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Zita: asomándose a la eternidad

Bogotá (Martes, 23-02-2010, Gaudium Press) En esta tercera y última entrega sobre la vida de Santa Zita de Lucca, se completa el cuadro de su bella vida, de su pureza inmaculada, con hechos memorables de sus días maduros, y finalmente su inmortalidad. Hasta un Dante recogió su memoria en la Divina Comedia.

 

Defendiendo la pureza reconocen su santidad

Zita trabajó con los Fatinelli durante 48 años. Había comenzado siendo una niña que creció y se desarrollo como señorita a la sombra de esa casa respetada e incluso temida en la ciudad por su riqueza y sus influencias políticas. A cierta altura de su vida, cuando ya florecía como una llamativa joven, uno de los criados de mayor confianza de la casa pretendió seducirla mancillándole el pudor y acosándola en varias ocasiones, hasta que terminó intentando forzarla al pecado con lo cual se ganó unos fuertes rasguños en el rostro que el miserable no tenía como explicare a los compañeros. De allí en adelante el hombre la trató con mucha seriedad, distancia y respeto al punto que los demás dedujeron lo que había pasado.

Las otras empleadas quisieron inducirla a que aceptara los requerimientos y con ello sería muy considerada y hasta respetada por toda la servidumbre de la casa si se convertía en algo así como la amante del hombre ese. Consta que Zita ni siquiera respondió a eses insinuaciones. Quizá con una mirada fría y seria, se limitó a hacerles entender con su elocuente silencio, que estaban muy lejos de comprender quién era ella realmente.

A fin el comportamiento de Zita terminó impresionando a sus propios patrones, a sus compañeros de trabajo, a los vecinos, al cura párroco, al sacristán, y a los pobres y mendigos. La casa Fatinelli llegó a ser considerada una de las familias más caritativas y buenas de la ciudad pues suponían que era por indicaciones expresas de los patrones que Zita hacía aquellas obras de caridad.

Incluso cuando se supo de varios milagros que hizo en vida, ya a nadie le cupo duda que esta buena mujer, para ese entonces pasando de los 40 años de edad, era una santa. Sin embargo fueron casi treinta años que padeció persecuciones, incomprensiones, maltratos, calumnias y maledicencias de todo tipo. La familia Fatinelli demoró mucho tiempo en darse cuenta de que en su gran mansión trabajaba una verdadera santa. Un buen tiempo después fue que sus patrones ya no intervinieron más y dejaron que Santa Zita practicara sus obras de caridad con el apoyo de la propia familia.

Zita: asomándose a la eternidad

Había ido regalando poco a poco su dotación del dormitorio. Una vez había sido una cobija, después otra, hasta que se quedó sin con que abrigarse de noche. Más tarde regaló la almohada y finalmente el colchón. Dormía en las tablas de la cama y se cobijaba las noches de invierno con la ropa y los delantales que guardaba en su baúl. Esto al principio no le importó nada a nadie entre la servidumbre. Al principio oían a Zita tiritar de frío y comprobaban que dormía muy poco, pero casi podemos creer que cuando ella pensaba en aquellos a los que había socorrido para que se abrigaran esas noches heladas, se alegraba y complacía inocentemente por haber hecho esa obra de caridad. Al fin y al cabo ella tenía techo, unas tablas y trapos con qué cubrirse.

Seguramente hacía un lista mental de las cosas buenas que tenía allí : comida, salario, el calor de la cocina que abrigaba un poco el lugar donde ella dormía, eso la debía animaba a padecer con resignación el frío de las noches de invierno que se fue quedando con su salud.

Jamás se quejó siquiera de ese tormento de las noches de la estación de invierno al que al principio de esa mortificación que practicaba, veía llegar con cierto temor pero tranquila y confiada. Se sabía que las otras empleadas no desconocían esa situación pero al parecer nunca hicieron nada por compartir abrigo con ella.

Dante hace alusión a ella en la Divina Comedia y el pintor genovés Valerio Castello pintó un bello óleo sobre tabla que actualmente está en el museo de bellas artes de Rio de Janeiro: la pobre Santa Zita, la pobrísima Zita que nunca tuvo nada, aparece repartiendo ayudas a los pobres casi como si fuera la caritativa reina santa Isabel de Hungría cuando repartía su patrimonio.

Cuando se supo de su muerte, un 27 de abril de 1.278, ese mismo día se aglomeró gente de todas las clases sociales en la mansión Fatinelli y exigieron que fuera llevada en cortejo fúnebre hasta bella la Basílica de San Frediano en la propia Lucca y enterrada allí. Hoy Día reposa incorrupta en una urna de cristal con altar propio enchapado en plata, la humilde empleada doméstica analfabeta que también ha sido declarada una de las patronas de Italia.

Por Antonio Borda

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