pantocrátor, o sea, Cristo Rey, porque Pantocrátor quiere decir Señor de todas las cosas. Él está sentado sobre un trono que es el arcoíris, la señal de la alianza de Dios con los hombres. Y desde lo alto de ese trono Él gobierna todas las cosas: la Iglesia gloriosa, la Iglesia sufriente y la Iglesia militante, como el Rey esperado por todos los siglos, Nuestro Señor Jesucristo dominando todo y Señor de todo […]

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«Hay un principio que establece lo siguiente: en la jerarquía de los seres, cuando uno de ellos es inmensamente superior al otro, adquiere una autoridad sobre ese otro. Y con fundamento en esto Él, que es Hombre verdadero, ligado por unión hipostática a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, tiene una superioridad infinita sobre todos los seres del universo.

«Y no solo como Dios, sino en su humanidad Jesús es Rey de todos los hombres porque es la cabeza del género humano, la más alta criatura existente en el género humano. Nuestro Señor es Rey del género humano por la unión hipostática y en su humanidad santísima.

…y derecho de conquista

«Él es Rey también como Redentor, porque conquistó el género humano, se sacrificó, se inmoló en la Cruz, y esa inmolación salvó a la humanidad del Infierno, abrió las puertas del Cielo para los hombres. Con su Sangre, Jesús conquistó la humanidad, adquirió sobre ella un derecho regio.

«De manera que la realeza de Cristo tanto puede ser contemplada meditándose Nuestro Señor sobre un trono, cuanto en lo alto de la Cruz. Porque de lo alto de la Cruz, por derecho de conquista, Él se tornó Rey de todo el género humano.»

El Reino de Cristo se debe establecer en cada persona, en las familias, en la sociedad y en el Estado. Para que él se torne efectivo se torna necesario que obedezcamos con amor al Rey, esto es, hagamos la voluntad de Nuestro Señor, expresada en los Mandamientos. Quien los cumple es un súbdito fiel; quien los rechaza consciente y voluntariamente es un rebelde, que pasa a servir al «príncipe de este mundo», o sea, satanás.

Rey de la Iglesia y el Estado

«El género humano puede ser considerado como perteneciendo a dos especies de sociedades: la espiritual y la temporal. Nuestro Señor Jesucristo es Rey de la sociedad espiritual, la Iglesia Católica. Si el Papa reina en la Iglesia, es como Vicario de Cristo, es decir, como representante de Cristo. Porque el verdadero Rey de la Iglesia Católica […] es Nuestro Señor Jesucristo. […]

«El Estado, como Estado, tiene a Nuestro Señor Jesucristo como Rey. Y el efecto concreto de esto es la obligación que tiene el Estado de aplicar las leyes de Nuestro Señor Jesucristo; y si no las aplica se coloca en estado de revuelta contra su verdadero Rey.»

El Reino de Cristo «será realizado, del modo más auténtico, más elevado, más sublime, […] por medio de la Realeza de María Santísima», conforme la promesa anunciada en Fátima: «Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará.»

Peligros de internet

«No nos dejes caer en tentación».

Para no caer en tentación es necesario rezar y evitar las ocasiones próximas de pecado. Sobre todo, debemos tener especial cuidado con el internet, que frecuentemente presenta escenas y comentarios que inducen a pecados graves.

De modo especial, seamos vigilantes respecto a los niños y los adolescentes, en los cuales «el sentido moral está en formación, cuando se desarrollan las nociones y los sentimientos de justicia y de rectitud, de los deberes y las obligaciones, del ideal de la vida».

Pero también los adultos son bombardeados por la propaganda de la infidelidad conyugal, de los actos contra la castidad, del divorcio, de la contracepción, del aborto, etc. «Esas visiones, promoviendo las causas contrarias al matrimonio y a la familia, son perjudiciales para el bien común de la sociedad.»

Pidamos a Nuestra Señora la gracia de ser súbditos fidelísimos de Cristo Rey, siguiendo de modo eximio sus divinas enseñanzas.

Por Paulo Francisco Martos

(in «Noções de História Sagrada» -162)

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Bibliografía

FILLION, Louis-Claude. La sainte bible avec commentaires – Évangile selon S. Matthieu. Paris: Lethielleux. 1895.

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, n. 2759.

CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Obediência a Cristo Rei. In revista Dr. Plinio, São Paulo. Ano V, n. 46 (janeiro 2002).

SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica I, q. 42, a. 1, ad 4.

PÍO XI, Encíclica Vigilanti cura, n. 25.

JUAN PABLO II. Mensaje para el 38º Día Mundial de las Comunicaciones Sociales, n. 2-3.

 

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