sábado, 23 de noviembre de 2024
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El templo ‘galpón’, el centro comercial y una iglesia celestial

Redacción (Martes, 12-03-2019, Gaudium Press) Nos contaba por estos días un amigo que después de buscar con ansia y hasta una cierta desesperación, encontró en su ciudad un sacerdote que hace unas homilías muy buenas, y que eso se le convirtió en un gran hallazgo, pues parece que no son tan frecuentes donde él está.

Entretanto, después de hacer el sincero y nutrido elogio del presbítero, mi conocido se quejó suave pero profundamente de la pobreza y simpleza del templo: «Es un galpón», me decía. Que no había casi nada que ayudase a los sentidos a considerar la grandeza de lo que allí se realizaba: el máximo sacrificio renovado del Calvario; no había casi nada que manifestase a la carne del hombre que este se hallaba ante el Rey de Reyes y Señor de Señores, el Santísimo Sacramento del Altar. Creo que no va a ser fácil que mi amigo siga yendo a esa iglesia, pues si la fe y la razón son atendidas, no lo es tanto así la sensibilidad, y resulta que el hombre no es solo razón y voluntad, sino también sensibilidad.

Qué comparación podríamos hacer con un shopping center, donde todo está hecho para obnubilar y esclavizar a los sentidos, ‘obligando’ y consiguiendo muchas veces que el visitante subyugado adquiera el producto que se ofrece, además que vuelva al Centro Comercial.

Es que no somos ángeles. Y aunque somos harto inferiores a los ángeles, el poseer cuerpo nos da una cierta superioridad sobre los espíritus angélicos, en el sentido de que resumimos en nuestros seres los diferentes órdenes de la creación: el angélico, el animal, el vegetal y el mineral, y por ello podemos ser más simbología del orden del universo. Tenemos algo de ángel, pero también somos cuerpo, animal, vegetal y mineral. Y las tendencias o facultades de origen corporales, como imaginación, fantasía, sensibilidad, también piden por ser atendidas.

Escuchándolo, a nuestro amigo, nos decíamos interiormente que de hecho deberíamos dar gracias por poder asistir a un templo como el de abajo, en el que también por demás los sermones son bien buenos.

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El colorido de la arquitectura gótica habla de la alegría de la redención, y de la resurrección del Señor. Es un colorido abundante, que da energía al alma pero que no desordena. Abigarrado, pero no desordenado. Un colorido que aunque copioso no hastía, no pesa, no nos torna pesados, sino que nos eleva a la consideración de las realidades celestiales, y a la esperanza en la otra vida y en el auxilio de Dios en esta. Un colorido que hace que ya en el atrio se queden buena parte de las penas pesadas y grises de esta existencia humana. Un colorido que nos anima y nos prepara para la confesión, para reconocer ante el sacerdote con ánimo humilde pero no abatido nuestras culpas, pues allí seremos redimidos y no condenados.

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El rosetón con el centro de M y Sagrados Corazones fácilmente nos remite a la Virgen, por la esperanza y acogida materna que nos brinda, por los tonos azulados que hablan de reino estable, delicado, gaudioso y sereno, por la propia forma de rosa que recuerda a la Rosa Augusta de la Creación, su más fina Joya, Nuestra Señora.

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La capilla del Santísimo Sacramento es también celestial.

En ella los propios colores de los mármoles reemplazaron el colorido de la pintura, y acompañados de los tonos que emiten los vitrales hacen que el adorador enfoque su espíritu en el Dios omnipotente y Autor de toda la Creación que está protegido en el Sagrario. La pompa de la Capilla nos recuerda que el que allí se encuentra es el Mismo que hizo los colibríes y los volcanes, los mares de mil colores y también los huracanes.

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Es claro, lo más importante es la renovación incruenta del sacrificio cruento del Calvario. Y los misioneros que abandonaron las comodidades de sus estancias para ir a ofrecer la eucaristía a los cuatro rincones de la Tierra, con mucha frecuencia tenían como bóveda solo el azul infinito del cielo. Y eso es altísimamente meritorio.

Pero que algo sea lo más importante no significa que sea lo único. Y un bello templo, sin duda favorece muchísimo la piedad y devoción de esos hombres de carne que somos nos. Bellos templos + piadosos y buenos sermones + facilidad de benévolas confesiones: trilogía atrayente, imán para el fiel.

Por Saúl Castiblanco

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