Redacción (Miércoles, 18-12-2019, Gaudium Press) En nota anterior nos habíamos introducido en la doctrina del Absoluto, según la esbozaba el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira. Hoy continuaremos profundizando en ella, ‘equilibrándola’ con la doctrina del ‘buen sentido’ en la vida cotidiana, e introduciendo en ella la gloriosa cruz de Cristo.
El camino hacia el Absoluto es el que transita un hombre que da vía libre a su tendencia innata hacia lo maravilloso, hacia la belleza suprema, tendencia de sublimidad, de absoluto.
Camino del Absoluto que por ejemplo comienza a recorrer un niño cuando ve una bola de cristal y se encanta, pero al mismo tiempo ya va ansiando la bola de cristal más perfecta, rumbo a la Bola de Cristal-Absoluta, aquella que tiene proporción con Dios, la que sería la Bola de Cristal del cielo empíreo.
Un día ese niño es llevado por su padre a visitar un lindo castillo, y siente no solo el maravillamiento ante la magnífica construcción, sino también un cierto descanso: por fin encontró ese algo que ansiaba su más íntimo ser; esa construcción perfecta que se encaja con una matriz de perfección que hay en su alma. Y al tiempo que descansa plácida y alegremente en el castillo maravilloso encontrado, lentamente va percibiendo que sus ansias se levantan de nuevo hacia un castillo aún más perfecto, el Castillo del Cielo Empíreo, el castillo en verdadera proporción con Dios, el Castillo-Absoluto, habitado por Ángeles-Absolutos.
Un día conoce a alguien muy especial, por ejemplo un marqués, por ejemplo el segundo Marqués de Comillas. Y en esa persona admira el porte, su gentileza y donaire, su elevación de vistas, su bondad y todo lo que lo caracteriza como marqués. Y la persona que lo conoce siente que se atendió un ansia de su ser que quería entrar en contacto con una mayor perfección humana, con una maravilla que el género humano podía dar. Y al mismo tiempo que se regocija y descansa con este hallazgo, ya va deseando conocer un humano más perfecto, el Ser Humano-Absoluto.
El camino hacia el Absoluto se recorre entonces a partir del hallazgo de los seres creados, va hacia seres creados perfectísimos (‘seres-absolutos’) y se introduce en un mundo celestial, angélico, que es un mundo en real proporción con Dios, porque al final el término del camino hacia el Absoluto es Dios, el Ser completamente Absoluto.
En ese caminar hacia el Absoluto, el hombre puede sentir, y comúnmente siente, cierto vértigo de quien está muy por encima del suelo, de ese suelo llamado la vida, la lucha de todos los días. Son las preocupaciones de la faena diaria que lo reclaman, y que le exigen que las atienda. Y puede venir en ese momento la tentación, de creer que el camino hacia el Absoluto es una mera disquisición fantasiosa de una imaginación febril, infantil en el sentido de ‘inmadura’.
Sin embargo, lo que tiene que hacer el hombre, no es ni renunciar al fragor de los combates de la lucha diaria ni a la búsqueda del mundo perfecto absoluto, sino que debe unirlos en una sola labor: el debe usar de su esfuerzo y su firme voluntad para arreglar bien las cosas de esta tierra, pero debe inspirarse constantemente en la búsqueda del Mundo-Sublime-Absoluto, y debe seguir procurando ese mundo, en el interior de su alma, en las maravillas que se nos presentan, y en la transformación de este mundo hacia lo maravilloso. Si tiene que arar el campo de sol a sol lo debe hacer; pero al mismo tiempo puede ir pensando en como sería el campo de lavanda perfecto del sur de Francia, o incluso en un campo más bonito, puede ir haciendo de su campo un campo maravilloso…: no debe abandonar el Mundo del Absoluto, porque esa es la verdadera Patria de nuestras almas, donde encontramos a Dios, Belleza-Absoluta, Patria donde hallamos la posible felicidad en esta tierra, donde verdaderamente hallamos reposo.
Y cuando el mundo quiera ensuciar el Castillo-Dorado Absoluto que ya se ha construido en el alma, se debe enfrentar el mundo para preservar el camino al Absoluto. Al mundo que grita que todo es interés y fealdad, se le debe encarar mostrando que hay una belleza suprema. Y algo más duro, cuando la hiedra de mi pecado original quiera ahogar mi propia tendencia al absoluto, debemos yugular esa hiedra con la gracia, con la vida de piedad, la oración, los sacramentos. Esa es la cruz de Cristo, que debemos cargar con valentía, rumbo al reino de Cristo, el Hombre Dios-Absoluto.
De la búsqueda innata de lo Absoluto debe nacer la guerra contra lo que quiere destruir la belleza-absoluta. Para al final, arribar al Reino encantado del Dios Absoluto.
Por Saúl Castiblanco
Psic., Lic. Teol., Lic. Fil., Lic. Hum., Mg. Bioét.
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