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Los nombres del Espíritu Santo, El Gran Desconocido

Bogotá (Lunes, 24-05-2010, Gaudium Press) «El Gran desconocido»: ese es el título con el que el reconocido teólogo Fray Antonio Royo Marín O. P. ha querido encabezar una de sus últimas obras, esta sobre el Espíritu Santo (cuya fiesta acabamos de celebrar), focalizada a incentivar la piedad popular. Entretanto, no ha sido éste el único autor que se ha referido al Divino Espíritu como un ‘desconocido’, incluso por el pueblo católico. ‘Il Dio ignoto’ ya era también el rótulo de una conocida obra sobre el Paráclito de Arrighini, publicada en Turín en 1937, entre varias otras.

espiritu-santo41.jpgSobre el por qué ‘desconocido’, el Padre Royo Marín dice que una de las razones puede ser la limitada iconografía existente, que tiene como base las pocas veces que el Espíritu Santo se manifestó y representó sensiblemente en la historia sagrada, a diferencia de Jesucristo, e incluso a diferencia de Dios Padre, de quien el Antiguo Testamento recuerda las innúmeras ocasiones en que tuvo un relacionamiento palpable con los hombres.

De hecho, sólo en tres ocasiones el Espíritu Santo se manifestó de forma sensible a los hombres.

La primera fue en el bautismo de Jesús en el Jordán: «Una vez bautizado, Jesús salió del río. De repente se abrió el cielo y vio al Espíritu de Dios que bajó como paloma y venía sobre él» (Mt 3, 16). La segunda fue en el monte Tabor con forma de nube, durante la trasfiguración: «Pedro estaba todavía hablando cuando una nube luminosa los envolvió» (Mt 17, 5). Y la última en Pentecostés, como narran los Hechos de los apóstoles: «De pronto, vino del cielo un ruido, como el de una violenta ráfaga de viento, que llenó toda la casa donde estaban. Se les aparecieron unas lenguas como de juego, las que, separándose, se fueron posando sobre cada uno de ellos; y quedaron llenos del Espíritu Santo» (Hch 2, 2-3). Por lo demás, la Iglesia prohíbe representar al Espíritu Santo por medio de un símbolo diferente al de una paloma, una nube o una lengua de fuego.

Al hecho anteriormente expuesto, se suman según el Padre Royo, la escasez de doctrina -antigua y nueva- sobre el tema, y falta de devociones que incentiven su conocimiento.

Entretanto el «asunto» del Espíritu Santo es esencial en la vida de todo cristiano, y también en la de todo hombre. Rezan los católicos en su Símbolo fundamental que «Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida». La expresión se refiere a la vida sobrenatural, a la vida de la gracia, vida esencial que se adquiere en el bautismo y que se debe fortalecer durante toda la existencia aquí en la tierra; vida sustancial sin la cual nadie gozará de la Gloria eterna. Lo allí nos nos está diciendo el Credo es que esta vida depende de forma absoluta del Espíritu Paráclito. Es pues, fundamental, que conozcamos y que amemos cada vez más al Divino Espíritu, para pedirle la adquisición, conservación y aumento de nuestra vida sobrenatural.

Una de las herramientas escogidas por el Padre Royo Marín en su libro con ese propósito, es la de examinar los distintos nombres con que la Sagrada Escritura, la Tradición y la liturgia de la Iglesia llaman a la tercera persona de la Trinidad, pues «cada uno de ellos encierra un nuevo aspecto o matiz que nos la da a conocer un poco mejor». Vamos pues, junto con el insigne dominico, a recorrer algunos de esos apelativos.

Los nombres del Espíritu Santo

El primero es el de Espíritu Santo. Él es Espíritu, pues es Dios, y es Santo, pues es Dios, pero este nombre es propio de la tercera Persona, pues sabemos por la teología que su procedencia trinitaria es la de una ‘espiración’ de amor entre el Padre y el Hijo. En ese mismo sentido se le titula Amor, pues «puede afirmarse que el Padre y el Hijo se aman en el Espíritu Santo» (Royo Marín, El Gran Desconocido).

El Espíritu Santo es llamado también Don, pues «por lo mismo que procede por vía de amor, tiene razón de primer don, porque el amor es lo primero que damos a una persona siempre que le concedemos alguna gracia» (Royo Marín, op. cit.). Con este, terminan los tres nombres que según Santo Tomás de Aquino son más propios y representativos de la tercera persona de la Santísima Trinidad. Sin embargo, además de estos están los nombres «apropiados», es decir, aquellos que podrían ser comunes a las tres personas divinas, pero que la Tradición, la Liturgia de la Iglesia y la misma Biblia han unido de forma especial al Espíritu Santo. Estos nombres son muchos. Hemos seleccionado algunos de los referidos por el ilustre teólogo dominico.

virgen maria y el espiritu santo.jpgEspíritu Paráclito. Es Cristo mismo quien usa la expresión «Paráclito» para referirse al Espíritu Santo (v. gr. Jn 14, 16). Según algunos ‘Paráclito’ quiere decir maestro, en el sentido enseñado por Jesús, quien afirmó que el Divino Espíritu «os enseñará toda verdad» (Jn 14, 26). Otros afirman que ‘Paráclito’ significa Consolador (quien aportará consuelo) y Defensor: «Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos, y yo rogaré al Padre y les dará otro Defensor que permanecerá siempre con ustedes», dice Cristo en el Evangelio de San Juan.

Se le llama también Espíritu Creador, y con razón, pues Dios crea todas las cosas por amor y ya sabemos que el origen divino de la tercera persona de la Trinidad es una efusión de amor. También se habla de Él como de Espíritu de Cristo, pues como el propio Redentor atestiguó, «el Espíritu Santo está sobre mí» (Lc 4, 18).

El Espíritu Santo es Espíritu de Verdad: «Este es el Espíritu de Verdad, que el mundo no puede recibir porque no lo ve ni lo conoce» (Jn 14, 17) decía Jesús cuando anunciaba a sus discípulos la venida del Consolador. Si una de las características del ‘mundo’ es una vana ciencia, y un falso conocimiento de muchas de las cosas que atañen a la vida espiritual, el Espíritu Santo, por el contrario revela al hombre la verdad de la vida, de la vida eterna, y del fin del hombre.

El ángel Gabriel, al anunciar a María Santísima el magno acontecimiento de la encarnación, llamó al Espíritu Santo de Virtud del Altísimo. El himno litúrgico ‘Veni, Creator Spiritus’, se refiere a Él como Dedo de Dios. Y es comprensible esta metáfora pues los dedos manifiestan una gran potencia creadora y constructiva, que es eminente en el Espíritu Creador.

La ‘secuencia’ de Pentecostés llama al Paráclito de Huésped del Alma. Sabemos por teología católica que Dios en sus tres personas habita en el alma en gracia. Entretanto el término Huésped se ha apropiado al Paráclito, pues esta inhabitación trinitaria en el alma es una particular obra de amor.

Sello es también otro de los nombres con que se designa al Consolador, en la línea de lo dicho por el apóstol San Pablo, quien afirma que hemos sido «sellados con el sello del Espíritu Santo prometido» (2 Cor 1, 21-22). Unión, Nexo, Vínculo, Beso… son nombres que han sido apropiados al Divino Espíritu y que expresan la unión íntima e indisoluble que se da entre el Padre y el Hijo en virtud del Espíritu Santo.

Fuente Viva, Fuego, Caridad, Unción Espíritual, Luz Beatísima, Padre de los Pobres, Dados de Dones, Luz de los Corazones, son otros tantos nombres que por su contenido nos van descubriendo aspectos maravillosos de la personalidad sublime del Espíritu Consolador.

Que el anterior repaso sea solo un incentivo para profundizar en el conocimiento y el amor de ese Ser esencial para nosotros, que es quien nos da la más profunda y verdadera vida, que es su propia vida.

Por Saúl Castiblanco

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