sábado, 23 de noviembre de 2024
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La paloma y los cardenales – I Parte

Redacción (Miércoles, 19-01-2011, Gaudium Press) Fabiano era un devoto cristiano de aquellos primeros siglos, en los cuales testimoniar públicamente el nombre de Jesús significaba poner en riesgo la propia vida. No hacía mucho que el Papa fuera martirizado. «El pontificado de Antero -afirma Eusébio de Cesaréia- había durado solo un mes» [1]. Y Fabiano, como todos los fieles, aguardaba ansioso la elección del nuevo pontífice.

Apenas las circunstancias lo permitieron, el clero y el pueblo cristiano de Roma se reunieron en alguno de los lugares de culto, talvez una dependencia de las catacumbas, y procedieron a la elección. Buscaban empeñadamente llegar a un consenso en torno al candidato más idóneo. Las preferencias se inclinaban hacia aquellos de origen noble e influyente. Entretanto, no había medio de llegar a un acuerdo.

Del anonimato a la notoriedad

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San Fabiano estuvo en el origen de la

figura de los Cardenales

En aquel día, Fabiano volvía del campo, con algunos amigos. En el camino, sintió un deseo intenso de saber quién sería el nuevo Papa. ¿Pura curiosidad? ¿Inspiración del Espíritu Santo? Y él, movido por este misterioso impulso, entró al lugar donde transcurría la elección.

Podemos imaginar que haya ido a buscar a sus conocidos para informarse de las últimas novedades. Talvez alguno de los candidatos fuese su amigo o pariente…

Sin embargo, Fabiano, al cruzar el umbral del lugar donde se desarrolló este acontecimiento histórico, estaba muy convencido de que en la elección de un Papa hay siempre un elector invisible, el cual tiene la última palabra, independientemente de las intenciones humanas que puedan interferir en aquel acto: el Divino Espíritu Santo.

Esa vez, el Gran Elector había decidido intervenir de modo visible.

Mientras Fabiano se deslizaba entre la asistencia para acercarse al centro de la escena donde se desarrollaban los debates, una paloma entró por una ventana del lugar, revoloteó elegantemente sobre los espectadores y posó suavemente sobre su cabeza: ¡el Espíritu Santo lo había elegido! La asamblea, presenciando el hecho, enseguida irrumpió en una gran aclamación de júbilo delante de una señal tan notoria de la Providencia: «¡Él es digno! ¡Él es digno! Y a pesar de la resistencia de Fabiano, lo cercaron y lo hicieron sentar en el trono pontificio», relata Eusébio de Cesaréia [2].

El elegido por la paloma en el origen del Colegio Cardenalicio

San Fabiano gobernó la Iglesia durante 14 años, habiendo coronado su pontificado con el martirio, bajo el emperador Decio, el 20 de enero de 250.

Entre las medidas innovadoras tomadas por este Papa, se destaca el nombramiento de un diácono para cada una de las siete regiones de Roma, a fin de dar asistencia a los pobres, así como siete subdiáconos para dirigir los ‘notarii’, encargados de redactar las actas de los mártires. Estos diáconos regionales son los antepasados remotos de una de las órdenes en que se divide el Colegio Cardenalicio: los cardenales-diáconos. Y no deja de ser singular el hecho de haber sido un Papa escogido por una «paloma» quien lanzó los fundamentos de la institución que, siglos más tarde, tendría como principal función la elección del sumo pontífice.

Origen del Sacro Colegio

El Colegio Cardenalicio se originó «en el Presbyterium o senado sacerdotal que rodeaba al Obispo de Roma, así como los demás obispos de los primeros siglos. A partir del siglo VI, los presbíteros de los 25 títulos o iglesias parroquiales de Roma reciben el nombre de ‘praesbyteri cardinales’ (de cardo, gonzo, bisagra), porque eran como las bisagras o ejes de estas iglesias.

Incardinatus o cardinalis, era costumbre decirse del clérigo incorporado establemente a una iglesia, para establecer la diferencia con lo que estaba vinculado temporalmente. Después fueron llamados `diaconi cardinales’ los diáconos regionales, encargados desde tiempos remotos de socorrer a los pobres de las siete regiones de Roma (más tarde fueron catorce), y ocupados también en asistir al Papa, tanto en los oficios divinos, como en la administración. A estos catorce diáconos se sumaron cuatro diaconi palatini, que servían al pontífice en su palacio. Había también siete obispos suburbicarios que acompañaban al Papa en las funciones litúrgicas: de Ostia, Porto, Albano, Santa Rufina o Silva Cándida, Sabina, Túsculo o Frascati, y Preneste o Palestrina.

Estos siete obispos, desde Esteban II (769), oficiaban por turno (episcopi cardinales hebdomadarii) en la Basílica de Letrán. En el siglo XI, había en total 53 cardenales» [3].

Con el pasar de los siglos, su autoridad y prestigio fueron creciendo notablemente, pues, era también entre los cardenales que los Papas acostumbraban escoger los legados pontificios.

Vicisitudes del Papado

A partir del siglo VI, las elecciones de los Papas comenzaron a sufrir interferencias de los príncipes, que perjudicaron mucho la Iglesia. «Los reyes arrianos y ostrogodos de Italia se arrogaron el derecho de aprobación [del Papa electo]. Los emperadores griegos de Constantinopla, tornados señores de Italia, continuaron los abusos de los arrianos y los ostrogodos. Al comienzo del siglo IX, los reyes de los Francos se convirtieron, por la autoridad de la Iglesia, emperadores de Occidente, recibiendo el derecho y el deber de celar para que la elección del Papa fuese libre. Después de la segunda mitad del siglo X, los reyes de Germania, habiendo recibido de los Papas la dignidad imperial, recibieron también el mismo privilegio, con la misma obligación. El primero de estos emperadores alemanes, Oton I, abusó de este privilegio, contra el propio Papa que le había conferido» [4].

En el transcurso del siglo XI, la creciente influencia de los monjes de Cluny llevó a emprender una saludable reforma de la Iglesia, cuyo principal exponente fue el Papa San Gregorio VII. Ya antes de ascender al Solio Pontificio, el humilde monje Hildebrando ejercía una notable influencia en la Curia Romana, trabajando incansablemente para cohibir los abusos de su época. Entre ellos estaba la interferencia de los príncipes en la elección del Papa.

Por José Antonio Dominguez

(Mañana: Papel decisivo del Colegio Cardenalicio – Usurpación de la Cátedra de Pedro)

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