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Adviento: significado y origen

Redacción (Martes, 29-11-2011, Gaudium Press) Recibir una visita es un arte que una dueña de casa ejercita con frecuencia. Y cuando el visitante es ilustre, los preparativos son más exigentes. Imagine el lector que en una Misa de domingo su párroco anunciase la visita pastoral del obispo diocesano, agregada una particularidad: uno de los parroquianos sería escogido a la suerte para recibir al prelado en su casa, para almorzar, después de la Misa.

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Cristo Pantocrator

Ciertamente, durante algunos días, todo en el hogar de la familia electa se dirigiría a la preparación de tan honrosa visita. La selección del menú, para el almuerzo, qué mejorar en la decoración del hogar, qué ropas usar en esta ocasión única. En la víspera, un arreglo general en la casa sería de costumbre, de modo a que quede todo eximiamente ordenado, en la expectativa del gran día.

Esta preparación que normalmente se hace, en la vida social, para recibir a un visitante de importancia, también es conveniente hacerse en el campo sobrenatural. Es lo que ocurre, en el ciclo litúrgico, con relación a las grandes festividades, como por ejemplo la Navidad. La Santa Iglesia, en su sabiduría multisecular, instituyó un período de preparación, con la finalidad de compenetrar todas las almas cristianas de la importancia de ese acontecimiento y proporcionarles los medios de purificarse para celebrar esta solemnidad dignamente.

Este período es llamado de Adviento.

Significado del término

Adviento -adventus, en latín- significa venida, llegada. Es una palabra de origen profano que designaba la venida anual de la divinidad pagana, al templo, para visitar a sus adoradores. Se creía que el dios cuya estatua era allí adorada permanecía en medio de ellos durante la solemnidad. En el lenguaje corriente, significaba también la primera visita oficial de un personaje importante, al asumir un alto cargo. Así, unas monedas de Corinto perpetúan el recuerdo del ‘adventus augusti’, y un cronista de la época califica de ‘adventus divi’ el día de la llegada del Emperador Constantino. En las obras cristianas de los primeros tiempos de la Iglesia, especialmente en la Vulgata, ‘adventus’ se transformó en el término clásico para designar la venida de Cristo a la tierra, o sea, la Encarnación, inaugurando la era mesiánica y, después, su venida gloriosa al final de los tiempos.

Surgimiento del Adviento cristiano

Los primeros trazos de la existencia de un período de preparación para la Navidad aparecen en el siglo V, cuando San Perpetuo, Obispo de Tours, estableció un ayuno de tres días, antes del nacimiento del Señor. Es también del final de ese siglo la «Cuaresma de San Martín», que consistía en un ayuno de 40 días, comenzando al día siguiente de la fiesta del Santo.

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‘Adventus augusti’ del emperador Adriano

San Gregorio Magno (590-604) fue el primer papa en redactar un oficio para el Adviento, y el Sacramentario Gregoriano es el más antiguo en proveer misas propias para los domingos de ese tiempo litúrgico.

En el siglo IX, la duración del Adviento se redujo a cuatro semanas, como se lee en una carta del Papa San Nicolás I (858-867) a los búlgaros. Y en el siglo XII el ayuno había sido ya substituido por una simple abstinencia.

A pesar del carácter penitencial del ayuno o abstinencia, la intención de los Papas, en la alta Edad Media, era producir en los fieles una gran expectativa por la venida del Salvador, orientándolos para su retorno glorioso en el fin de los tiempos. De ahí el hecho de que tantos mosaicos representen vacío el trono del Cristo Pantocrator. El viejo vocablo pagano ‘adventus’ se entiende también en el sentido bíblico y escatológico de «parusía».

El Adviento en las Iglesias de Oriente

En los diversos ritos orientales, el ciclo de preparación para el gran día del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo se formó con una característica acentuadamente ascética, sin abarcar toda la amplitud de espera mesiánica que caracteriza al Adviento en la liturgia romana.

En la liturgia bizantina se destaca, en el domingo anterior a la Navidad, la conmemoración de todos los patriarcas, desde Adán hasta José, esposo de la Santísima Virgen María. En el rito siríaco, las semanas que preceden a la Navidad se llaman «semanas de las anunciaciones». Ellas evocan el anuncio hecho a Zacarías, la Anunciación del Ángel a María, seguida de la Visitación, el nacimiento de Juan Bautista y el anuncio a José.

El Adviento en la Iglesia Latina

Es en la liturgia romana que el Adviento toma su sentido más amplio.

Muy diferente del niño pobre e indefenso de la gruta de Belén, nos aparece Cristo, en el primer domingo, lleno de gloria y esplendor, poder y majestad, rodeado de sus Ángeles, para juzgar a los vivos y los muertos y proclamar su Reino eterno, después de los acontecimientos que antecederán ese triunfo: «Habrá señales en el Sol, la Luna y las estrellas; y, en la Tierra, angustia entre las naciones aterradas con el bramido y la agitación del mar» (Lc 21, 25).

«Vigilad, pues, todo el tiempo y orad, a fin de que os tornéis dignos de escapar a todos estos males que han de suceder, y de presentaros de pie delante del Hijo del Hombre» (Lc 21, 36). Es la recomendación del Salvador.

¿Cómo estar de pie delante del Hijo del Hombre? A nosotros cabe ruborizarnos de vergüenza, como dice la Escritura. La Iglesia así nos invita a la penitencia y a la conversión y nos coloca, en el segundo domingo, delante de la grandiosa figura de San Juan Bautista, cuyo mensaje ayuda a resaltar el carácter penitencial del Adviento.

Con la alegría de quien se siente perdonado, el tercer domingo se inicia con la siguiente proclamación: «Alegraos siempre en el Señor. De nuevo yo os digo: ¡alegraos! El Señor está cerca». Es el domingo ‘Gaudete’. Estando ya próxima la llegada del Hombre-Dios, la Iglesia pide que «la bondad del Señor sea conocida de todos los hombres». Los paramentos son color de rosa.

En el cuarto domingo, María, la estrella de la mañana, anuncia la llegada del verdadero Sol de Justicia, para iluminar a todos los hombres. ¿Quién, mejor que Ella, para conducirnos a Jesús? La Santísima Virgen, nuestra dulce abogada, reconcilia a los pecadores con Dios, ameniza nuestros dolores y santifica nuestras alegrías. Es María la más sublime preparación para la Navidad.

Con este tiempo de preparación, quiere la Iglesia enseñarnos que la vida en este valle de lágrimas es un inmenso adviento y, si vivimos bien, esto es, de acuerdo con la Ley de Dios, Jesucristo será nuestra recompensa y nos reservará en el Cielo un bello lugar, como está escrito: «Cosas que los ojos no vieron, ni los oídos oyeron, ni el corazón humano imaginó, tales son los bienes que Dios tiene preparado para aquellos que lo aman» (1Cor 2, 9).

Por el P. Mauro Sérgio da Silva Izabel, EP

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