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¿Los extraterrestres ya están aquí?

Redacción (Viernes, 14-02-2020, Gaudium Press) La ciencia ficción nos ha ido acostumbrando a imaginar que existe vida en otros planetas. Que son seres con conocimientos más avanzados que los nuestros. Que tal vez vendrían a la Tierra a ayudarnos a resolver algunos de nuestros grandes problemas -entre ellos el ambiental. Que son feos o al menos distintos a nuestro concepto de la belleza. Que tendrían probablemente otra mentalidad, costumbres y manera diferente de ver las cosas de la vida.

Algunos escritores y libretistas de ese género de literatura se aventuran a decir que vendrían a hacernos mal. Otros, un poco más imaginativos, hablan de una guerra sideral entre extraterrestres «buenos» y «malos» que usarían la Tierra como campo de batalla.

Páginas más especializadas en ese tema se preguntan si la presencia de ellos entre nosotros, cambiaría lo que nos enseña la Biblia sobre la Creación, la Redención y la Vida Eterna. Otras de esas páginas afirman que los actuales astrónomos jesuitas son hoy día los que más han investigado al respecto.

El remanente de todo lo que se ha dicho es que son muy feos, casi monstruosos y que tendrían costumbres, hábitos, mentalidad e incluso ideas muy diferentes de las de los terrícolas. Sin embargo para encontrar seres así no tendríamos que esperar la presencia de los extraterrestres, pues parece que ya está siendo preparada.

Tatuada la cara, el cuello y las extremidades al punto de cambiarle el color a la piel, con piercings prensados en distintas partes del rostro, algunos con la lengua bífida y la esclerótica de los ojos de otro color, protuberancias en la cabeza rapada pareciendo cuernos o crestas de animales prehistóricos, ya incluso deformando de esa manera a su bebitos, toda una generación anuncia no solamente un estilo de vida sino una nueva mentalidad y participa en concursos internacionales con pasajes, premios y estadía pagada no se sabe bien por quién.

Los estamos viendo por todas partes con la mayor naturalidad y sin repugnancia. Visten jeanes rotos, desteñidos y de mal olor, algunos llevan una cadena de la cintura al bolsillo como indicando que se han hecho esclavos de alguien o de algo y ya tienen un pacto secreto. Siempre conectados a los audífonos, parecieran estar hablando solos. Tenis sucio y mirada perdida caminan como sin rumbo definido. Llevan a mano su dosis «legal» de cannabis y viven en otra dimensión. Ya casi no hablan y solo se comunican con gestos o van absortos en los chats de su móvil con pésima ortografía, por supuesto. De las pocas palabras que usan, la mitad son groseras y agresivas. De cada leva generacional que llega, casi la mitad está optando por ese estilo de vida que incluye ignorar los acontecimientos mundiales y vivir como asalariados esperando pensionarse. No les llama la atención ropas finas, elegancia ni lociones. Mucho menos los negocios. Hoy su modelo humano se identifica más con el Guasón o Joker, con lo cual van gestando un odio a la sociedad que algunos políticos ya están pensando manipular.

Es un tipo humano que nos aproxima más de lo hediondo, de lo feo y lo grotesco, que de lo bello, limpio y de lo bueno, pues también se nota en ellos un gusto por la maldad y lo delictivo o al menos porque la ven como una forma de protesta social a la que adhieren cada vez más y que las películas de Hollywood estimulan. Consultan la ouija y les llama poderosamente la atención lo esotérico. No le temen al suicidio aunque la famosa película «Coco» no haya traído todavía la inmensa ola suicida que se teme entre los adolescentes. Tampoco los impresiona para nada el aborto o la eutanasia para sus abuelos y padres. Solamente les falta usar los restos humanos como abono o fertilizante y tal vez el canibalismo y la coprofagia, disimulados en alguna novedad gastronómica.

Si los malos espíritus quisieran tomar formas y hacerse visiblemente presentes en la Tierra, probablemente no adoptarían un aspecto muy distinto en las calles de nuestras ciudades, estas con las paredes ya embadurnadas de grafitis insolentes y dibujos horrorosos, que destruyeron definitivamente el paisaje urbano de las bellas fachadas y antejardines, que antes nos recreaban un poco el monótono viaje en ómnibus de la casa al trabajo y viceversa.

Por Antonio Borda

 

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