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Coronavirus: ¿Alguien cometió una injusticia?

Redacción (Jueves, 23-04-2020, Gaudium Press) Ya son muchos los medios de comunicación y las redes que divulgan la opinión de quienes piensan que esta virosis mundial podría ser parte de alguna maniobra de guerra política y económica como se ha dado en otras épocas. ¿Será posible?

El antecedente más reciente sería durante la segunda guerra mundial cuando se dijo que Japón esparció sobre China el virus de la peste bubónica, porque al parecer entre los orientales no existe escrúpulo alguno cuando se trata de guerras y torturas, menos cuando se han vuelto materialistas sin Dios ni fe.

En la eventualidad de que estemos delante de una posibilidad de guerras bacteriológicas que solamente veíamos en la ciencia ficción, es de considerar la vileza a la que ha descendido la confrontación bélica entre los hombres y el panorama aterrador que esto pre-anuncia para la humanidad, caso no haya conversión y penitencia.

Ya no estamos en la legendaria Edad Media cuando los bandos a enfrentarse eran estrictamente los hombres de guerra, puestos en orden de combate sobre un extenso campo de batalla frecuentemente acordado para dirimir el conflicto. La población civil era intocable y no solamente sus vidas sino que sus bienes, animales, cosechas y graneros eran respetados bajo palabra de honor y gravedad de pecado. Frente a frente se alienaban los ejércitos mirándose uno a otro en medio del colorido de banderas, gallardetes y estandartes con los blasones de los distintos caballeros feudales que aportaban sus hombres para apoyar la causa de su rey o señor.

Sonaban trompetas y tambores, se hacían proclamas y se daban órdenes de movilización, ataque o retroceso con señales de banderas y sonidos de corneta o cuernos de guerra. Se avanzaba con el paso decidido del guerrero en medio de cantos y oraciones. Y al frente de sus hombres estaba siempre el noble, fuera joven o ya un viejo, rodeado de su escolta y con su pendón izado visiblemente para que desde el otro ejército se viera bien claro que el conde o el duque, o en algunas ocasiones el propio rey y hasta el emperador, acudió al campo de batalla con su gente. Bien dijo algún poeta que no eran generales con sus soldados sino padres con sus hijos los que allí se enfrentaban, pues en aquella edad dorada de la humanidad el pacto de vasallaje y el amor fraterno nacidos de la práctica de la caridad cristiana, eran los vínculos robustos que unían a los hombres de la manera más natural y orgánica, aún en medio del dolor y la penuria de la guerra.

Con el Renacimiento y los pérfidos consejos de Maquiavelo fue germinando poco a poco la idea de devastar también aldeas y campos de cultivo para impedirle al enemigo el apoyo logístico que aportaban los lugareños y campesinos. Napoleón consolidó la estrategia y posteriormente las guerras fueron tomando ese cariz abyecto que llevó a legitimar acciones de tierra arrasada como las practicó el Kaiser Guillermo II contra belgas y franceses en la primera guerra mundial.

Sería algo que clamaría al Cielo

Tamaña injusticia clama al Cielo, porque de haber sido un virus propagado voluntaria y conscientemente, no deja de impresionar que precisamente en los días en que los cristianos conmemorábamos reparando la mayor injusticia que se le ha cometido a un hombre sobre la faz de la tierra, alguien haya procedido de esa manera contra la humanidad sin importarle niños ni ancianos. Tampoco sería algo demasiado extraño en este mundo laico, pragmático, materialista y sin fe donde solo se vela por mantener estómagos llenos, frecuentemente sacando ventaja personal para los negocios o para los de la banda política en el poder, siempre en busca del aumentar placeres y comodidades mundanales.

Con certeza absoluta Dios sabrá pesar, contar, medir y juzgar lo que se habría hecho en los días de cuaresma y semana santa contra inocentes que solamente piden a sus gobiernos y pastores espirituales tiempo, espacio y derecho a progresar moral y materialmente para salvarnos y poder ir al Cielo. Las guerras son legítimas solo cuando se procura la paz que respeta el orden y la justicia para proteger la fe para la mayor gloria de Dios, enseñan San Agustín y Santo Tomás.(1)

Cuando se desciende al terreno de intereses meramente económicos involucrando con ello un odio enmascarado contra el derecho a creer y honrar a Dios, es de esperarse sin la menor duda una intervención sobrenatural que pondrá todo otra vez en su lugar al comando de sus ángeles y bienaventurados del Cielo, si es que en la tierra no hay quien haga justicia con los recursos del derecho natural o al menos del derecho positivo, que rigen la vida social de los hombres mientras llega el Juicio Final. «Los escépticos podrán sonreír -dijo una vez Dr. Plinio- pero la sonrisa de los escépticos jamás detuvo la marcha victoriosa de los que tienen fe».

Por Antonio Borda

(1) «Nobleza y élites tradicionales análogas en Las alocuciones de Pio XII al Patriciado y a la Nobleza Romana», Plinio Correa de Oliveira, Vol.I, Doc. XI, No. 1 y ss., pag. 319.

 

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