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Lágrimas, milagroso aviso

Redacción (Domingo, 17-06-2018, Gaudium Press) «Lágrimas, milagroso aviso», era el título que Plinio Corrêa de Oliviera le colocara a un artículo del 6 de agosto de 1972 en el prestigioso matutino «La Folha de São Paulo», comentando una de las lacrimaciones ocurridas con la Imagen Peregrina Internacional de Nuestra Señora de Fátima en Nueva Orleans. Afirmaba: «El misterioso llanto nos muestra a la Virgen de Fátima llorando sobre el mundo contemporáneo, como otrora Nuestro Señor lloró sobre Jerusalén. Lágrimas de afecto tiernísimo, lágrimas de profundo dolor». Era una invitación a los hombres del siglo XX, continuaba, «para que renuncien a la impiedad y a la corrupción».

Fenómeno similar ocurrió en Siracusa (Sicilia, Italia, 29-8-1953) con una imagen, medio busto de yeso, del Inmaculado Corazón de María, reconocido – después de estudios realizados – por los Obispos de Sicilia (13-12-53), y citado en un mensaje radiofónico del Papa Pío XII al Congreso Mariano Regional realizado el 17 de octubre de 1954. Expandía su corazón el Santo Padre diciendo: «¡Oh las lágrimas de María! ¿Comprenderán los hombres el misterioso lenguaje de aquellas lágrimas? ¿Llora por tantos hijos, en los cuales el error y la culpa han apagado la vida de la gracia, y que gravemente ofenden la majestad Divina? ¿O son lágrimas de espera por la tardanza en el retorno de otros hijos, otrora fieles, y ahora arrastrados por falsos espejismos salidos dentro de las hileras de los enemigos de Dios?». Hoy en día, el busto de la ahora llamada Nuestra Señora de las Lágrimas, se encuentra en un gran Santuario de la ciudad del acontecimiento. San Juan Pablo II llegó a visitar el lugar cuando era joven obispo en 1964.

Esta introducción me lleva ahora a referirme al impresionante fenómeno ocurrido, entre el 21 y el 26 de abril de este año, con imágenes peregrinas de Nuestra Señora de Fátima que son veneradas en casas de los Heraldos del Evangelio de Costa Rica y Guatemala, y llevadas en diversas actividades evangelizadoras. Imágenes que presentan a la Virgen María tal como se manifestó en Cova da Iría a los tres pastorcitos, unas con las manos puestas en actitud de oración, otras mostrando su Inmaculado Corazón rodeado de espinas.

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Numerosos testigos constataron la veracidad de los hechos. El inicio de una de las lacrimaciones fue contemplado por siete personas adultas, entre ellas un juez letrado, que dejaron su testimonio escrito de puño y letra.

Acontecimientos cargados de simbolismo ante los cuales alguno podrá exigir «pruebas científicas». A estos, le dispensamos la lectura de este artículo, extraído en la mayoría de sus partes de la revista Heraldos del Evangelio del mes de junio de este año.

Quienes sean escépticos, positivistas y racionalistas, no pierdan su tiempo, como nosotros no lo perderemos en probar que las lacrimaciones no son producto de una farsa. Tan aberrante nos es la hipótesis de simular un milagro que no nos ocuparemos de refutarla.

Basta contemplar el sereno rostro de María, regado por dulces lágrimas, para infundir en los corazones de sus hijos la certeza de que la Madre de Dios y de los hombres nos trae algún recado.

El artículo de la citada revista «Lágrimas de María: un mensaje del Cielo» nos va llevando, con claridad, profundidad y espíritu filial, a interpretar el mensaje de la Virgen. «Muchas son las razones que pueden llevar a alguien a llorar. Miedo, tristeza, dolor, indignación, emoción o alegría, suelen ser las más frecuentes».

¿Cuáles son los sentimientos que pueden estar en la causa del llanto de la Señora de Fátima?

«Ciertamente -continúa- no llora de miedo. Pues, aunque los potentados del mundo y de los infiernos se conjugaran para combatirla, una sola gota de sus lágrimas sería suficiente para vencer todas las armas y bombas atómicas de la faz de la tierra».

Se interroga después si habrá sido de tristeza, a lo que responde: «Sí que puede llorar, porque hace cien años les reveló a los hombres el camino de la felicidad, de la tranquilidad y de la paz y no fue oída. ¡Ah, si hubiéramos escuchado los mensajes de Cova da Iría, cuán diferente sería el mundo!». «Pero ¿no habrá en ese llanto de la Madre de Dios algo similar al dolor de Nuestro Señor Jesucristo ante la Ciudad Santa?: ¡Si reconocieras hoy lo que conduce a la paz!» (Lc 19, 41-44).

Otra hipótesis levanta el artículo, que podría parecer absurda, de que las lágrimas de la Reina de los Ángeles hayan sido de indignación. Razones tendría; reflexionemos…: «La Virgen se digna aparecer en Fátima y, rebosando de afecto y bondad, les trasmite un mensaje a sus hijos. Pues bien, hubo quien sofocó sus palabras e incluso quien transformó su mensaje en un secreto. ¿Qué madre no se indignaría contra el que saboteara su intento de salvar un hijo en peligro? Imaginemos entonces el sentimiento de la Madre de las madres al ver a sus hijos e hijas rumbo a la perdición a causa del silencio y omisión de aquellos que deberían haber predicado al mundo su mensaje de salvación». Todo esto, sin duda, hace llorar a María. Aunque el motivo principal de sus lágrimas parece ser otro.

Quien ha tenido la oportunidad de detenerse ante cualquiera de las imágenes que lagrimearon, llega a la conclusión, sin dificultad, de que: ¡María llora de alegría!

«Si, ¡de alegría! Pues a pesar de todos los intentos de los infiernos en ocultar sus avisos, la Señora de Fátima atravesó victoriosa un siglo, y hoy nos vuelve a hablar, ya no con palabras que puedan ser escondidas, sino mediante el elocuente lenguaje de las lágrimas, las cuales no serán puestas en secreto».

Termina el artículo con la afirmación de la misión que nos toca en estos momentos: «Queremos proclamar encima de todos los tejados, en lo alto de todas las torres, a cuatro vientos: ¡Hombres y mujeres, prestad atención, el Mensaje de Fátima no está escondido! Por el contrario, brilla más que nunca, pues hubo en el mundo quien asumió la misión de encarnarlo, recordándole a la humanidad las advertencias de la Madre de Dios y pregonando la victoria de María».

Con ese llanto es como si la Virgen nos sonriera diciéndonos con maternal afecto: «¡Hijos e hijas mías, unamos nuestras lágrimas! ¡Lloremos juntos por la triste situación de este mundo que mi Divino Hijo y yo tanto amamos! ¡Lamentemos los innumerables pecados constantemente cometidos contra el Buen Dios! Pero, sobre todo, ¡tened confianza! Y tratad de ver en mis lágrimas no el llanto de la derrota, sino la emoción y el júbilo de confirmaros y repetir mi promesa: ‘Puede parecer que el mal está venciendo sobre la tierra y que el bien aparente ya no tiene fuerzas. ¡No desaniméis! ¡Confiad, confiad, confiad, pues en breve, mi Inmaculado Corazón triunfará!'», concluye con elocuencia.

Es lo que les quería trasmitir. Que la foto de la lacrimación de una de las imágenes peregrinas de Fátima les abra los horizontes de un futuro promisor, en el mundo convulsionado y desesperanzado que vivimos.

Por el P. Fernando Gioia, EP.
www.reflexionando.org

(Publicado originalmente en La Prensa Gráfica de El Salvador, 17 de junio de 2018)

 

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