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Nuestro Señor sudó Sangre

Redacción (Lunes, 30-09-2019, Gaudium Press) Terminada la sublime oración dirigida a Dios Padre – llamada Oración Sacerdotal -, Nuestro Señor salió del Cenáculo y, cantando un himno, se dirigió con los Apóstoles al Huerto de los Olivos.

Comenzó a sentir pavor y angustia

Al llegar allí, el Redentor escogió a Pedro, Santiago y Juan – los mismos que habían asistido a la Transfiguración, en el Tabor, para acompañarlo en una parte más retirada.

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Jesús, entonces, «comenzó a sentir pavor y angustia» (Mc 14, 33) y dijo a los tres Apóstoles «¡Quedad aquí y vigilad!» (Mc 14, 34). Un poco más adelante, se arrodilló y pidió a Dios Padre que, si fuese posible, alejase de Él el cáliz del dolor, pero que no se hiciese su voluntad y sí la del Padre eterno.

Cuando volvió, encontró a los Apóstoles durmiendo. «Entonces dijo a Pedro: ‘¿Simón, estás durmiendo? ¿No fuiste capaz de quedarte vigilando una sola hora? ¡Vigilad y orad, para no caer en tentación! El espíritu está listo, pero la carne es débil.’

«Jesús se alejó otra vez y oró, repitiendo las mismas palabras. Volvió nuevamente y los encontró durmiendo. […] Al volver por la tercera vez, Él les dijo: ‘¿Todavía dormís y descansáis? ¡Basta! ¡Llegó la hora! Ved, el Hijo del Hombre está siendo entregado en las manos de los pecadores. ¡Levantaos! ¡Vamos! Aquel que va entregarme está llegando'» (Mc 14, 37-42).

Gotas de Sangre ruedan por el suelo

San Lucas agrega que, mientras el Redentor oraba, gotas de su Sangre caían en el piso (cf. Lc 22, 44).

Comenta el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira:

«De todos sus poros la Sangre comienza a brotar. La Ciencia moderna explica que la perspectiva de dolores y sufrimientos atroces puede provocar en el organismo esa transpiración de sangre. Y fue lo que pasó con Jesús: sin nadie haber tocado en Él, la previsión de los tormentos le arrancó la primera sangre.

«Él siente en sí la incapacidad de su naturaleza humana y suplica: ‘Mi Padre, mi Padre, si es posible aleja de Mí ese cáliz, pero – es la victoria de la lógica – hágase en Mí vuestra voluntad y no la mía.’ Es como si Él dijese: ‘Yo no sé cómo proseguir, no tengo fuerzas para la enormidad de la Cruz que debo cargar, sin embargo una cosa no haré: es ponerla de lado. ¡Cumpliré la voluntad de mi Padre!’

«Y el Padre Eterno podría haber dicho: ‘¡Mi Hijo, me contento con su ofrecimiento, y lo dispenso de la Pasión!’ No lo hizo. ¡Mandó un Ángel para consolarlo, sin remover el sufrimiento de su camino! Jesús se sintió fortificado. Y comprendió en su naturaleza humana – en la divina Él lo sabía todo desde siempre – que no había vuelta atrás.»1

Los sufrimientos del alma son más intensos que los del cuerpo

«El hombre sufre más en el alma que en el cuerpo. Esta es la razón por la cual, de todos los episodios de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, yo tengo una veneración más profunda y más fácil por la agonía en el Huerto, porque allí Él, a bien decir, sufrió su crucifixión psicológica, su crucifixión moral.

«El Redentor previó todo cuanto se haría con Él hasta el fin y aceptó. Y allí mismo tuvo que sujetarse inclusive al sueño y a la infidelidad de los Apóstoles; y después vino todo el resto.

«Este sufrimiento fue tan grande que Él sudó sangre. El Evangelio dice que Jesús comenzó a sentir tedio, quiere decir, aridez, y pavor delante de lo que iba ocurrir, y llegó a sudar sangre, que es una de las manifestaciones más terribles de sufrimiento moral.» 2

El Redentor derramó lágrimas y sudó sangre porque vio todos los pecados cometidos por los hombres antes, durante y después de su venida a este mundo. «Él lloró por el odio de todos los malos, de todos los Arrios, Nestorios, Luteros, pero lloró también porque veía delante de sí el cortejo interminable de las almas tibias, de las almas indiferentes que, sin perseguirlo, no lo amaban como debían.» 3

El sueño culposo de los Apóstoles simboliza la debilidad, superficialidad, mediocridad, en que se encuentran muchos católicos hoy en día de cara a las ofensas practicadas contra Dios. Solamente se preocupan con sus comodidades, sus intereses y placeres.

«Soy Yo»

Habiendo salido de allí, Jesús se deparó con un bando de soldados romanos y de guardias de los sumos sacerdotes y los fariseos, encabezados por Judas. Era noche. Ellos traían antorchas, espadas y palos.

El Divino Maestro les preguntó: «¿’A quién buscáis?’ ‘A Jesús nazareno’, respondieron. Él dijo: ‘Soy Yo'». Ellos, entonces, «retrocedieron y cayeron por tierra» (Jo 18, 4-6).

Afirma Monseñor João Clá:

«Al declarar ‘Yo soy’, el Divino Maestro quiso tornar patente que si quisiese podía suspender la Pasión en aquel acto, haciendo a los soldados, juntamente con Pilatos, Herodes y el Sanedrín, volver a la nada.

«Para acentuar aún más esa nota de omnipotencia, Él mismo dice a San Pedro: ‘¿Crees tú que no puedo invocar a mi Padre y Él no me enviaría inmediatamente más de doce legiones de Ángeles?’ (Mt 26, 53). La Pasión se inicia, pues, con una manifestación grandiosa de la divinidad de Jesucristo.» 4

Con una espada, San Pedro corta una oreja de Malco

San Pedro, que portaba una espada, la sacó de la vaina y cortó una oreja de un siervo del sumo sacerdote, llamado Malco. Entonces, Jesús ordenó al Apóstol que guardase su gladio, y en seguida recolocó la oreja del siervo (cf. Jn 18, 10; Lc 22, 51).

«El mismo que aterroriza, consuela. El mismo que habla con voz insoportable para los tímpanos, reintegra una oreja cortada.

«¿No hay en esto, para nosotros, alguna enseñanza?

«Nuestro Señor es siempre infinitamente bueno, y fue bueno cuando dijo a los que lo buscaban que era Él Jesús de Nazaret, como fue bueno cuando arregló la oreja de Malco.

«Si queremos ser buenos, debemos imitar la bondad de Nuestro Señor y aprender con Él que hay momentos en que es preciso saber prostrar por tierra con santa energía a los enemigos de la Fe, como hay ocasiones en que es preciso saber curar los propios males de aquellos que nos hacen mal.» 5

Por Paulo Francisco Martos

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1 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. O sibarita, o herói e o Mártir do Gólgota. In revista Dr. Plinio, São Paulo. Ano VI, n. 68 (novembro 2003), p. 16.
2 Idem. Ser perseguido por amor à justiça. In revista Dr. Plinio. Ano XIV, n. 159 (junho 2011), p. 28.
3 Idem. A cena do Horto se repete. In revista Dr. Plinio. Ano V, n. 48 (março 2002), p. 9.
4 CLÁ DIAS, João Scognamiglio. EP. O inédito sobre os Evangelhos. Vaticano: Libreria Editrice Vaticana; São Paulo: Instituto Lumen Sapientiae, 2013, v. VII, p. 336.
5 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. A hora do beijo. In revista Dr. Plinio, São Paulo. Ano III, n. 25 (abril 2000), p. 16.

 

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