jueves, 21 de noviembre de 2024
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"El Espíritu Santo, que es Espíritu de verdad y de amor, va amalgamando a la Iglesia para hacerla perfecta en la unidad": Obispo de Puerto Iguazú, Argentina

Iguazú (Viernes, 28-05-2010, Gaudium Press) El pasado domingo muchos católicos celebraron con gran júbilo y alegría la fiesta de «Pentecostés», a través de la cual se recuerda la manifestación del Espíritu Santo a los Apóstoles, acto que en este año, como todos los anteriores, ha generado diversas reflexiones de los pastores de la Iglesia.

De este modo Monseñor Raúl Martorell, Obispo de Puerto Iguazú, Argentina, compartió con los fieles de esta jurisdicción eclesial una significativa homilía durante la celebración de Pentecostés. Así, Monseñor hizo un énfasis especial sobre la presencia continua del Espíritu Santo en la Iglesia:

«La Iglesia vive, crece y obra en el mundo bajo el influjo y guía del Espíritu Santo, al que Cristo envió de parte del Padre para que llevará a cabo interiormente su obra salvífica e impulsará a la Iglesia a extenderse a sí misma. Todo lo que la Iglesia ha realizado en estos milenios ha sido por obra del Espíritu Santo que nunca ha cesado de asistirla e infundirle el necesario vigor para el cumplimiento de su misión», expresó Monseñor.

Y es justamente, la viva presencia del Espíritu Santo en la Iglesia la que le permite superar las adversidades y obstáculos a los cuales se enfrenta en su misión evangelización y santificación: «El Espíritu Santo no lleva a la Iglesia por un camino fácil, exento de dificultades y de luchas, sino que más bien la sostiene para que avance a través de éstas con constancia y serenidad y se alegre de sufrir por Cristo. De esto daban testimonio los primeros Apóstoles que se gozaban ‘porque habían sido dignos de padecer ultrajes en nombre de Jesús’ (Hch 5,41). San Pablo, camino a Jerusalén, decía: ‘Ahora encadenado por el Espíritu voy a Jerusalén, sin saber lo que allí me sucederá, sino que en todas las ciudades el Espíritu me advierte, diciendo que me esperan cadenas y tribulaciones’ (Hech. 20, 22-23). Los apóstoles tenían conciencia de arriesgar la vida, pero no retrocedían con tal ‘de anunciar el evangelio de la gracia de Dios’ (Ib. 24)», explicó el Prelado.

Y este mismo Espíritu Santo cuidador incesante de la misión evangelizadora, es también símbolo de amor, de esperanza, de fraternidad y de caridad, que llena a los hogares, los lugares de trabajo, los centros educativos y especialmente los corazones de los hombres que deciden abrir sus puertas.

«El Espíritu Santo, que es Espíritu de verdad y de amor, va amalgamando a la Iglesia para hacerla perfecta en la unidad «para que el mundo crea». El Espíritu Santo -si los hombres no ponen obstáculos a su acción- promueve siempre la unidad de los corazones y de las mentes, despierta el verdadero sentido de fraternidad y continuamente produce y urge la caridad entre los hombres. La acción del Espíritu Santo es por demás poderosa y eficaz. Pero sin embargo, al ser Espíritu de amor, no quiere violentar la libertad humana, sino que espera a que el hombre acepte libremente sus impulsos y le entregue por amor la propia voluntad. Cuando el Espíritu encuentra en el hombre resistencia, retira de él sus gracias y lo deja en la mediocridad», finalizó Monseñor Martorell.

Gaudium Press / Nathali J. Rátiva M.

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