Redacción (Viernes, 26-11-2010, Gaudium Press) Preguntar por qué alguna cosa es, o existe, es una cuestión provocativa para el pensamiento humano desde el tiempo en que los griegos, caminando por las sendas nevadas de las montañas de la Hélade, sentados delante de columnas dóricas teniendo como fondo un bello bosque, o navegando en frágiles barquitos por entre las islas del Egeo bajo el luminoso sol de otoño, rumiaban sobre la esencia de las cosas.
Por su propia naturaleza, el hombre es un animal metafísico. [1] En los últimos 25 o 26 siglos, una amplia pléyade de pensadores intentó penetrar al más recóndito fundamento del ser.
Platón, Aristóteles y Santo Tomás fueron aquellos que más cerca llegaron de la pura experiencia filosófica, conforme muestra Gilson a lo largo de su famosa obra sobre la «Unidad de la experiencia filosófica». Ellos entendieron que solo en torno a la metafísica del ser se puede hacer filosofía.
Si los pensadores se desvían de estos rieles, e intentan describir el todo de la humanidad por otras vías, el escepticismo crece, la duda triunfa, el subjetivismo se establece. Descuidando el ser, se pierde el principio unificador de la filosofía. Es la situación en la cual nos encontramos hoy.
Por eso, del lado de la cultura moderna, la ‘primera mirada’ no encuentra ambiente favorable. A ella se ve negada cualquier objetividad y capacidad de captar la realidad de las cosas.
El proceso que nos trajo hasta esta situación tiene profundas raíces históricas e ideológicas. Su génesis remonta a las tesis de Guilherme de Ockham, en el siglo XIV, y más aún a la doctrina del ‘cogito’, de Descartes. El turbio río del pensamiento occidental brotado de estas fuentes, redundó en un océano de incertezas y subjetividad, todo hostil al ser y, consecuentemente, contra la ‘primera mirada’.
El paso radical y decisivo para el oscurecimiento del ‘ser’ fue dado por Kant, con su revolución copernicana del pensamiento. El mismo calificó así su gnoseología, en el prefacio para la segunda edición de la Crítica de la razón pura. Semejante a lo sucedido en la astronomía con la teoría de Nicolás Copérnico, la mente humana (el sol) no gravita más en torno al objeto (la tierra), sino, al contrario, son «los objetos» que «deben regularse según nuestro conocimiento… en lo que dice respecto a la intuición de los objetos», afirma Kant. Era preciso revisar los conceptos adquiridos por la filosofía perenne.
Como observa Abelardo Lobato, «el hombre toma el lugar que antes era ocupado por el ‘ser’ y había sido reservado en la historia para Dios o la physis». [2] Con el hombre colocado así en el centro del proceso cognoscitivo, la experiencia subjetiva toma el poder y prácticamente empuja de lado el conocimiento metafísico, haciendo cesar el largo primado de la ontología. La metafísica, la moral y la religión son transformadas por Kant en meras servidoras de la antropología. Es destronado el ser, y hasta Dios, y en su lugar es elevado el «yo pensante».
A partir de entonces, la percepción del mundo palpable que nos rodea dependerá no más de la realidad, sino del deseo humano. [3] De ahí que se pueda hablar apropiadamente del olvido del ser como uno de los mayores desastres de la historia del pensamiento occidental -para usar expresión de Heidegger, aunque aplicándola a un período histórico diferente y rechazando el sentido oscuro y hostil a la metafísica que él le daba.
A las filosofías ajenas a la realidad del mundo cabe bien la crítica del italiano vivaz y observador: «La filosofia è quella cosa con la quale e senza la quale il mondo va tale e quale» (La filosofía es aquella cosa con la cual y sin la cual el mundo va tal cual).
El hecho es que, a pesar de todos los malentendidos y errores a lo largo de la historia, los hombres nunca abandonaron la pregunta sobre la esencia del ser. De hecho, conforme observó Gilson, en todas las doctrinas metafísicas, se verifica esta nota constante: «Por más divergentes que puedan ser, ellas concuerdan en la necesidad de descubrir la primera causa de todo lo que es». [4]
Aquel que fue descrito como el más sabio de los santos, y el más santo de los sabios -Santo Tomás de Aquino-, fue quien llevó más lejos y más alto esta indagación metafísica, partiendo del menor y más humilde ser material, concreto, hasta depararse con el propio Ser.
A partir de las cosas -que son inmediatamente dadas a la intuición sensitiva -, se pasa, por medio de la actuación de la inteligencia, al conocimiento del ser o su esencia inmaterial, para en seguida alcanzar, a partir de este ser material, la esencia y existencia de los seres espirituales, del alma humana, en primer lugar, y finalmente la Existencia en sí, el ‘Esse per se subsistens’, fundamento último – Causa primera eficiente y Causa final suprema – de todo ser. [5]
La filosofía de Santo Tomás está toda fundada y articulada sobre el ser. Todo el pensamiento «razonable» de Occidente, a partir del final del siglo XIII, es deudor a la gran obra realizada por quien merecidamente recibió el título de Doctor Común – de la filosofía y la teología también. Obra comparable, en grandeza, osadía, armonía y pulcritud, a la arquitectura gótica que le fue contemporánea.
Por Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP
_____
[1] GILSON, Étienne. The Unity of Philosophical Experience. New York: Charles Scribner’s Sons, 1937. p. 307.
[2] LOBATO, Abelardo. El hombre en cuerpo y alma. Tratado I: El cuerpo humano. In: El Pensamiento de Tomás de Aquino para el hombre de Hoy. vol. 1. Valencia: Edicep, 1994. p. 78.
[3] Cfr.LOBATO, Abelardo. Ibidem, p. 79).
[4] GILSON, Étienne. Op. Cit. p. 306.
[5] DERISI, Octavio Nicolás. Tratado de Teología Natural. Buenos Aires: Educa, [s.d.]. p. 134.
Deje su Comentario