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La Envidia: Ese sentimiento tan antiguo y tan común…

Redacción (Miércoles, 21-07-2010, Gaudium Press) Inherente a su naturaleza es la búsqueda del hombre por la felicidad, remedio para la atroz contingencia que siente en sí mismo a cada momento. Y en esta interminable búsqueda, ansía una situación edénica donde no sienta más «las dos leyes» en sí, como se quejaba el Apóstol (cf. Rm 7, 23).

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La Envidia, segun Giotto

En efecto, siente el hombre el desenfreno de las pasiones que lo acompañan noche y día, llevándolo a vivir en una constante batalla a fin de vencer sus malas inclinaciones. Verdaderamente, de entre los varios vicios contra los cuales las más nobles almas tienen que luchar, uno le es particularmente humillante por su malicia: la envidia. Este sentimiento tan antiguo y tan común es uno de los más difíciles de ser eliminados, y que más ha causado sufrimiento a la humanidad.

Ningún juez es tan riguroso contra sí mismo como la envidia, pues continuamente aflige y castiga a su propio autor. De acuerdo con Granada (1856, p. 126), «la envidia tortura a quien la tiene, calienta el corazón, seca las carnes, fatiga el entendimiento, roba la paz de consciencia, hace tristes los días de la vida y aleja del alma el contentamiento y la alegría».

A veces se presenta de forma sutil, sin darnos cuenta. En otras ocasiones, deja trasparecer toda su virulencia, destruyendo en el alma todo y cualquier buen sentimiento. Entretanto, Verdiani (2006, p. 11) nos advierte que la envidia no siempre es perceptible:

Su carácter disimulado, secreto y paciente dificulta su percepción por la mayoría de las personas, pues la envidia puede asumir conductas distintas, como: indiferencia, ironía, maledicencia, calumnia, infamia, indignación, capricho, libertinaje, odio, desesperación, y tantos otros artificios…

Los autores clásicos están de acuerdo en afirmar que los envidiosos están condenados a odiar de forma inextinguible, pues el odio provocado por la ira se apacigua fácilmente mediante la reparación, pero el odio nacido de la envidia no se amansa ni admite un pedido de disculpas. Más aún, se irrita con los beneficios recibidos. Todavía, podemos preguntarnos en que ámbitos la envidia se desarrolla y cuál es su principal intento:

… la envidia es uno de los pecados más extendidos […]. Impera en todo el mundo y vive especialmente en las cortes y palacios, en las casas de los señores y príncipes, en las universidades y cabidos y también, en los conventos de religiosos […] su objetivo y meta es perseguir a los buenos y los que por sus virtudes son altamente apreciados (GRANADA, 1848, p. 132).

La envidia hizo y continúa haciendo verdaderos daños entre los hombres. Puede ser comparada a un cáncer silencioso o a una úlcera afectiva que corroe la convivencia y quita la paz. Su intención no es solamente poseer lo que es del otro, pues, de acuerdo con Alberoni (1996, p. 55) «la envidia visa tanto el tener como el ser, los objetos como la calidad, los bienes como los reconocimientos.»

Conviene resaltar que el estudio sobre la naturaleza de la envidia tiene una larga tradición en el ámbito de la cultura católica y comporta diversas manifestaciones. Varios filósofos y teólogos hicieron pormenorizadas descripciones fenomenológicas sobre esta temática. También son numerosas las referencias sobre el vicio de la envidia a lo largo de la literatura universal, desde el mundo griego hasta hoy.

A partir de las lecturas de la Retórica de Aristóteles, los Trabajos y los Días de Hesíodo, podemos encontrar este comportamiento presente en muchas de sus narrativas. El filósofo griego Antístenes (444-371 a.C.) ya decía que «la envidia consume al envidioso como el óxido al hierro». Ovidio (2007, p. 39), en su obra Metamorfosis, nos presenta la envidia como una divinidad terrible y venenosa, despreciada y odiada por los mismos dioses. Las descripciones hechas de su aspecto y su ámbito son muy elocuentes:

Un valle donde jamás se ve el sol

La envidia habita en el fondo de un valle donde jamás se ve el Sol. Ningún viento lo atraviesa; allí reinan la tristeza y el frío, jamás se enciende el fuego, hay siempre tinieblas espesas […]. La palidez cubre su rostro, su cuerpo es descarnado, la mirada no se fija en ninguna parte. Tienen los dientes manchados de sarro, el vientre verdoso por la bilis, la lengua húmeda de veneno. Ella ignora la sonrisa, salvo aquel que es excitado por la visión del dolor […]. Ve con desprecio el éxito de los hombres y ese espectáculo la corroe; al dilacerar a los otros, ella se dilacera a sí misma, y este es su suplicio.

Con todo, se puede afirmar que no es tarea anacrónica estudiar la fenomenología de la envidia. Una reciente investigación hecha por la Agencia Toledo & Asociados nos proporciona subsidios que certifican la actualidad de este tema. En la pesquisa, se constató que, de entre los siete pecados capitales, la envidia es la más conocida por los brasileños. Mientras 45% de los 407 entrevistados no se acordaban de los pecados capitales, todos conocían la envidia y sus principales consecuencias.

Su esfera de estudio tampoco corresponde solamente a los moralistas, pues diversos psicólogos, filósofos y sociólogos han proporcionado valiosas contribuciones para el análisis del alma envidiosa. Conviene recordar que, en la actualidad, la envidia ha sido objeto de constantes debates y palestras, especialmente en los medios empresariales, donde se examina su carácter nocivo para el buen desarrollo profesional.

De acuerdo con el estudio del psicoanalista austro-brasileño Norberto Keppe, diversas enfermedades tienen su origen en la envidia. Otro reciente trabajo científico realizado por el psicólogo Antônio Soares (2007, p. 2) constató que la envidia es una de las más influyentes causadoras de la infelicidad del hombre contemporáneo. Soares (2007, p. 02) definía envidia como «la incapacidad de ver la luz de las otras personas, la alegría, el brillo, la luminosidad de alguien, sea en que aspecto fuere».

Por Inacio Almeida

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