viernes, 29 de noviembre de 2024
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No nos queda otra cosa sino agradecer por siempre a Dios por ser María la Madre de Dios

Redacción (Martes, 01-01-2019, Gaudium Press) ¿Qué decir de la Maternidad Divina, que ya los santos y doctores no hayan establecido o exaltado?

Tal vez sólo sea el momento de agradecer a Dios por esos gigantescos dones, que probablemente el hombre aún no haya medido en su grandeza, y ciertamente aún no ha alabado en suficiencia.

El Verbo se unió a la carne en el seno de una hija de Adán. Y entonces Ella se tornó no solo Madre de la carne sino de la Persona y por eso Madre de Dios; una mera hija de Adán, sí, de nuestra raza, no de la ‘raza’ de los serafines -esos que ven a todo momento el rostro de Dios-, ni de la raza de los querubines -esos que comunican el fuego de la caridad divina (Ez 10, 7), esos que también acompañan a Dios-, sino una Virgen, purísima, pero también humana como nosotros, y a quien ahora sirven también querubines y serafines.

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Que orgullo debemos tener los hombres, de que Dios se hubiera querido hacer hombre. Que orgullo debemos tener los hombres, de que la Madre de Dios -la omnipotencia suplicante – sea de nuestra misma carne, carne de hombre. Ciertamente el Espíritu Santo inspiró que la liturgia del primer día del año celebrase a la Madre de Dios, para señalarla claramente como luz a la que debemos seguir, faro que nos debe alumbrar, estrella para guiar, ejemplo a imitar, intercesora a quien acudir, madre a quien debemos amar.

Del dogma de la Maternidad Divina, la Teología ha desarrollado la ciencia de la maternidad espiritual de la Virgen sobre todos los hombres. Cuando ella engendró a Cristo, engendró también a la Cabeza de ese cuerpo místico que es la Iglesia; y sería monstruoso que la madre de la cabeza no fuera también la madre del cuerpo: por ello, María es Madre también de todos aquellos que deben integrar el Cuerpo Místico de Cristo. Es decir la Virgen es madre espiritual actual de quienes son de la Iglesia, y potencial de quienes aún no lo son, «porque, como dice San Agustín, en este mundo los predestinados están encerrados en el seno de María y no salen a luz hasta que esa buena madre les conduce a la vida eterna. Por consiguiente, así como el niño recibe todo su alimento de la madre, que se lo da proporcionado a su debilidad, así los predestinados sacan todo su alimento espiritual y toda su fuerza de María». 1

¿Y cuál es ese alimento espiritual magnífico con el que Ella alimenta a sus hijos, ese néctar vivificante y nacarado, del cual la leche materna es sólo un pobre símbolo? Es la gracia, es decir, las gracias actuales, que ocasionan la gracia santificante, que ponen en funcionamiento las virtudes y los dones del Espíritu Santo, las gracias ‘gratis datas’:

Porque Dios la ha escogido como tesorera, administradora y dispensadora de todas las gracias, de suerte que todas pasan por sus manos y conforme al poder que ha recibido, reparte Ella a quien quiere, como quiere, cuando quiere y cuanto quiere las gracias del Eterno Padre, las virtudes de Jesucristo y los dones del Espíritu Santo. (…) Quien quiera, pues, ser miembro de Jesucristo, lleno de gracia y de verdad, debe dejarse formar por María mediante la gracia de Jesucristo, que en ella plenamente reside, para comunicarla de lleno a los miembros verdaderos de Jesucristo y a los verdaderos santos. 2.

A Ella debemos recurrir, debemos tenerla como Madre, más que a nuestras propias madres; debemos hacerla nuestra inclinación constante, nuestra segunda y primera naturaleza, para vaciarnos en el molde de Ella.

Por Carlos Castro

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1 Antonio Royo Marín, O.P. Teología de la perfección cristiana. 7ma. Ed. BAC. Madrid. 1994. p. 91
2 Ibídem. pp. 90-91.

 

 

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