Al aceptar las cruces y los sufrimientos enviados por la Divina Providencia, el creyente bautizado prepara su alma para ver a Dios cara a cara.
Redacción (05/03/2023 14:36, Gaudium Press) El segundo domingo de Cuaresma, antaño conocido en ciertos lugares como el “Domingo de las verdades”, bien podría llamarse el “Domingo de las mentiras”, según palabras del P. Antonio Vieira. [1]
¿Domingo de las Mentiras? La liturgia de ese día nos invita a reflexionar sobre las verdades eternas, especialmente una que es capital en la vida de todo hombre: no fuimos creados para esta tierra, sino para el Cielo. Pero cuando se trata de verdades eternas, ¿qué hombre tiene palabras para describirlas?
El P. Antonio Vieira explica que Santo Tomás, refiriéndose a Aristóteles,[2] divide la mentira en dos tipos: por exceso y por defecto. El primero, aumenta la verdad. Al segundo le falta la verdad, porque dice menos. Como explica el distinguido predicador, esta división se basa en la oposición que tiene la mentira con la verdad, ya que la integridad de la verdad consiste en decir lo que es, tal como es. De esta manera, decir más de lo que es, es una mentira por exceso; y, por decir lo menos, es por defecto.
Dicho esto, el P. Vieira nos asegura que de este segundo tipo de mentira (que no es moral) ni los profetas ni los evangelistas pueden librarse cuando hablan de gloria. No porque no quieran decir la verdad, y la dicen lo mejor que pueden, sino porque las verdades de la gloria son tan altas, tan sublimes y tan superiores a toda capacidad y lenguaje humanos, que por más que digan lo que es, siempre dicen menos.[3]
“En aquellos días, el Señor le dijo a Abrahán: ‘Deja tu tierra, tu familia y la casa de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré’” (Gén 12:1).
¿Qué es esta tierra que el Señor juró dar a Abraham y a su descendencia? ¿La tierra prometida? Sin duda. Mientras tanto, recorriendo el Evangelio de San Juan, encontramos el pasaje en el que dos de los que querían ser discípulos de Jesús preguntan: “Maestro, ¿dónde vives?”. A lo que Él respondió: “¡Ven y mira!” (Jn 1,38).
En palabras de San Beda: “El Señor no decía dónde moraba a los que querían saber, y sólo les respondía que vinieran y vieran, porque la morada de Cristo es la gloria, y lo que es, y cómo es la gloria, sólo se puede ver, pero no se puede decir.[4] Recordemos que San Pablo, el que fue arrebatado hasta el tercer cielo, al referirse a las realidades celestiales, restringe sus palabras, indicando que es algo que “ojo nunca vio, ni oído oyó, ni corazón algunos jamás presintió” (1Cor 2,9).
¡Per Crucem, ad Lucem!
“Amadísimos, sufrid conmigo por el Evangelio, fortalecidos por el poder de Dios” (2 Tim 1, 8).
Sin embargo, como dice un antiguo adagio latino, “per Crucem, ad Lucem”,[5] después del pecado original, la vida del hombre en esta tierra se convirtió en una lucha constante (cf. Job 7,1). Y, para alcanzar la gloria prometida, es necesario primero que cada uno lleve con alegría su cruz, siguiendo el ejemplo de Aquel que sufrió todo por nosotros, y que no ahorró una sola gota de sangre para redimirnos.
El sufrimiento en esta vida es algo que nos acompañará hasta la muerte. Ahora bien, si rechazamos o huimos de las cruces que Dios nos envía en cada momento, es probable que tengamos que aprender a llevarlas en las llamas del purgatorio. El sufrimiento, pues, forja nuestra alma a la visión eterna de Dios, y la purifica de todo defecto o miseria.
Santa Bernardita Soubirous, una de las pocas almas favorecidas con la gracia distinguida de ver a la Santísima Virgen todavía en esta tierra, pasó toda su vida despreciada, considerada loca, además de apartada. En la tercera aparición, Nuestra Señora le habló por primera vez prometiéndole: “No prometo hacerte feliz en esta tierra, sino en el cielo”[6].
Sin embargo, Dios es nuestro Padre, y de ninguna manera un tirano. Si esta vida fuera un sufrimiento constante, desfalleceríamos en pocos días. Es, pues, en vista de nuestra lucha, que el Señor nos envía consuelos desde el Cielo, para que, “bebiendo agua corriente en el camino, sigamos con la frente en alto” hacia el final (cf. sl 110,7). ). Esto es lo que encontramos en el Evangelio:
“En ese momento, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, su hermano, y los llevó solos a una montaña. Y se transfiguró delante de ellos. […] Entonces Pedro tomó la palabra y dijo: ‘Señor, es bueno que nos quedemos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas’” (Mt 17, 1-4).
¿Por qué Jesús habría concedido tal gracia a estos tres Apóstoles? Recordemos que ellos eran los “pilares de la Iglesia” y por tanto tendrían que sostener a otros en la Fe en el momento de la Pasión de su Maestro. De esta manera, también era necesario que recibieran gracias proporcionadas a los sufrimientos que tendrían que pasar, porque, de lo contrario, no podrían soportar ver a Nuestro Señor siendo entregado en manos del Sanedrín y sufrir más. cruel muerte en la cruz.
En definitiva, se nos impone la oración del día para vivir correctamente:
Oh Dios, que nos mandaste a escuchar a tu amado Hijo, ilumina nuestro espíritu con tu Palabra, para que, purificada la mirada de nuestra fe, nos regocijemos en la visión de tu gloria.
Por intermedio de María Santísima, que estuvo junto a la cruz de su Hijo Amado, pidamos a Jesús transfigurado que, purificando la mirada de nuestra fe, mediante la aceptación de las cruces y sufrimientos que la Divina Providencia nos reserva hasta el final de nuestra vida peregrinación terrena, que un día nos regocijemos en la visión beatífica.
Por Guillermo Maia
_____
[1] Cf. ANTÔNIO VIEIRA. Obra completa Padre Antônio Vieira. Tomo II: parenética, volume III: sermões da quaresma. São Paulo: Loyola, 2015, p. 31-54.
[2] S. Th. II-II, q. 110, a. 2, arg. 3.
[3] Cf. ANTÔNIO VIEIRA. Op cit., p. 36-37.
[4] Idem, p. 50.
[5] “Por la cruz se alcanza la Luz”.
[6] TROCHU, Francis. Bernadette Soubirous. Trad. Ricardo Tavares. 2. ed. São Paulo: Cultor de livros, 2021, p. 95.
Deje su Comentario