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Salvado a último momento

Redacción (Viernes, 03-12-2010, Gaudium Press) Casi todas las personas tienen alguna aventura para contar, sobre todo, cuando el hecho que se dio está lleno de riesgos. Algunos narrarán el hecho milagroso de cómo escaparon ilesos de un accidente de automóvil; otros dirán cómo casi fueron muertos en un asalto; cuántos riesgos ya sufrieron personas al ser atacadas por animales peligrosos; riesgos en la profesión. Imaginemos, por ejemplo, un policía… ¡Cuántas cosas tendría para contar!

Lo cierto es que cada vez que se sale ileso de algún lío, se tiene la impresión de una pequeña resurrección, pues podría no haber sido de otra manera. Es una sensación de alivio y conforto. Ahora, si esto pasa con la vida natural, ¿por qué no pasaría con la sobrenatural?

La vida natural solo puede ser perdida una única vez mientras que la sobrenatural, que se pierde por un pecado mortal, puede ser readquirida por el sacramento de la confesión. Entretanto, el estado de alma que una persona tiene cuando deja este mundo permanecerá eternamente; si una persona muere en estado de gracia -en amistad con Dios-, así permanecerá para siempre, pero si muere en estado de pecado mortal… No habrá salvación.

Jesús.jpgPor eso, más que escapar con vida de algún riesgo inminente, el gran deseo debe ser poder salvar la propia alma en el último momento de la vida. Ejemplo muy convincente ofrece el Evangelio de San Lucas al narrar la conversión del buen ladrón.

Mientras Jesús era llevado a lo alto del Calvario, «eran conducidos al mismo tiempo dos malhechores para ser muertos con Jesús» (Lc 23,32). Vean que tenemos tres personajes a ser ejecutados: Jesucristo, el Hijo de Dios, sin pecado alguno y dos ladrones.

Después de ser crucificados, mientras aguardaban su muerte, hubo una discusión entre los ladrones, y uno de los malhechores blasfemó contra Jesús: «¡Si eres Cristo, sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros!» (Lc 23,39). El otro, sin embargo, retrucó: «¿Ni siquiera temes a Dios, tú que sufres en el mismo suplicio?» (Lc 23,40). Y dirigiéndose a Jesús le pidió: «Jesús, acuérdate de mí, cuando hayas entrado a tu Reino» (Lc 23,42).

Y ¿cuál fue la respuesta de Jesús para este bandido miserable que debería estar siendo observado en esos momentos, incluso, por las personas a las cuales causó algún daño y que le llevaron al juicio? «Jesús le respondió: En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,43).

Jesucristo es verdaderamente Dios, pues solamente un Ser divino es capaz de una actitud tan misericordiosa. La misericordia triunfó sobre la justicia (cf. St 2,13). Y con todo respeto y admiración podemos decir que el buen ladrón consiguió «robar» el cielo. Él recibió un perdón inmediato y la alegría inefable de formar parte de aquel Reino, el cual Jesús vino a predicar. Pero, esta actitud de Dios no se refiere únicamente a un ladrón que estaba colgado en la cruz en aquel momento histórico, «con estas palabras, Jesús, del trono de la cruz, acoge a cada hombre con infinita misericordia».

En lo alto de la cruz, Jesús, hacía el papel de balanza de la justicia: «Podía verse al Salvador entre los ladrones, como la balanza de la justicia, pesando la fe y la infidelidad». Pero Jesús, como un Juez, fue diferente de los otros jueces. Estos últimos cuando les es manifiesta la falta, aplican la merecida justicia de acuerdo con el crimen cometido. Jesús, entretanto, perdonó al criminal justamente cuando este reconoció ser culpable: «Ante el hombre, el castigo sigue a la confesión, mientras que ante Dios, a la confesión sigue la salvación».

Todavía hay una figura impar al pie de la cruz que resalta todo este episodio: la Madre de Dios. Delante de su Hijo desfigurado y despojado de toda gloria, Ella mantuvo su fe en Él: «La fe de María, que une en su Corazón también este fragmento del mosaico de la vida de su Hijo; Ella todavía no consigue ver todo, pero continúa confiando en Dios, repitiendo una vez más con el mismo abandono: ‘He aquí la sierva del Señor’ (Lc 1, 38). Y además está la fe del buen ladrón: una fe superficial, pero suficiente para garantizarle la salvación: ‘Hoy estarás conmigo en el Paraíso’. Es decisivo aquel ‘conmigo’. Sí, es esto que lo salva».

Nuestra Señora, fidelísima, siempre permaneció con Jesús, en todas las ocasiones. Pero el buen ladrón se volvió a Él solo en el último momento y hasta ese extremo llegó la infinita misericordia. Y ¿por qué no pensar que el buen ladrón se convirtió por causa de las oraciones de Ella?

La Virgen María es la Madre de Dios, pero también es nuestra Madre. Es, por tanto, Madre de los dos bandidos que estaban siendo crucificados con Jesús. No era posible que Ella rezase solo por su divino Hijo y dejase desamparados a los otros dos crucificados. Debe haber rezado por los dos, con la diferencia que el buen ladrón aceptó su ayuda mientras que el ladrón malo no. Vamos, entonces, al encuentro de Jesús siendo ayudados por María Santísima. Así, no habrá riesgo que no podamos atravesar…

Por Thiago de Oliveira Geraldo

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1 BENTO XVI, Angelus de 21 de Novembro de 2010.

2 CRISÓSTOMO. Apud San Tomás de Aquino. Catena Aurea (IV San Lucas). Buenos Aires: Cursos de Cultura Católica, 1946. p. 522.

3 CRISÓSTOMO. Op. Cit., p. 521.

4 BENTO XVI, Homilia de 21 de Novembro de 2010

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