Redacción (Viernes, 11-11-11, Gaudium Press) Para muchos católicos, tal es la normalidad con que reciben los sacramentos, y llevan su vida de creyentes, que pueden acabar quedando con la impresión de que siempre fue así tranquila la vida de los fieles. Entretanto, al estudiar la Historia de la Iglesia constatamos que todo lo que contribuye para la salvación de las almas y la expansión de la Fe no surge espontáneamente, sino que es fruto de la acción intrépida de hombres que supieron galvanizar en torno de sí la defensa de los ideales evangélicos de cara a una sociedad muchas veces inerte, a veces hasta hostil.
Remontemos a un hecho que pasó en un noviembre, precisamente faltando cuatro años para completar ocho siglos.
Era noviembre de 1215 cuando la Iglesia efectuó un grandioso acto de su historia. Durante veinte días, del 11 al 30 de aquel mes, decisiones de las más importantes vinieron marcar con un surco, por los siglos siguientes, el suceder de acontecimientos innovadores sumamente deseables.
Basílica de San Juan de Letrán, en Roma |
Fuera convocado por el Papa Inocente III un Concilio Ecuménico – décimo segundo de la serie – en la Basílica de Letrán, en Roma. Era la IV asamblea magna a realizarse bajo esta denominación. El propio Papa propuso una lista de setenta decretos o cánones para ser analizados por la referida asamblea.
El Concilio por él entonces convocado promulgó particularmente leyes que regulaban la vida de los fieles en su relacionamiento con la Iglesia docente, en lo referente a la recepción de los sacramentos. Era uno de sus objetivos explícitos la reforma de las costumbres de la Iglesia Universal.
Con el fin de motivar a los católicos, así como para la afirmación de su identidad en la sociedad, estableció que debían todos los cristianos adultos recibir al menos una vez por año, por ocasión de la Pascua, los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía.
Instauró también la confesión auricular individual, en substitución a la confesión pública, que pasó a ser reservada a situaciones raras y graves, como en caso de guerra y catástrofes públicas.
Es con el IV Concilio de Letrán que aparece la figura del Párroco, o Cura, que es el sacerdote designado para un determinado territorio, la parroquia, con el encargo de la cura de las almas, donde su nombre derivado del latín «cura animarum», curador de las almas. Suficientemente instruido, célibe, conciente de sus responsabilidades y deberes, vinculado a su aldea, el párroco se volvió muy rápidamente uno de los pilares de la sociedad medieval.
Según algunos historiadores, una de las más resaltantes innovaciones de este Concilio fue la obligación de la publicación de los proclamas de matrimonio. Se tornaba así imposible en la práctica contraer más de un casamiento – excepción hecha de los casos de viudez – lo que ocurría con alguna frecuencia en el período anterior del barbarismo pre-medieval. Con esta medida visaba también la Iglesia combatir las uniones consanguíneas entre parientes próximos, a fin de evitar las degeneraciones genéticas que muchas veces comportan.
En una medida considerada altamente innovadora para la época, la asamblea conciliar estableció ser necesario para el matrimonio el consentimiento explícito de los dos cónyuges. Hasta muy recientemente prevalecía la norma jurídica del Derecho Romano que determinaba la abusiva supremacía absoluta del hombre sobre la mujer, siendo comparada esta, en la mayoría de los casos, a una simple cosa, o mercadería, no sujeta a derechos. Con esta determinación, visó la Iglesia rescatar de la Antigüedad la dignidad a la que tenía derecho la mujer, estableciendo los pilares de lo que se podría titular, avant la lettre, de estatuto social de la mujer.
Con este objetivo, el Concilio tuvo como meta atenuar la brutalidad de los guerreros de entonces para con sus esposas, pasando a regular todo aquello que pudiese parecer un abuso conyugal.
El Concilio decretó varias sentencias relativas a definiciones de Fe, como por ejemplo el significado del término «transubstanciación», y condenó herejías de la época que buscaban intoxicar la verdadera creencia de los fieles.
En lo referente a la educación, renovó la determinación del Concilio de Letrán anterior por la cual las escuelas de las catedrales y colegiales debían proporcionar enseñanza gratuita a los clérigos y escolares pobres.
Reuniendo en la basílica romana que hospeda la cátedra de San Pedro cuatrocientos doce obispos y más de ochocientos abades y superiores de Órdenes Religiosas, así como innúmeros príncipes seculares, este Concilio realizó la mayor concentración medieval ya habida y fue, incontestablemente, la más retumbante realización del pontificado de Inocencio III, constituyendo una marca del apogeo de la cristiandad medieval.
Por Guy de Ridder
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Bibliografia:
COUDEYRETTE, Jean-Paul. Compilhistoire. Quatrième concile du Latran: http://compilhistoire.pagesperso-orange.fr/Conciles.html
HÉRODOTE. Le IV Concile de Latran: http://www.herodote.net/histoire/evenement.php?jour=12151111
MIGNE, Abbé Jacques-Paul. Concile de Latran IV. Encyclopédie théologique (1847), t. I, col. 1058 à 1079).
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