viernes, 26 de abril de 2024
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Lauda Sion: Alaba, Sion, al Salvador – El cántico de Santo Tomás al Cuerpo de Cristo

Uno de los momentos culminantes del año litúrgico, la Fiesta del Corpus Christi, celebra el don incomparable del Santísimo Sacramento.

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Redacción (08/06/2023 11:05, Gaudium Press) La secuencia de la Misa de Corpus Christi consta de un hermoso himno gregoriano, titulado Lauda Sion. Hermosa por su variada y suave melodía, y mucho más por la letra, canta la excelsitud del don de Dios hacia nosotros y la presencia real de Jesús, en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en el pan y en el vino consagrado. El propio origen de este canto está envuelto en la maravilla típicamente medieval.

Urbano IV estaba en Orvieto cuando decidió instaurar la conmemoración del Corpus Christi. Coincidentemente, en esa ciudad estaban dos de los teólogos más renombrados de todos los tiempos, San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino. El Papa los convocó, así como a otros teólogos, pidiéndoles que escribieran un himno para la secuencia de la Misa de esa fiesta. Se dice que, una vez cumplida la tarea, todos se presentaban ante el Papa y cada uno debía tener su composición. El primero en hacerlo fue Santo Tomás de Aquino, quien luego presentó los versos de Lauda Sion.

San Buenaventura, a raíz de esa lectura, quemó su propio pergamino, no sin causar asombro en Santo Tomás que preguntó “¿por qué?”. El santo franciscano, con toda humildad, le explicó que su conciencia no le dejaría en paz si ponía cualquier obstáculo, por pequeño que fuera, a la rápida difusión de tan magnífica Secuencia escrita por el dominico.

Síntesis teológica, en forma de poesía

Lo que Santo Tomás enseñó en sus tratados de teología sobre la Sagrada Eucaristía, lo expuso magistralmente en forma de poesía en el Lauda Sion.

Es una verdadera obra literaria, que brilla por la profundidad del contenido y la belleza de la forma, la elevación de la doctrina, la certera precisión teológica y la intensidad del sentimiento. El ritmo fluye fácilmente, incluso en las estrofas más didácticas. La melodía, cuyo autor se desconoce, se funde maravillosamente con el texto. La unción es inagotable. Santo Tomás se revela como filósofo y místico, como teólogo de la mente y del corazón, cumpliendo su propia exhortación: “Que la alabanza sea plena, resonante, gozosa y llena del gozo luminoso del alma”.

Repasemos los textos de este famoso cántico.

1. Alaba, alma mía a tu Salvador; alaba a tu guía y pastor con himnos y cánticos.

2. Pregona su gloria cuanto puedas, porque Él está sobre toda alabanza, y jamás podrás alabarle lo bastante.

3. El tema especial de nuestros loores es hoy el pan vivo y que da vida.

4. El cual se dio en la mesa de la sagrada cena al grupo de los doce apóstoles, como lo creemos.

5. Sea, pues, llena, sea sonora, sea alegre, sea pura la alabanza de nuestra alma.

6. Pues celebramos el solemne día en que fue instituído este divino banquete.

7. En esta mesa del nuevo rey, la pascua nueva de la nueva ley pone fin a la pascua antigua.

8. Lo viejo cede ante lo nuevo, la sombra ante la realidad, y la luz ahuyenta la noche.

9. Lo que Jesucristo hizo en la cena, mandó que se haga en memoria suya.

10. Instruídos con sus santos mandatos, consagramos el pan y el vino, en sacrificio de salvación.

11. Es dogma que se da a los cristianos, que el pan se convierte en carne, y el vino en sangre.

12. Lo que no comprendes y no ves, una fe viva lo atestigua, fuera de todo el orden de la naturaleza.

13. Bajo diversas especias, que son accidente y no substancia, están ocultos los dones más preciados.

14. Su carne es alimento y su sangre bebida; mas Cristo está todo entero bajo cada especie.

15. Quien lo recibe no lo rompe, no lo quebranta ni lo desmembra; recíbese todo entero.

16. Recíbelo uno, recíbenlo mil; y aquél lo toma tanto como éstos, pues no se consume al ser tomado.

17. Recíbenlo buenos y malos; mas con suerte desigual de vida o de muerte.

18. Es muerte para los malos, y vida para los buenos; mira cómo un mismo alimento produce efectos tan diversos.

19. Cuando se divida el Sacramento, no vaciles, sino recuerda que Jesucristo tan entero está en cada parte como antes en el todo.

20. No se parte la sustancia, se rompe sólo la señal; niel ser ni el tamaño se reducen de Cristo presente.

21. He aquí el pan de los ángeles, hecho viático nuestro; verdadero pan de los hijos, no lo echemos a los perros.

22. Figuras lo representaron: Isaac fue sacrificado; el cordero pascual, inmolado; el maná nutrió a nuestros padres.

23. Buen pastor, pan verdadero, ¡oh Jesús!, ten piedad. Apaciéntanos y protégenos; haz que veamos lo bienes en la tierra de los vivientes.

24. Tú, que todo lo sabes y puedes, que nos apacientas aquí siendo aún mortales, haznos allí tus comensales, coherederos y compañeros de los santos ciudadanos.

Amen.

Alabad Sion al Salvador, alabad al Guía y Pastor con himnos y cánticos

Las palabras del subtítulo anterior constituyen el primer verso de Lauda Sion. Es la expansión del corazón de un santo, presa de la gracia mística, del encantamiento del Santísimo Sacramento, que pide a Sion, es decir, al pueblo elegido del Nuevo Testamento, que empiece a alabar al Salvador. Él, el más grande teólogo de la historia de la Iglesia –“el más sabio de los santos y el más santo de los sabios”– era un devoto tan ferviente de Jesús Eucaristía que, en momentos en que sentía dificultad en sus estudios, ponía su cabeza dentro de un tabernáculo buscando ser iluminado por el mismo Dios, y no la quitaría de ahí hasta encontrar la solución.

Desde este primer verso hasta el final de la quinta estrofa, Santo Tomás, en su himno Lauda Sion, condensa toda la infinita alabanza al Santísimo Sacramento del Altar. Continúa llamando a los fieles a “alabar al guía y al pastor con himnos y cánticos”. Pero, ¿cómo podemos alabar adecuadamente este santo sacramento? ¿Cómo podemos alabar a Dios lo suficiente? Es el más alto y sustancial de todos los sacramentos, porque en él está presente el mismo Hombre-Dios, en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. No hay palabras, no hay gestos, no hay nada que ofrecer que se iguale a Él.

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El santo se preocupa de suscitar en nuestra alma una alabanza, la más perfecta de la que seamos capaces, para que podamos acercarnos al Santísimo Sacramento y adorar a Jesús, que está allí detrás del “velo” del pan y del vino.

Porque celebramos el día solemne que nos recuerda la institución de este banquete

Desde este versículo hasta la décima estrofa, Santo Tomás comienza a señalar la institución de la Eucaristía en la fiesta litúrgica instituida por el Papa. “En la mesa del nuevo Rey, la pascua de la nueva ley pone fin a la pascua antigua”. El rito de la Iglesia Católica Romana terminó con el de la Ley Antigua, que era una prefigura de la propia Iglesia. Por eso Santo Tomás completa: “El rito nuevo rechaza el antiguo, la realidad disipa las sombras como el día disipa la noche”.

Sí, una vez que lo simbolizado ha venido al mundo, no tiene sentido seguir celebrando el símbolo. La adoración de la sinagoga en el Antiguo Testamento consistía en esperar al Salvador, y sus ritos lo simbolizaban. En el rito nuevo, en la celebración eucarística, Nuestro Señor Jesucristo se inmola. Ahora bien, si lo simbolizado está presente, ¿para qué el símbolo? ¿De qué sirve sacrificar un cordero? El nuevo rito rechaza el antiguo…

“Lo que el Señor hizo en la Cena, nos lo mandó hacer en memoria suya”. Aquí Santo Tomás recuerda las palabras de Jesús en la Cena del Jueves Santo: “Haced esto en memoria mía”. “Y nosotros, instruidos por vuestras santos órdenes, consagramos el pan y el vino en la hostia de la salvación”.

Santo Tomás, presbítero, podría decir con toda propiedad: “instruidos por sus sagradas órdenes”. Es una referencia al Sacramento del Orden Sagrado, que da a quien lo recibe la gran gloria de poder prestar su laringe y sus manos al Divino Maestro. De modo que, sobre el altar, se opera uno de los mayores milagros -y el más frecuente de ellos- en la historia de la humanidad: la transubstanciación. Es decir, la sustancia vino da paso a la sustancia Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.

Es un dogma de fe para los cristianos que el pan se convierte en carne y el vino en sangre del Salvador

A partir de aquí, en diez estrofas, el autor detalla, en esta maravillosa síntesis, la doctrina católica sobre el Sacramento del Altar. Continúa: “Lo que no entendéis ni veis, os lo asegura una Fe vigorosa, elevándoos por encima del orden natural”. De hecho, con nuestra inteligencia, nunca seríamos capaces de penetrar en este misterio tan sagrado. Ni siquiera los demonios, que aunque caídos son de naturaleza angélica, y por tanto superiores a la nuestra, son capaces de discernir al Hombre-Dios en las apariencias del pan y del vino. Sólo la Fe nos hace penetrar en este misterio sagrado.

“Debajo de diferentes especies, apariencias y no realidades, se esconden realidades sublimes”. Santo Tomás vuelve a insistir en la idea de que los “velos” del vino y del pan esconden realidades divinas.

“La carne es comida y la sangre es bebida; sin embargo, bajo cada una de las especies Cristo está totalmente.” Esta es una verdad de Fe, que la Teología nos explica. Mirando el vino y la hostia consagrados, podríamos ser llevados a imaginar que la carne está solo en el pan eucarístico, y la sangre solo en el vino eucarístico. Sin embargo, la doctrina nos dice y nuestra Fe asimila que el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Cristo se encuentran plenamente tanto en la hostia como en el vino consagrado.

“Y el que lo recibe no lo parte ni lo divide, sino que lo recibe entero”. Otra de las impresiones equivocadas que puede tener un alma es esta: al ver al ministro partir una hostia, pensar que Nuestro Señor ya no está entero en cada una de las partículas. No es verdad; Por un misterio sagrado, Nuestro Señor Jesucristo se encuentra de manera integral en todas las fracciones que son visibles.

“Ya sea que la reciban mil o solo uno, todos reciben lo mismo, ni aun recibiéndola la pueden consumir”. Otra verdad de Fe: si un millón de personas comulgan al mismo tiempo, como ya ha sucedido en algunas Misas presididas por el Papa en sus viajes por el mundo, todos irán recibiendo a un mismo Jesús, sin fraccionamiento alguno de su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Todos lo reciben en su totalidad. Y he aquí un misterio más: al recibir a Nuestro Señor Jesucristo, no podemos consumirlo, porque al disolverse las sagradas especies en nuestro organismo, deja nuestro cuerpo sin tocarlo, santificando nuestra alma y dándonos vigor hasta la propia salud.

“Los buenos y los malos lo reciben por igual, todos reciben lo mismo, pero con diferentes efectos: los buenos para la vida y los malos para la muerte. Muerte a los malos y vida a los buenos: ved cuán diferentes son los efectos que produce un mismo alimento”. Quien comulga en estado de gracia recibe un influjo de vida y de fuerza espiritual e incluso corporal. Sin embargo, ¡ay de aquellos que se acercan a este Sacramento en estado de pecado mortal!” El olor de la muerte se apodera aún más del alma y del organismo mismo. Cuán cuidadosos debemos ser de no acercarnos a la Eucaristía sin estar completamente preparados. Busquemos más bien el confesionario, que está a nuestra disposición, y sepamos arrodillarnos con humildad y pedir perdón por nuestras faltas.

“Cuando la hostia es dividida, no vaciléis, pero recordad que el Señor está todo bajo el fragmento, cuanto en la hostia entera. Ninguna división puede violar la sustancia: ¡solo los signos del pan, que ves con los ojos de la carne, fueron divididos! Ni el estado ni las dimensiones del Cuerpo de Cristo se alteran”. Santo Tomás vuelve aquí a lo que ya había enseñado más arriba, para solidificar en las almas la doctrina católica sobre la Eucaristía.

Este es el pan de los ángeles que se convierte en alimento para los peregrinos”

El santo recuerda en estas frases que el Sacramento del Altar es la realización de signos antiguos: “Verdaderamente es el pan de los hijos de Dios que no se debe echar a los perros. Las figuras lo simbolizan, es Isaac el que es inmolado, el cordero destinado a la Pascua, el maná dado a nuestros padres”.

Las últimas estrofas de Lauda Sion alaban al Buen Pastor que nos alimenta y nos guarda y nos hace partícipes del Banquete Celestial en el futuro. En este tramo final de Lauda Sion, letra y melodía se unen en una suprema belleza, de irresistible dulzura: “Buen pastor, pan verdadero, ¡oh Jesús!, ten piedad. Apaciéntanos y protégenos; haz que veamos lo bienes en la tierra de los vivientes. Tú, que todo lo sabes y puedes, que nos apacientas aquí siendo aún mortales, haznos allí tus comensales, coherederos y compañeros de los santos ciudadanos. Amén”.

(Basado en artículo de Monseñor João Clá Dias, EP – Revista Heraldos del Evangelio, junio/2002)

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