domingo, 19 de mayo de 2024
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Cardenal Rubiano festeja a la Inmaculada en la catedral Primada de Colombia

Bogotá (Miércoles, 09-12-2009, Gaudium Press) Lleno total de la catedral Primada de Colombia para festejar a la Virgen en su Inmaculada Concepción. En ceremonia solemne, acompañada litúrgicamente por los «Caballeros de la Virgen» (Heraldos del Evangelio), el cardenal Pedro Rubiano Sáenz, arzobispo de Bogotá y Primado de Colombia, ofreció la eucaristía en honra de uno de los muchos privilegios María Santísima, uno altísimo, reconocido solemnemente por Pío IX el 8 de diciembre de 1854 al declarar que la Madre de Dios fue preservada desde el momento de su concepción de la mancha del pecado original, en previsión de los méritos de Jesucristo.

Tras bendecir el pesebre que se halla en la Plaza de Bolívar, Plaza Mayor de la capital colombiana ubicada en frente de la catedral, el Primado de Colombia inició el cortejo desde el atrio, con el cual comenzó la ceremonia. Precedían el cortejo cuatro estandartes nobles, de gran envergadura, en los cuales se estampaba el rostro de la Virgen, que portados por robustos caballeros revoloteaban en la nave central como manifestando la presencia angélica. Custodiada por la procesión, también se hallaba la imagen peregrina del Inmaculado Corazón de María, que fue trasladada hasta el presbiterio a la espera de ser coronada al final de la celebración.

«María es la perfecta cristiana»; «María es nuestra esperanza»; «María nos lleva a Jesús»; «María nos prepara para la unión con el Redentor»: estas y muchas más expresiones brotaron sencillas y plenas de fervor del alma del purpurado, para resaltar ante los fieles cuanto se debe apreciar el papel de la Virgen en el plan de la salvación del género humano, y en la salvación personal.

La homilía había sido precedida por las bellas y significativas lecturas, propicias para mover a los corazones a comprender el profundo contenido de la fiesta celebrada. El Génesis recordaba, con su relato grave y sereno, el pecado de Eva, que arrastró a Adán y a todo el género humano. La Carta a los Efesios ya manifiesta la esperanza: no fuimos destinados al pecado, sino a la adopción divina, a la santidad. El Salmo anticipa la alegría de quien ya participa de la Bienaventuranza: ‘Cantad al Señor un cántico nuevo, porque él hizo prodigios’. Y finalmente el Evangelio, de San Lucas, relata la salutación angélica, en la que Dios omnipotente se somete al ‘fiat’ de una Virgen, que se convertirá en su Madre, y que dará así comienzo al plan redentor. Es la nueva Eva, que engendra al nuevo Adán, y en él a todos aquellos que están destinados a la salvación eterna.

Los cantos litúrgicos propios a la época de adviento, conjugaron los villancicos con el gregoriano y el polifónico, y contribuyeron de forma decisiva para mantener una atmósfera sacral que cada vez se iba tornando más densa. Y al final, la coronación de la imagen de la Virgen, realizada en medio de cantos y aclamaciones por el Cardenal, tornó patente a los ojos de todos su soberanía de amor, su ternura que se convierte en misericordia, y expresó la certeza de su victoria, anunciada por ella en Fátima en 1917, cuando dijo `Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará’.

Por Saúl Castiblanco

 

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