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El método preventivo de Don Bosco – II Parte

Redacción (Lunes, 31-01-2011, Gaudium Press) San Juan Bosco jamás daba castigos corporales, en la convicción de que eso solo incitaría los corazones a la revuelta y cerraría el alma del joven a los consejos saludables. La manera por la cual él reprehendía era a través de una palabra fría, una mirada triste, una mano retraída, o cualquier otra señal discreta de desagrado con alguna falta. Pero los resultados demostraban que esta forma de corrección era extremamente eficaz.

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Foto: Luis M. Varela

Cierta noche, después de las oraciones, Don Bosco quería dirigir a los niños algunas palabras benéficas, antes de ir dormir, pero tal era el ruido, que no consiguió obtener silencio. Después de algunos minutos de espera, les comunicó: «¡No estoy contento con ustedes! Vayan a dormir. Esta noche no les digo nada». A partir de ese día nunca más fue necesario usar una campana para que los jóvenes hiciesen silencio. Podría, sin embargo, surgir una duda respecto a tal método. ¿Esta vigilancia para evitar el pecado no acabaría por quitar la libertad al joven? La naturaleza humana está hecha para el equilibrio: no sofocar la libertad ni, mucho menos, permitir una indisciplina desenfrenada.

Esta conjunción, San Juan Bosco supo tenerla admirablemente. A pesar de toda la vivacidad y afecto en el trato con los jóvenes, estos siempre mantenían una actitud de respeto y admiración hacia su maestro. Alegría, condimento indispensable. El ambiente en la cafetería del Oratorio era una comprobación de este relacionamiento armónico, cuando Don Bosco demoraba algún tiempo más para terminar su refección, a la cual había llegado atrasado. Cuando los otros superiores salían, una multitud de jóvenes entraban corriendo y ocupaba todo el recinto, no dejando espacio vacío. Algunos se acercaban tanto que casi recostaban sus cabezas en sus hombros, otros se apoyaban en el respaldo de su silla y los más pequeñitos se metían debajo de la mesa. Cuál no era la sorpresa conmovida del Santo al ver aquellas pequeñas cabecitas de allí salir, con el único fin de estar más cerca de su padre. La libertad con que aquellos jovencitos a él se aproximaban, y la veneración que le devotaban, constituían realmente un cuadro conmovedor. Una ocasión como esa era una excelente oportunidad de hacer el bien.

El celoso sacerdote aprovechaba entonces para contar una historia, dar un buen consejo, hacer preguntas, hasta que la campana indicase la hora de la oración de la noche, o sea, el final de esa convivencia enternecida. Como se ve, la alegría ocupaba un gran papel en el método educativo de Don Bosco. Con ella, pretendía el Santo tornar la vida leve y crear disposiciones para los niños, abrir el alma a su influencia y a lo sobrenatural. Uno de los medios que utilizaba eran los juegos y diversiones, de los cuales el propio educador participaba.

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Foto: Victor Toniolo

En una de estas diversiones, él alineaba a todos los niños en una única fila y les recomendaba: «¡Atención! Hagan todo como yo hago. Quien no haga como yo, sale del juego». Dicho esto, comenzaba su recorrido, ya sea corriendo con los brazos en el aire, ya sea haciendo gestos espectaculares, aplaudía, saltaba con una sola pierna, amenazaba parar en un árbol, después salía corriendo de nuevo. De este modo, entretenía y creaba un ambiente de alegría para aquellos jóvenes. Con tales recursos y, sobre todo, con la gracia divina, San Juan Bosco conseguía llevarlos a amar a Dios con alegría. Para este efecto, la música era un instrumento valioso, al punto de decir que una casa sin música es como un cuerpo sin alma.

La perseverancia solo es posible por la frecuencia a los sacramentos y una ardiente devoción a Nuestra Señora

En la confesión, Don Bosco pacificaba las consciencias, infundía confianza en las almas, conducía sus juveniles penitentes a Dios. Bella descripción de esas confesiones nos hace Huysmans, escritor católico del s. XIX: «Nuestro Santo, trayendo en el semblante la cordialidad de un viejo vicario del interior, traía cerca suyo al niño que había terminado el examen de consciencia y, tomándolo del cuello, lo envolvía con el brazo izquierdo y hacía al pequeño penitente apoyar la cabeza en su corazón. No era más el juez. Era el padre que ayudaba a los hijos, en la confesión tantas veces penosa de las faltas más pequeñitas.»

Por medio de la comunión frecuente quería San Juan Bosco fortificar el alma de los jóvenes contra las investidas infernales. Para él, la Primera Comunión debería ser hecha lo más rápido posible: «Cuando un niño sabe distinguir entre el pan común y el Pan Eucarístico, cuando se encuentra suficientemente instruido, no es necesario mirar la edad. Venga ya el Rey del Cielo a reinar en esa alma».

Siguiendo los sabios consejos maternos, Don Bosco hizo de la devoción a María Santísima, bajo la bella invocación de María Auxiliadora, una columna de la espiritualidad de los salesianos. «Si llegares a ser padre -le repetía afectuosamente ‘mamma Margherita’- propaga sin cesar la devoción a Nuestra Señora».

Método preventivo y gracia divina

En realidad, el método preventivo de Don Bosco es una forma adaptada a las nuevas generaciones -y plenamente actual- de predisponer a los jóvenes para ser flexibles a la acción de la gracia divina. Es ella la verdadera causa del éxito sorprendente de este gran educador que marcó su época, hasta nuestros días, con su innovador método transmitido a sus seguidores, los sacerdotes salesianos y las hijas de María Auxiliadora.

Por Thiago de Oliveira Geraldo

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