Bogotá (Lunes, 26-12-2011, Gaudium Press) Un 27 de abril de 1770, ardiendo en fiebre entregaba en Santa Fe de Bogotá su noble alma a Dios, un humillado fraile franciscano de 54 años de edad, hermano lego de la comunidad y que lo había sido por algo más de 9 aceptando solamente al final de su vida religiosa y terrena la altísima honra de ordenarse sacerdote y ser el Hermano Guardián de su convento los últimos meses. No era un hombre cualquiera: había sido el tercer Virrey del Virreinato de la Nueva Granada, hoy Colombia.
El Virrey Solís, óleo de Joaquín Gutiérrez – Foto: BLAA |
Había gobernado con absoluta lealtad a su rey y Señor por más de siete años desarrollando obras que todavía son el fundamento del progreso de este país como la Casa de la Moneda (intento de un banco central de emisión) y el acueducto de la ciudad. Descendía de una de las familias de los 25 Grandes de España: José Solís de Folch de Cardona que también financió misiones, hizo caminos y puentes, y aportó de su peculio personal para los primeros centros educativos de la capital.
Pero a más de eso, ¿qué hace tan interesante la vida de este fraile-virrey cuyo cráneo todavía esta hoy día en la sacristía de la iglesia de san Francisco en Bogotá? Sin duda la polémica calumnia que le levantara algún escritor costumbrista colombiano del siglo XIX para congraciarse con la oposición política de aquel entonces y tranquilizar la conciencia por los bienes que sus familias habían recibido por la expropiación hecha a Realistas y religiosos tras las guerras de independencia. Se trataba de mostrar un funcionario venal y mundano, pero la investigación histórica actualmente a cargo de Franciscanos especialistas, ha ido sacando la verdad medio escondida en los empolvados anaqueles de bibliotecas en Madrid y Bogotá.
Don José Solís Folch de Cardona llegó a la Nueva Granada de 37 años cumplidos, rico, sin hijos y sin esposa. Desde muy joven había estado siempre en los ejércitos del rey donde alcanzó el grado de Coronel del Regimiento de Caballería Farnesio y posteriormente el de Mariscal de Campo. Había vivido en Filipinas y batalló en varias guerras en defensa de los intereses de España. ¡Qué buen vasallo si hubiese tenido un buen señor! como se dijo del Cid, que solo conocía el cansancio de la guerra.
«En cuanto a su vida como fraile franciscano se sabe que permaneció loablemente fiel a su vocación durante 9 años y dos meses», dice el historiador colombiano Luis Carlos Mantilla. Don José era franciscano terciario desde muy joven y su familia estaba muy próxima en afectos a la orden seráfica, tanto que por determinación de su padre, el padrino de bautismo fue un noble franciscano de reconocida familia y no un aristocrático funcionario del rey como se acostumbraba para ganar puntos en la Corte.
Fray José, óleo de Joaquí Gutiérrez – Foto: Instituto Distrital de Cultura de Bogotá |
Humillado, porque la paradoja de su vida fue el impresionante Juicio de Residencia, el más voluminoso a todos los virreyes de España, que se le hizo al final de su mandato, y la calumnia infame de haber tenido amoríos con una tal «Marichuela». Aunque de todo eso salió todavía más limpio de lo que había entrado, pues relucieron virtudes que la Corte desconocía, la reivindicación de su nombre y vida se ha demorado pese a que ya hay pruebas documentadas de su integridad.
El Virrey Solís, de noble cuna y más antigua estirpe en España que la de los propios Borbones, sus reyes y señores naturales, no vino a sepultar sus huesos a estas lejanías por simple casualidad. Murió a poco menos de un año de haber celebrado su primera misa el día de su patrono San José y tras haberse cogido una gripe infecciosa precisamente durante los oficios de Semana Santa en un lluvioso, frío y húmedo Santafé de Bogotá a cuya feligresía se le entregó con toda el alma. Dejó una impresión profunda entre las gentes que incluso tantas consejas burdas, calumnias y violencia endémica todavía hoy no ha podido borrar.
Por Antonio Borda
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