viernes, 03 de mayo de 2024
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El Divino Espíritu Santo y sus dones – III

Redacción (Jueves, 06-06-2019, Gaudium Press) Concluimos esta serie sobre el Espíritu Santo, previa a la solemnidad de Pentecostés, haciendo un barrido de cada don del Espíritu Santo y dando unas meras pinceladas sobre la necesidad de la devoción a la Virgen para la unión con el Espíritu Santo.

Primero recordemos que dones del Espíritu Santo son muchos, siendo él infinito, pero que la teología católica ha destacado siete, que nos ayudan a apreciar aún más cuanto debemos pedir que el Espíritu Santo habite en nuestras almas. (De hecho, de una manera más técnica, tendríamos que expresarnos del «septiforme don del Espíritu Santo», como lo hace el P. Royo Marín).

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Primero, y el más importante, si así podemos expresarnos, el don de Sabiduría.

Es éste un don «por el cual juzgamos rectamente de Dios y de las cosas divinas por sus últimas y altísimas causas bajo el instinto especial del Espíritu Santo, que nos las hace saborear por cierta connaturalidad y simpatía». 1 Es el don más alto, porque perfecciona la virtud de la caridad, el amor, y ya sabemos que al final de nuestras vidas seremos juzgado en función de nuestro amor a Dios y a los hermanos.

Es también el don más alto porque como que engloba a los otros dones. En efecto con el don de Sabiduría se ve rectamente a Dios y las cosas divinas, lo que es también característico del don de entendimiento; con el don de Sabiduría se juzga también todo el Orden del Universo, las cosas creadas, lo que es propio del don de ciencia; el don de Sabiduría favoreciendo en el alma una visión arquitectónica del Orden del Universo, es decir, cómo es y cómo debería ser el Universo, también ayuda a ver en el caso concreto de los hombres lo que se debe hacer para ser fiel a este orden (don de Consejo). En el mismo sentido, el don de Sabiduría ofreciendo una visión sabrosa del Orden del Universo, muestra las relaciones necesarias con Dios (autor del Universo y pináculo del Orden del Universo) y los hermanos (don de Piedad), ayuda a enfrentar todo aquello que contraríe el Orden del Universo o favorece la perfección del Orden del Universo (don de Fortaleza), y da como consecuencia un temor de quebrantar el Orden del Universo y de ofender al Autor del Orden del Universo (don de Temor de Dios).

Entretanto cada don del Espíritu Santo tiene una especificidad característica, que vamos a definir haciendo eco de las palabras del P. Royo Marín:

– «El don de entendimiento es un hábito sobrenatural infundido por Dios [en el alma] con la gracia santificante, por el cual la inteligencia del hombre, bajo la acción iluminadora del Espíritu Santo, se hace apta para una penetrante intuición de las cosas reveladas y aún de las naturales en orden al fin último sobrenatural» que es Dios y la unión con Dios». 2

– «El don de ciencia es un hábito sobrenatural infundido por Dios con la gracia santificante, por el cual la inteligencia del hombre, bajo la acción iluminadora del Espíritu Santo, juzga rectamente de las cosas creadas en orden al fin último sobrenatural». 3 La diferencia de este don con el de entendimiento es que el objeto primario de este don son las cosas creadas, mientras que el del don de entendimiento es las verdades de la fe.

– «El don de consejo es un hábito sobrenatural por el cual el alma engracia, bajo la inspiración del Espíritu Santo, intuye rectamente, en los casos particulares, lo que conviene hacer en orden al fin último sobrenatural». 4

– «El don de piedad es un hábito sobrenatural infundido por Dios con la gracia santificante para excitar en nuestra voluntad, por instinto del Espíritu Santo, un afecto filial hacia Dios, considerado como Padre, y un sentimiento de fraternidad universal para con todos los hombres en cuanto hermanos nuestros e hijos del mismo Padre, que está en los cielos». 5

– «El don de fortaleza es un hábito sobrenatural que robustece al alma para practicar, por instinto del Espíritu Santo, toda clase de virtudes heroicas con invencible confianza en superar los mayores peligros o dificultades que puedan surgir». 6

– Finalmente, «el don de temor es un hábito sobrenatural por el cual el justo, bajo el instinto del Espíritu Santo y dominado por un sentimiento reverencial hacia la majestad de Dios, adquiere docilidad especial para apartarse del pecado y someterse totalmente a la divina voluntad». 7

Maravilloso es pues este ‘organismo donal’; irremplazable, como que es irremplazable el propio Dios en nuestras vidas. Joya valiosísima que no debemos perder; esmeralda pulcrísima que debemos recuperar si la hemos extraviado. Esperanza de los pecadores, porque ya no seremos nosotros, sino será el propio Dios al que le abrimos las puertas para que solucione el problema de nuestras vidas. No seremos nosotros quienes ‘forjaremos’ la santidad de nuestras almas, como el escultor que a punta de cincel y martillo labra la dura piedra hasta convertirla en estatua, sino que será el propio Espíritu Santo quien nos moldeará en su molde. Por la intercesión de María Santísima.

Terminamos pues esta nota diciendo algo de lo muchísimo que se podría decir sobre la relación de la Virgen con el Espíritu Santo. Simplemente recordaremos una de las tesis de San Luis Ma. de Montfort.

En lenguaje pedagógico explica San Luis María, que fue en María donde el Espíritu Santo se hizo ‘fecundo’, engendrando al Hijo de Dios encarnado.

Y que si así fue con la Cabeza de ese Cuerpo místico que es la Iglesia, así es con los otros miembros de ese Cuerpo que somos los hombres llamados a integrar la Iglesia. De manera tal que el Espíritu Santo va completando su Iglesia cuando en María presente en las almas va fecundando nuevo hijos de Dios.

Es decir, es la Virgen Bendita la que atrae al Espíritu Santo. Ella termina siendo el molde de Dios, en el cuál Dios quiere que nos vaciemos para alcanzar la santidad. Más no se puede decir, para mover a la devoción a la Santísima Virgen.

Por Carlos Castro

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1. P. Antonio Royo Marín O. P. El Gran Desconocido – El Espíritu Santo y sus dones. BAC. 8va. Ed. Madrid. 1998. p. 190
2. Íbidem, p. 178
3. Íbidem, p. 163
4. Íbidem, p. 154
5. Íbidem, p. 142
6. Íbidem, p. 128
7. Íbidem, p. 115

 

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