viernes, 29 de noviembre de 2024
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Venid, Señor Jesús

Redacción (Martes, 04-12-2018, Gaudium Press) Con la Eucaristía del primer domingo de adviento iniciamos el nuevo Año Litúrgico y, también, el Tiempo de Adviento, que nos prepara para la Navidad del Señor. Continuamos con la Campaña Nacional para la Evangelización, que tiene como lema, «Evangelizar partiendo de Cristo». Durante este nuevo año, los domingos, escucharemos, en general, trechos del Evangelio según Lucas. Y en esta primera Misa de este nuevo tiempo, la Iglesia, en el misal, coloca las palabras del salmo 24, como Antífona de Entrada: «A vos, mi Dios, elevo mi alma»… La Iglesia levanta los ojos, el corazón, el alma para el Señor, reconociéndose pobre, pequeña y necesitada. «¡Confío en vos, que yo no sea avergonzado!» ¡Estas palabras, expresan cuál debe ser nuestra actitud en este santo Adviento: actitud de quien se reconoce necesitado de un Salvador; de quien se sabe pequeño e incapaz de caminar solo! La humanidad, sola, no llega a la plenitud, no encuentra la felicidad: ¡necesitamos que Dios venga y nos extienda la mano, que él nos eleve y nos salve!

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El Adviento tiene dos partes muy claras: de un lado, hasta el día 16 de diciembre, las expectativas se vuelven para la segunda venida de Cristo al final de los tiempos, y de otro, en la semana de preparación próxima para la Navidad (17 al 24 de diciembre) es la oportunidad de un tiempo específico de preparación para la celebración del nacimiento del Señor. Sin embargo, los símbolos, la liturgia, el clima, la novena, las celebraciones penitenciales, los pesebres y los árboles de navidad nos colocan en general en el clima navideño. Por eso mientras nos preparamos para la Navidad la liturgia nos hace pensar que un día el Señor vendrá en su gloria para llevar a la plenitud su obra de salvación. Es, por tanto, un tiempo de vigilancia, de súplica, de alegre esperanza en el Señor que viene: vino a Belén en el misterio celebrado en la Navidad, vendrá al final de los tiempos y viene cada día, en los grandes y pequeños momentos, en las sonrisas y las lágrimas. La liturgia nos ayuda a vivir bien este tiempo con símbolos propios de esta época: el color púrpura, que significa sobriedad y vigilancia; el «Gloria», que no se rezará en la Misa, para recordar que nos estamos preparando para cantarlo a plenos pulmones en la Navidad; la ornamentación sobria de la Iglesia; la corona del Adviento, que nos acompañará durante este tiempo cuando, cada domingo, encendamos una nueva vela anunciando el tiempo que corre; las lecturas y cánticos propios tan significativos, siempre pidiendo la gracia de la Venida del Señor; la memoria de los personajes que nos enseñan a esperar el Mesías: Isaías, Juan Bautista, Isabel y Zacarías, José y, sobre todo, la Virgen María.

En este tiempo, cuidemos de meditar más en la Palabra de Dios, tanto en las lecturas de la Misa diaria cuanto en el libro del Profeta Isaías. Busquemos también el sacramento de la confesión. ¡Abramos nuestro corazón a Aquel que viene!

En el Evangelio de este domingo (Lc 21,25-28.34-36), el Señor nos recuerda la necesidad de la vigilancia: «Tomad cuidado para que vuestros corazones no se queden insensibles por causa de la gula, de la embriaguez y de las preocupaciones de la vida, y ese Día no caiga de repente sobre vosotros; pues ese Día caerá como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra. Por tanto, ¡Estad atentos!» (cf. Lc 21,34-36). ¡Aquel cuya venida celebraremos en la Navidad, cuya venida esperamos al final de los tiempos, viene a nosotros constantemente! Solamente en una actitud de oración y vigilancia, de sobriedad y de expectativa amorosa, es que podremos reconocerlo y acogerlo. Es nuestra actitud ahora que determinará nuestra suerte cuando él venga al final de los tiempos. Con un lenguaje impresionante y simbólico, Jesús quiere decirnos hoy que su manifestación final va envolver todas las cosas: la creación toda, la historia humana toda y cada uno de nosotros. Nada ni nadie escapará del Día de Cristo; todo será pasado a limpio por el Hijo del Hombre glorioso: «Vendrán el Hijo del Hombre venido en una nube con gran poder y gloria» (cf. Lc 21,27). Esta venida discriminará buenos y malos: será manifestación de la salvación para quien lo acogió… ¡y será perdición para quien lo rechazó! De ahí, la advertencia seria, el apelo casi que dramático que Jesús nos hace: «¡Cuando estas cosas comiencen a suceder, levantad la cabeza, porque vuestra liberación se aproxima» (cf. Lc 21,28); estad atentos para tener fuerza de escapar de todo lo que debe ocurrir y para estar delante del Hijo del Hombre!». Las señales que el Señor nos da, ocurren siempre, en cada generación, como una invitación insistente a la vigilancia.

Es preciso que comprendamos que este Día final que el Señor nos prepara – Día de su Venida, de su Manifestación, de su Aparición – será Día de salvación: «Es que vendrán días en que haré cumplir las promesas de bienes futuros… En aquellos días, haré brotar de David la semilla de justicia… y Judá será salvado y Jerusalén tendrá una población confiada». Pero es necesario que nos abramos para el Bien que el Señor nos prepara; este Bien es Aquel que vino en Belén, que nos viene en cada Eucaristía y que nos vendrá al final de todo: «este es el nombre con que será llamado: Señor-nuestra-justicia». ¡Este Bien es Jesús-Salvador! Por eso mismo, en la segunda lectura (cf. 1Ts 3,12-4,2) de esta Misa, el Apóstol nos invita a buscar la santidad a los ojos de Dios, nuestro Padre, preparándonos para «el Día de la venida de nuestro Señor Jesucristo, con todos sus santos» y nos pide insistentemente que hagamos «progresos aún mayores».

Vivamos, intensamente, el tiempo de Adviento. ¡Vamos a prepararnos para la celebración de la Novena de Navidad y para vivir una Navidad en la alegría de testimoniar el Cristo que vino, viene y vendrá para nuestra alegría y feliz redención!

Por Cardenal Orani João Tempesta, Arzobispo de la Arquidiócesis de San Sebastián de Río de Janeiro.

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