Redacción (Miércoles, 15-12-2010, Gaudium Press) Sapin, tannenbaum, árbol de Navidad, Evergreen… Llámenlo como sea, el árbol de navidad nunca dejó de ser una de las decoraciones más atrayentes en las conmemoraciones navideñas. Verde, lleno de agradables lucecitas, su vitalidad y variedad constituyen el encanto y la alegría de los pequeños, no solo de edad, sino también de corazón, y donde él está, impregna el ambiente con su característico olor de pequeños ramos quemados por las velitas encendidas. En nuestros días, es muy difundida la idea de que esta bella y tradicional costumbre surgió en el norte de América, debido a su fuerte difusión en este lugar. Con todo, al remontarnos a un pasado lleno de historias, nos deparamos con su verdadero origen, poco conocido y más antiguo de lo que parece…
Montaje del árbol de Navidad en la Plaza de San Pedro en Roma |
Los bárbaros invadieron la Europa central en el lejano siglo séptimo. Más específicamente, el sur de Sajonia habitaban los frisones o frisios (entre la actual Bélgica y Weser, frente a Inglaterra). Sus creencias, todas paganas, estaban muy enraizadas y, a veces, eran anteriores a la propia Revelación Cristiana. Cierto día, un monje benedictino de origen anglosajón, movido por la gracia, sintió el deseo de evangelizar estas inhóspitas regiones. Su nombre era Wilfrido de York (634-709). Al inicio de su misión (678-685), se instaló en un lugar donde los habitantes, curiosamente, adoraban el roble, muy común en aquellos bosques.
Según decían, éste era poseído por espíritus, los cuales lo conservaban verde durante el invierno. Y estas mismas divinidades promovían el retorno de la primavera y el verano. Temerosos, los frisones realizaban diversos rituales durante el mes de Diciembre, alrededor de los gigantescos árboles, a fin de que no dejasen de ejercer su indispensable función. San Wilfrido se deparó con un difícil obstáculo, al querer desmentir esta enraizada convicción pagana, aún así, se dispuso a demostrarles la falsedad de tal imaginación.
Cierto día, en medio de aquellas prácticas religiosas, congregó a los bárbaros con la intención de cortar uno de aquellos viejos robles. Golpe va, golpe viene, irrumpió una terrible tempestad, dejándolos a todos muy aterrorizados. El Santo apuró el servicio de los leñadores y, en medio de tambaleadas, ¡el gigantesco árbol se precipitó a tierra! Un silencio cortante se apoderó de los presentes y, de súbito, un rayo fulminante partió en pedazos el roble, coincidiendo con su golpe en el piso. Al ver su mito caer a tierra, la desilusión contribuyó para efectuar la conversión de aquellas almas. Sin embargo, pasó algo muy curioso… Había, a pocos centímetros del carbonizado árbol, un pino, el cual de modo increíble fue conservado intacto en medio de tamaña destrucción.
¿Sería ésta una señal?
Era el día 25 de Diciembre. San Wilfrido percibió en este hecho un simbolismo muy bello: ¡Dios protege la fragilidad y la inocencia! En su sermón a la noche, relacionó poéticamente la imagen del pequeñito árbol con la Natividad del Señor y, de esta manera, el pino pasó a ser, a partir de aquel día, el símbolo del Niño Jesús más utilizado. Un discípulo de este Santo misionero tuvo que enfrentar, también, dificultades semejantes al evangelizar la futura Alemania: se trataba de San Bonifacio (673- 754).
Árbol de Navidad en San Petersburgo |
En Geismar de Hessen, centro muy concurrido de rituales paganos, se adoraba un gran roble consagrado al dios Donar. Se realizaban a su alrededor prácticas supersticiosas, principalmente en la época invernal, porque atribuían a este dios ser responsable por los terribles vendavales y tempestades, muy frecuentes durante el solsticio. Una vez convertidos, los germanos fueron desasociando el carácter pagano de la creencia y relacionando la figura del árbol con pasajes de la Sagrada Escritura, como ésta del Profeta Isaías: «A ti llegará lo mejor del Líbano, con el ciprés, el olmo y el alerce, para adornar mi Lugar Santo y honrar la Casa donde yo resido» (60, 13). Así, comenzó a divulgarse en las inmediaciones de Germania, el uso del pino en las conmemoraciones del nacimiento del Señor.
Otras lejanas referencias hacen alusión a esta costumbre: En el año 1539, en la iglesia y las moradas de Estrasburgo, Francia, por primera vez, se utilizaron pinos decorados al celebrar las festividades navideñas; en 1671, la princesa Charlotte Elizabeth de Baviera, esposa del duque de Orleans, introduce oficialmente esta tradición en todo el país.
Y, finalmente, durante el reinado de Jorge III (1760-1820), la costumbre llega a Inglaterra, transmitiéndose a América del Norte y de allí, para el mundo entero. Con todo, ¿cuál es el significado de las innúmeras esferas, bastones, conos, etc. que llenan sus ramas? En el transcurso de los siglos, se fueron agregando bonitos adornos al pino. Su simbología se refiere a la imagen del segundo Adán, Cristo nuestro Salvador (cf. 1Cor 15, 21-22; 45), el cual nos trajo de vuelta los frutos perdidos por nuestro primero padre, al haber comido del árbol prohibido (cf. Gn 2, 9; 3, 6). Por esta razón, estos bellos pertrechos representan los preciosos y superabundantes frutos nacidos de la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, verdadero Árbol de la Vida.
Por Sebastián Correa Velázquez
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