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“Mientras tenemos tiempo…” (Gl 6,10)

Redacción (Martes, 08-01-2019, Gaudium Press) Siguen consideraciones sobre el tiempo hechas por el Prof. Felipe Aquino. Oportunas también para ser recordadas en este período de cambio de año que vivimos, cuando el tiempo aparece como habiendo pasado, siendo tiempo nuevo, tiempo cambiado y que nos aproxima de cuando el tiempo no existirá más, en la eternidad…

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-El tiempo es el don básico que Dios nos da, sin el cual no hay otros dones. Sí, es en el tiempo que nos es dado practicar el bien, trabajar, luchar, y tener méritos delante de Dios. El tiempo puede parecer sin sabor y sin valor para quien lo vive en el día-a-día, hay incluso quien busque «matar» el tiempo en vacíos pasatiempos.

Y muy rica es la conceptuación de tiempo que la Escritura Sagrada nos ofrece. Ella lo presenta a nosotros como una caminata de peregrinos que «dejan lo relativo en busca de la patria definitiva» (1Pd 1,7; Hb 11,13-16; 1Cor 5,8s). Es una siembra, cuya cosecha ocurrirá en el más allá, de modo que «quien siembra poco, cogerá poco, y quien siembra mucho, cogerá mucho» (Gl 6,7s; 2Cor 9,6).

Cada segundo de nuestro tiempo tiene su eco en la vida definitiva, es en el tiempo que construimos nuestra eternidad.

El tiempo es breve y fugitivo (2Cor 7,1), pasa y no vuelve, de modo que es preciso aprovechar el HOY de Dios: «mientras todavía se dice HOY» (Hb 3,13). «Si oís HOY su voz…» (Hb 3,7). El hombre no sabe cuántos HOY todavía tendrá, pues el desenlace terrestre es de fecha incierta (1Ts5,1). El tiempo cuantitativo exige ser también tiempo cualitativo, exige cualidades correspondientes; el cristiano debe crecer no solamente en número de años pasajeros, sino también en méritos y valores definitivos.

El pasado no nos pertenece más, el futuro no está al alcance de nuestras manos; apenas el Presente es nuestro, está a nuestra disposición.

El tiempo es como una antesala de la vida plena, de tal modo que en la tierra preparamos nuestra vestidura nupcial para la cena de la vida eterna (cf. Ap 21,2). Es un prepararse con trabajo y sudor, atribulado, pues nada de grande se hace sin fatiga. Pero, nos recuerda el Apóstol: «Las pasajeras tribulaciones de esta vida no tienen proporción con el peso de gloria que ellas nos preparan para la patria definitiva» (Ef. 5,16, Rm 8,11; 2Cor 4,17).

El tiempo nos recuerda que estamos en el exilio, lo que debe despertar en el cristiano el anhelo de la mansedumbre definitiva, pues vivimos de la fe, y no de la visión cara-a-cara de la Belleza Infinita (2Cor 5,6s). La paciencia de Dios nos concede tiempo para una conversión siempre más perfecta (Rm 2,4; 2Pd 3,9). Dios conoce nuestra fragilidad humana y diariamente nos renueva su gracia y misericordia, a fin de que hoy podamos vivir mejor aún que ayer.

El Año Nuevo es un tiempo nuevo

Estas ideas vuelven a la mente de los cristianos especialmente al inicio de un Año Nuevo. Es el Apóstol quien escribe: «Os exhortamos a que no recibáis la gracia de Dios en vano…» (2 Cor 6,1s). Un Año Nuevo es un tiempo nuevo, en la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, como se decía antiguamente. El cristiano debe saber aprovechar, cada vez más conscientemente, el llamado de Dios, acordándose que el Señor no quiere corazones tristes y constreñidos.

Fin y comienzo de Año recuerdan siempre el pasaje del tiempo. «¡Cómo vuela!», se acostumbra decir. Según Ap 10, 6, un ángel proclamará cierta vez: «¡Ya no habrá más tiempo!» – Estos decires podrán traer alegría a quien, luchando sin cesar, llenó santamente sus días. Pero podrá despertar susto y sinsabor a quien es cogido de sorpresa y sin preparación.

Muchas veces solo apreciamos los valores que tenemos, después que desaparecen, y tomamos consciencia de haber lidiado con grandes bienes sin darnos plena cuenta de esto. Así también es el tiempo; puede parecer insignificante, pero, una vez perdido, aparece con todo su valor.

Reflexiones que surgen, sugeridas por el pasar del Año

El comienzo de nuevo Año sugiere una reflexión sobre estos hechos, a fin de que no se repitan. El tiempo vale en el plano de la fe; sí, es el tiempo rescatado por la sangre de Cristo, «el tiempo oportuno, los días de la salvación» (2Cor 6, 2). ¿Y por qué tan importante? Porque en las 24 horas de cada día ya se inició el Reino de Dios. Consciente de esto, decía San Pablo: «El tiempo se hizo breve» (1Cor 8, 29). El tiempo del cristiano es enriquecido por la presencia de lo Eterno dentro de la fragilidad del mundo. Es más, «pasa la figura de este mundo» (1Cor 7,31).

Estas verdades se tornan todavía más significativas al comienzo del nuevo Año. Con efecto; resuena entonces más vivamente la advertencia del Apóstol: «Nuestra salvación está ahora más próxima que cuando comenzamos a creer o a vivir nuestra fe» (Rm 13, 11). Y continúa el Apóstol: «La noche va adelantada, el día se aproxima»; en verdad, para quien sufre de insomnio, la noche es tanto más penosa cuanto más adelantada: pero este sufrimiento especial es garantía de término próximo.

Así es la vida del cristiano: pasada en la penumbra o incluso en la noche de la fe, cuanto más avanzada en años ella es, tanto más penosa puede ser, pero también tanto más penetrada por los rayos del día que va despuntando y de a poco disipará las tinieblas.
Importa, pues, a todo discípulo de Cristo llevar cada vez más en serio la exhortación del Señor: «Vigilad, pues no sabéis ni el día ni la hora» (Lc 12, 35-40). Cualquier momento puede ser el último y ha de ser intensamente vivido en la presencia del Eterno.

¡Que el nuevo Año signifique para todos nuestros lectores una aproximación todavía más consciente de la luz del Día sin ocaso!

Por el Prof. Felipe Aquino

(Escritor y Pensador Católico, Conferencista, Profesor Universitario, Presentador de programas en la TV Y Radio Canção Nova)

 

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