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Falsos dioses y falsos profetas

Redacción (Lunes, 18-06-2018, Gaudium Press) A simple vista, pareciera que la idolatría ya es algo del pasado, un recuerdo «folklórico» de pueblos antiguos, o de culturas que viven aún en la noche de los tiempos.

De semejante manera, en la modernidad hablar de falso profetismo para muchos tendrá una resonancia arcaica y para otros un gusto arcano, casi esotérico, pero definitivamente muy pocos lo relacionarán con su auténtico significado. Pocos saben por ejemplo que el verdadero significado del profetismo está principalmente relacionado con un carisma para guiar a los hombres e indicar el camino para el cumplimiento de los designios Divinos.

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Ahora, resulta que paradójicamente tanto la idolatría como el falso profetismo, que parecen tan lejanos, quizás nunca existieron con tanta variedad, influencia y alcance como en nuestros días.

Dioses a la carta

Afirmaba San Agustín, que el hombre es incurablemente religioso, porque el hombre fue creado a imagen y semejanza del Todopoderoso, Dios. Y por eso todo hombre para su verdadera realización naturalmente siente la necesidad de encontrar a Dios, ese Ser Absoluto e Infinito, donde cada ser encuentra su arquetipo insuperable que puede hacerlo plenamente feliz.

Y es por esto que en un mundo cada vez más materialista, escéptico y pragmático surge una nueva forma de idolatría que busca llenar el vacío producido por la falta del verdadero Dios, y que sustituye el culto al Omnipotente, por un culto «a la carta», en que se nos presenta un menú de atrayentes ídolos que se adaptan a los gustos, tendencias y vicios de cada tiempo, individuo y nación.

Ya los hombres modernos no se postran ante ídolos de madera, o de piedra, pero sí ante ídolos de carne y hueso, que representan sus aspiraciones o sus ideales superficiales y egocéntricos, cuando no se entronizan a ellos mismos queriendo ser adorados, constituyendo así una nueva religión globalista, que es la del Humanismo.

Y en la loca inversión de valores que vivimos, algunos consideran más sobresalientes, o más dignos de imitación y de culto, no a los hombres con grandes cargos político-sociales, o que sobresalen por su sabiduría (aunque fuera la mundana), si no que las masas se postran ante las estrellas negras, vacías y nefastas de la «música» moderna, del espectáculo, de la TV y del deporte…

Las naciones ya no se enorgullecen por sus santos, sus héroes, sus hombres idealistas y de pensamiento, porque esta clase de hombres sí que pertenece al pasado… Ahora las masas como que hipnotizadas sólo son capaces de arrebañarse para celebrar lo que los grandes medios les venden… el deporte, el filantropismo barato, el ecologismo chamanista y en la mejor o peor de las hipótesis, soñar con una utopía mundialista terrenal, igualitaria y sin Dios.

Despotismo de la moda

Pero entre todos los ídolos surge cual nuevo «Zeus», despótico y cuasi omnipotente, rigiendo los ambientes y costumbres de la humanidad: «La Moda».

Un «dios» que teniendo como base la moral globalmente relativizada, se atrevió a crear los modos de ser, de actuar, de vestir, de «arte»… los más indecentes, irracionales, sucios, impúdicos y oscuros que se puedan imaginar. De los que sin duda incluso los dioses paganos del pasado probablemente se hubieran escandalizado.

Explicaba el Dr. Plinio Correa de Oliveira que la Moda pone en práctica su despotismo siendo en sí misma como que una actitud que el «espíritu de la revolución» (del mal), toma en relación a cada uno de los que a ella adhieren, y por medio de la cual ese espíritu maligno comunica las delicias de la consonancia, de la aceptación social, a quien haga como ella manda, y comunica los tormentos del aislamiento y conforme sea de la calumnia y persecución a quien haga lo contrario.

Se aprovecha también de la pobreza de la personalidad de los jóvenes, hoy más clara que nunca, que tienen como que una necesidad de estados de espíritu que se exprimen, que se reflejan y que se definen por las exigencias de la moda. Y en cada una de esas exigencias se puede descubrir un trabajo de la revolución, del mal que avanza o que realiza un retroceso táctico, en diferentes fases o grados de perversidad, pero siempre para la perdición de las almas.

Y ya no importa lo irracional, lo puerca o grotescamente fea que sea la nueva propuesta de la moda, porque como decía Jean de la Fontaine: «Todos los cerebros del mundo son impotentes contra cualquier estupidez que esté de moda.»

Falsos Profetas

Pero todo ídolo actual, así como en la antigüedad tiene sus oráculos, sus sacerdotes, sus profetas…

Los medios de comunicación, el internet, la masificación de la información en general podrían entrar en la categoría de falsos oráculos, que adoctrinan los hombres para más eficientemente servir a los ídolos.

Pero definitivamente lo más peligrosos, aunque sutiles son los falsos profetas.

Esos hombres y mujeres que se visten de corderos para más fácilmente crear la confusión, desorientar y ocultos bajo el velo del buenismo se presentan incluso como predicadores del verdadero Dios, cuando en realidad son profetas del humanismo, de una falsa paz sin Dios, de la revolución.

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Profeta Ezequiel

Iglesia de Santo Tomás, Haro, España

Son esos falsos profetas a los que tan claramente se refiere el Profeta Ezequiel en el capítulo 13:

1 El Señor me dirigió la palabra: 2 «Hijo de hombre, denuncia a los profetas de Israel que hacen vaticinios según sus propios delirios, y diles que escuchen la palabra del Señor. 3 Así dice el Señor omnipotente: «¡Ay de los profetas insensatos que, sin haber recibido ninguna visión, siguen su propia inspiración! 4 ¡Ay, Israel! Tus profetas son como chacales entre las ruinas. 5 No han ocupado su lugar en las brechas, ni han reparado los muros del pueblo de Israel, para que en el día del Señor se mantenga firme en la batalla.

Esos falsos profetas saben y conocen el peligro que se avecina, pero en vez de preparar a los buenos para la batalla, les quitan las armas y los dejan indefensos ante el enemigo.

Pero sin duda, el papel más nefasto de un falso profeta es anestesiar las conciencias y tranquilizar a los mediocres e impíos, convenciendoles de que todo está bien. El mundo está perfectamente bien, aunque delante de su cara se afrente la misma razón y se injurie a la propia naturaleza del hombre. Aunque delante suyo se asesinen a los inocentes a millares, el falso profeta mantendrá un silencio culposo o desviará la atención prometiendo la felicidad a los pueblos sin necesidad de cumplir la ley de Dios, profetizando que en la comunión de los profanos se encontrará la paz.

Y continúa el profeta de Dios Ezequiel:

10 »»Así es, en efecto. Estos profetas han engañado a mi pueblo diciendo: ‘¡Todo anda bien!’, pero las cosas no andan bien; construyen paredes endebles de hermosa fachada. 11 Pues diles a esos constructores que sus fachadas se vendrán abajo con una lluvia torrencial, abundante granizo y viento huracanado. 12 Y, cuando la pared se haya caído, les preguntarán: ‘¿Qué pasó con la hermosa fachada?’

13 »»Por tanto, así dice el Señor omnipotente: En mi furia desataré un viento huracanado; en mi ira, una lluvia torrencial; en mi furia, granizo destructor. 14 Echaré por los suelos la pared con su hermosa fachada; sus endebles cimientos quedarán al descubierto. Y, cuando caiga, ustedes perecerán. Así sabrán que yo soy el Señor. 15 Descargaré mi furia sobre esa pared y sobre los que hicieron su hermosa fachada. A ustedes les diré que ya no queda la pared ni los que hicieron su hermosa fachada: 16 esos profetas de Israel que profetizaban acerca de Jerusalén, y tenían visiones falsas, y anunciaban que todo andaba bien, cuando en realidad era todo lo contrario. Lo afirma el Señor omnipotente».

Estemos atentos y vigilantes por lo tanto para no ser engañados por los falsos profetas.

Dios no abandona nunca a su pueblo, y no dejará que se extinga entre los hombres la luz del verdadero profetismo. Toca a nosotros pedir el discernimiento para encontrar y ser fieles a esa luz.

Por Santiago Vieto

 

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