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Encuentro de Jesús con su virginal Madre, en la Vía Dolorosa

Redacción (Miércoles, 13-11-2019, Gaudium Press) Contemplemos a Nuestro Señor cargando la cruz en la espalda, siendo chicoteado por los verdugos romanos y ridiculizado por el populacho que lo seguía.

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Nobleza en el andar, distinción en el porte, sobriedad de maneras

Comenta Dr. Plinio Corrêa de Oliveira:

«No podemos siquiera imaginar la extraordinaria hermosura del Hijo de Dios, toda la belleza de su Cuerpo y de su rostro sagrado. Sin duda, el conjunto de los principios de la estética del universo estaban condensados en el semblante de Jesús.

«Y quien habla del rostro, debe pensar en la mirada. La mirada divina de Él, espejo del Alma, ciertamente todavía más esplendorosa que el Cuerpo. Solo esa mirada sería suficiente para encantar a los Ángeles por toda la eternidad.

«Además, debemos pensar en Nuestro Señor caminando, con movimientos repasados de gracia, nobleza en el andar, distinción en el porte, sobriedad de maneras, y su infinita bondad irradiándose en todo momento de modo incomparable.

«¿Qué decir entonces de la voz del Divino Maestro dirigiéndose al pueblo que lo seguía? ¿Quién puede concebir la variación de los timbres, la capacidad de expresión y de santa seducción que Él imprimía en sus frases? Habrá sido el sonido más cautivante que fue dado al hombre oír, desde el comienzo hasta el fin del mundo. […]

«Todo aquel esplendor se desvaneciera; sus trazos maravillosos perdieron la forma. Todo desapareció por fuerza de los maltratos, los flagelos, los azotes que le arrancaron pedazos de carne y esparcieron su sangre por todos lados. En la apariencia externa de Nuestro Señor, todo dejara de ser atrayente. Él no era sino una inmensa llaga sanguinolenta que pasaba, llevando la cruz en la espalda.»

¿Cribado por tantos sufrimientos, cuál era la actitud de alma del Redentor?

«¡Había en Él el entusiasmo de Carlos Magno, el ímpetu de los Cruzados, el fuego de San Luís o de San Fernando, o del Bienaventurado Nuno Alvares Pereira y de todos los guerreros cristianos de todas las épocas. Y también el énfasis de todos los doctores, de todos los apologistas, la severidad de todos los teólogos, las desconfianzas de todas las inquisiciones equilibradas y santas, el ímpetu de acción de todos los misioneros; todo eso había en este paso decidido con que Jesús tomó la cruz y la llevó hasta lo alto del Calvario!».

El rostro virginal de María y su túnica quedaron teñidos con la sangre divina

En determinado momento, el Divino Salvador encuentra a su virginal Madre. ¿Es posible concebir lo que Nuestra Señora sufrió?

«Imaginemos lo que sentiría cualquier madre que, andando por la calle, oyese de repente un alarido y, aproximándose, viese a su hijo siendo chicoteado, cayendo sangre por todos los poros, padeciendo dolores indecibles, cargando una cruz, objeto del salvajismo de un populacho brutal, vil, riendo de él, diciendo atrocidades y llevándolo, junto con esa cruz, a ser crucificado y morir en el más horroroso de los martirios, en lo alto de una montaña.

«Esa madre desmayaría, quedaría psicótica, loca, conforme el caso podría hasta morir.

«Ahora, Nuestra Señora quería a Nuestro Señor Jesucristo incomparablemente más de lo que cualquier madre pueda querer a su hijo. En primer lugar, porque Ella es la mejor Madre que hubo y habrá; pero también porque Ella tuvo un Hijo incomparablemente mejor que cualquier otro. […]

«¡Pues bien, Ella ve ese Hijo, el propio Dios, la propia Santidad, tratado así por aquel populacho!

«Cuando Ella tuvo el encuentro con Él durante la Vía Dolorosa, cuando lo abrazó, lo besó, y recibió la gloria enorme de tener su rostro virginal y su túnica teñidos con la sangre divina, […] ¿cuál habrá sido su sufrimiento?»

El momento de la separación

¡Cuánto sería legítimo que Jesús se detuviese a lo largo de la vía dolorosa, consolándose y consolando a su Madre!

«Entretanto, el momento de la separación después de este rápido coloquio llegó. Los dilaceraron, es preciso que os separéis uno del otro. Ni Ella ni Vos, Señor, contemporizáis. El sacrificio sigue su curso. Y Ella queda al costado del camino… Es mejor ni decir cómo, viéndoos, que os distanciáis de a poco vertiendo sangre, con paso incierto y vacilante, en demanda del último y supremo sacrificio.

«María tiene pena de Vos. Ella os sigue con la mirada, viéndoos solo, en manos de verdugos y de enemigos. ¿Quién ha de consolaros? ¡Oh voluntad irresistible, arrebatadora, inmensa, de seguir vuestros pasos, de deciros palabras tiernas que solo Ella sabe deciros, de amparar vuestro cuerpo divino, de interponerse entre los verdugos y Vos, y, postrada como quien implora una limosna inestimable, suplicar para sí un poco de los golpes que os dan, con tanto que con esto os hieran un poco menos, no os lastimen tanto la carne inocente! ¡Oh Corazón de Madre, lo que sufristeis en este lance!»

«Y había algo peor. Había el peor de los males. Había el pecado, el pecado declarado, el pecado protuberate, el pecado atroz».

Pidamos a Nuestra Señora la gracia de compenetrarnos que el peor de los males que trituran al mundo actual es el pecado.

Por Paulo Francisco Martos

(in «Noções de História Sagrada» – 215)
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Bibliografía

CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. «Carregou nossos pecados e suportou nossas dores». In revista Dr. Plinio, São Paulo. Ano XI, n. 120 (março 2008), p. 11.

Idem. Como enfrentar a dor. Op. cit. Ano XVII, n. 199 (outubro 2014), p. 19.

Idem. A glória excelsa de Maria Santíssima. Op. cit. Ano XVIII, n. 212 (novembro 2015), p. 22-23.

Idem. In PRECES PRO OPPORTUNITATE DICENDAE. São Paulo. Edições Loyola. 2016. 3. ed., 2016, p. 181.
(ARM)

 

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