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Las piedras preciosas del Cielo…

Redacción (Lunes 23-05-2011, Gaudium Press) ¿Cuántas veces, alejados del ajetreo diario, en una noche con el cielo límpido y lejos de las luces de la ciudad, no nos encantamos contemplando el firmamento celeste repleto de estrellas que cintilan misteriosamente? ¿Y cuántas veces no tuvimos voluntad de palparlas, saber de qué son hechas, por qué relucen de manera tan atrayente?

La ciencia define las estrellas como cuerpos celestes productores y emisores de energía, con luz propia. La física nos elucida que son compuestas de plasma y que, por causa de su presión interna, producen energía por fusión nuclear.

stars.jpgAceptamos la explicación, pero ella no nos satisface por entero. ¿Será que aquellos puntitos tan fascinantes, que parecen creados para la contemplación de nuestros ojos y para que nuestros dedos los toquen, se reducen a una confusa masa de gas incandescente?

Desde tiempos inmemoriales, los astrónomos estudiaron las estrellas, las agruparon en constelaciones y les dieron nombre; por ellas se guiaban viajeros, navegantes y pueblos en ­sus locomociones. El hombre siempre las contempló, analizó y soñó con ellas… pero nunca consiguió traspasar las distancias inmensurables que de ellas nos separan.

* * *

Entretanto, podemos decir que Dios no creó estrellas solo en la bóveda celeste, sino también en la Tierra. Les dio formas, tamaños, colores y brillos de los más variados, y no las puso a distancias incalculables, sino, al contrario, al alcance de la mano, donde pueden ser admiradas bien de cerca. Hablamos de las piedras preciosas…

A lo largo de la Historia, los pueblos utilizaron diamantes, zafiros o amatistas para prestar homenaje a sus soberanos. Al incrustarlas en un cetro, o en una corona, visaban simbolizar la autoridad del gobernante y manifestar su riqueza y poder.

Y la Iglesia Católica, buscando circundar al Rey de reyes con toda la gloria que le es debida, «lo coronó» con aquello que en la Tierra hay de más bello y digno. Por eso vemos las piedras preciosas bien próximas a Nuestro Señor Sacramentado en los cálices y ostensorios, o incrustadas en crucifijos y relicarios, puestas en destaque en los altares e imágenes y en otros lugares de honra.

Se trata de la criatura alabando al Creador, del efecto que retorna a la Causa. Una vez que recibimos de Dios tantos beneficios debemos usarlos para adornar Su culto con aquello que de mejor Él nos dio.

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Las piedras preciosas tienen, además, gracias a su belleza y distinción, la posibilidad de simbolizar la mayor y más bella joya de Dios, María Santísima, llamada en el Ave Mundi de gemma cæli luminarium – joya entre las estrellas que refulgen en el Cielo.

Y, de hecho, ¿el luminoso azul del zafiro o el aterciopelado nácar de la perla no nos ayudan a comprender quién fue hace un tiempo Madre y Virgen, criatura y Madre del Creador, capaz de contener dentro de sí a Aquel que el universo es incapaz de contener?

Pensando bien en todo este elevado simbolismo, casi seríamos llevados a decir que no son las piedras preciosas estrellas de la Tierra, pero, sí, son las estrellas las piedras preciosas del cielo…

Por Filipe de Matos Oliveira Torres

 

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